Se trataba de Matthew Simmons, sobre quien Cantona focalizó su reacción ante los insultos. Algunas versiones señalaron gritos xenófobos de su parte, cosa que el hincha siempre desmintió. Lo cierto es que tras la patada y ser identificado se supo que tenía ideas de extrema derecha.
Tres años antes había participado del robo a una estación de servicio, en el que había atacado con una llave inglesa a un empleado oriundo de Sri Lanka. Una década después de la famosa patada agredió a golpes a un entrenador de infantiles del club Fulham por haber dejado de lado a su hijo y fue a juicio, pero no por ese hecho, sino por escupirlo e insultarlo cuatro años más tarde cuando se cruzaron en un estadio.
La patada de Cantona le valió nueve meses de suspensión, 120 horas de trabajo comunitario y 30 mil dólares de multa. Una vez le preguntaron cuál fue su mejor momento en el fútbol y respondió: “Mi preferido es cuando le pegué al hooligan”. Nunca se arrepintió, todo lo contrario: “Patear a un fascista no se saborea todos los días. Me arrepiento de no haberle pegado más fuerte”.
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