“El parásito” es la historia de Pavel, un chico enfermo terminal, sin familia, a quien someten a una serie de procedimientos para probar si es posible metamorfosear a una persona de la misma manera que una oruga se transforma en mariposa. Es resultado es de una belleza terrible: el cuento, con sus aspectos religiosos y un clima de fervor, recuerda al relato de un martirio medieval y también a La mosca. Spoki es una novela corta en la que Zhena, una artista joven, madre soltera, acepta de malhumor la compra de una consola-niñera, una tablet con software personalizado que cuida de su hija. La cuida, pero también la estimula, hasta puntos en los que la niña, al principio frágil y dulce, se convierte en un implacable dios doméstico. Cuando Zhena sale a la calle a buscar un software ilegal que comprará a vendedores ambulantes, recuerda esas escenas de los primeros 2000, cuando en las mantas callejeras se vendían discografías y videojuegos piratas en CD. Los cuentos, sin embargo, no son anticuados, solo que, en diez años, la realidad se acercó demasiado a la visión de Starobinets.

Llamada la reina del terror rusa y esos títulos de nobleza que nada explican, Anna Starobinets, que tiene 47 años, publicó un libro de ciencia ficción a los 24, lo que le granjeó críticas en los círculos rusos, donde el género es muy prestigioso y el camino para volverse un escritor respetable está claro: se empieza en revistas especializadas, se estudia a Zamiatin y a los hermanos Strugatski, y recién entonces se permite la visibilidad. Ella rompió con esa tradición, se hizo famosa con cuentos de ficción oscura, terror y ciencia ficción -quizá podríamos decir weird pos-soviético-, trabajó como periodista y publicó relatos infantiles. Niña comunista, perdió la fe en el sistema cuando era adolescente, y pasó toda su vida en Moscú. En 2021, sin embargo, empezaron los problemas. Antes de eso, las críticas y objeciones a su trabajo y opiniones eran tolerables, dice. Cuando publicó Tienes que mirar, un libro autobiográfico sobre su embarazo de un bebé con problemas de salud incompatibles con la vida, se desató un escándalo. Starobinets escribió sobre el sistema asistencial ruso, que no contempla las necesidades de cuidado de las mujeres que, como ella, no quieren abortar y desean llevar a término un embarazo de riesgo. La denuncia de la violencia obstétrica la llevó a ser acusada de traidora: sin embargo, en 2017, los libreros rusos le dieron el premio nacional. Ese mismo año murió muy joven su marido, el escritor Alexander Garros. Después de la pandemia, de la censura de sus libros para chicos y de un largo bloqueo depresivo, decidió mudarse con sus hijas a Georgia, el país elegido para el exilio por muchos rusos, especialmente varones, que huyen del reclutamiento forzoso para luchar en la guerra con Ucrania. En una entrevista con El Diario.es, Starobinets dijo: “En diez años perdí un embarazo, un marido y un país. Soy otra”. La metamorfosis de la que escribió la tocó de cerca y, como ella imaginaba, no es un tierno cuento de hadas sino un abismo cotidiano e histórico, un vértigo posible.  

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