Si tenía miedo, Nora lo disimulaba. Se metió en plena dictadura en Mansión Seré, el centro clandestino que funcionaba en Castelar. Esperaba escuchar algún grito que le permitiera saber si Carlos Gustavo estaba retenido allí.
La Navidad de 1978 la pasó en Dolores: había ido junto a otras dos Madres para pedirle al juez Carlos Facio que las dejara identificar unos cadáveres que habían aparecido, días antes, en la costa. Querían saber si eran sus hijos o los hijos de otras Madres. Nora hizo lo que el Poder Judicial no hizo: viajó a Santa Teresita para averiguar cómo había sido el hallazgo.
En pleno terrorismo de Estado, todo el Ministerio de Economía sabía que Nora buscaba día y noche a Gustavo. Uno de los jefes de su marido le espetó: “¿Por qué no la ata a la pata de la cama, así deja de estar en la calle?”
Cuando llegaba la Navidad, Nora abrigaba una esperanza: que le devolvieran a su hijo. “No sé por qué en Navidad –dijo en Ni el flaco perdón de Dios, el libro de Juan Gelman y Mara La Madrid–, pero no porque esperara de los militares algún gesto de humanidad. Era una forma de dar lugar a la esperanza. Creo que en todas las familias esa esperanza estaba presente, una madre tejía un suéter, o compraba el jean que al hijo le hubiera gustado, se ponía un cubierto más en la mesa. Tantas cosas”.
Caminó y caminó, pero nunca logró saber cuál fue el destino de Gustavo. Siempre entendió que la Plaza de Mayo era el lugar desde donde reclamar explicaciones al poder político. Que abrieran todos los archivos de la represión era una de sus exigencias. Con la llegada de la democracia, Nora se convirtió en una de las referentes de la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo.
En 2012, cuando ya llevaba 35 años buscando, volvió a presentar un hábeas corpus —como aquel que había firmado en mayo de 1977, redactado por un amigo de su hijo recién recibido de abogado—. Fue a la audiencia y el juez le preguntó por qué lo hacía. La respuesta fue punzante. “Porque antes de morirme quiero saber qué pasó con Gustavo”.
Nora es de todos, de todas y de todes. Donde había un reclamo, ella estaba. Entendió muy rápidamente que la lucha por los derechos humanos era dinámica, que no se acababa con el reclamo de verdad y justicia por los crímenes de la dictadura. Se sumó a los Encuentros de Mujeres. Se calzó el pañuelo verde por el aborto. Se acercó a las diversidades. Estaba para denunciar los despidos o la represión. Caminó muy cerca de Sergio Maldonado cuando desapareció su hermano Santiago. En el Hospital Posadas, la sentían como su hada madrina en defensa de la salud pública.
Para el 24 de marzo, buscó la unidad de quienes salieron a la calle para reclamar verdad y justicia en tiempos de un gobierno negacionista como el de Javier Milei y Victoria Villarruel. El 9 de mayo avisó que no iría a la Plaza de Mayo para plegarse al paro general de las centrales obreras. Su última vez en ese lugar había sido una semana antes. Estuvo en la Feria del Libro en un homenaje a la periodista María Seoane.
El 17 de mayo, fue intervenida quirúrgicamente por una hernia en el Hospital de Morón y permaneció en terapia intensiva. Su salud se complicó. El cuerpo que la había sostenido tantos años en la búsqueda le jugó una mala pasada.
A las 18:41 del jueves, la familia de Nora comunicó su fallecimiento a través de un comunicado. “Profundamente preocupada en estos tiempos por la grave situación que atraviesa nuestro país y dispuesta siempre a estar presente allí donde hubiera una injusticia, Norita luchó hasta último momento por la construcción de una sociedad más justa. Nos queda el orgullo de haber compartido su vida, su impronta y su enseñanza que dejarán en su familia y en la sociedad una huella imborrable”.
A los pocos minutos de que se anunció su muerte, apareció un cartel en la reja que protege la pirámide de Mayo. “Nora eterna”, decía. Será despedida este viernes de 9 a 18 en la Casa de la Memoria y la Vida -Predio Quinta Seré, en Santa María de Oro y Blas Parera, Castelar). En el mismo lugar que en pleno exterminio Nora recorrió con la esperanza de arrebatar a su hijo de las fauces de la muerte.
Hay un modo Norita de la vida: ése que sitúa a una persona junto a las causas nobles y altruistas. Tiempo atrás, Mabel Bellucci —una de las responsables de acercarla al feminismo— decía en LatFem que la militancia trataba a Norita como una “santa”, que la invocaba en las marchas aún cuando no estaba. Será difícil no hacerlo de ahora en más. Aunque es sabido: donde hay una lucha, ahí está Norita.
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