La primera temporada de El ensayo dio lugar a un experimento pavloviano en formato audiovisual. Con Nathan Fielder como maestro de ceremonias, personas comunes simulaban momentos claves de su vida para luego enfrentarse a eso que tanto temían: confesar una mentira o criar a un hijo. La fórmula incluía evaluar e interpretar las posibles reacciones de sus interlocutores y construir espacios miméticos donde se reducía al máximo cualquier incertidumbre. El suceso del programa significó el puntapié de una tendencia (Jury Duty y Paul. T. Goodman) que borronea exprofeso los límites del reality, el documental apócrifo y la comedia, con la incomodidad como estandarte.
Dispuesto a ir un paso más allá, en esta ocasión Fielder unifica los seis episodios con un tópico que toca una fibra muy sensible en la agenda de los Estados Unidos: los accidentes aéreos. Su segunda temporada (reciente estreno de Max, disponible los domingos a las 23:30 hs) se despega del humor deadpan para distorsionar la realidad. Para Fielder, la falta de comunicación en la cabina, donde el segundo al mando se siente demasiado intimidado para expresar sus preocupaciones al capitán, ha sido un recurrente en numerosos desastres de vuelos comerciales. ¿La solución? Lograr que los pilotos se abran mediante sus métodos con actores profesionales. El grand finale incluye al máximo responsable piloteando un Boeing 737. “Todo ha sido meticulosamente estudiado, así que no hay nada de que preocuparse”, asegura Fielder.
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