A su lado, en cambio, el modesto musical francés Partir un jour, de la debutante Amélie Bonnin, que exhibió este martes el Festival de Cannes en su gala de apertura (en la que Leonardo Di Caprio le entregó una Palma de Honor a Robert De Niro), luce más bien tristón, pobre, desvaído. Hay varias razones para que este “film-karaoké” –como ácidamente lo definió el matutino Libération- haya sido elegido como film inaugural: es el primero dirigido por una mujer que ocupa ese lugar de privilegio en los 78 años de historia del festival; funciona como una afirmación del carácter popular de cierto cine francés pensando esencialmente para alimentar el mercado interno; y la infinidad de canciones del repertorio europop nostálgico que forman parte de la banda de sonido –es fantástica la versión que hace la veterana Dominique Blanc de “Parole, parole”- invitan al público francés a identificarse con la heroína (Juliette Armanet), una hija de la clase trabajadora de provincia que gana un concurso como “top chef” parisina.
Al fin y al cabo, Francia es el país de la gastronomía, de la chanson y del cine. Y del amor, por supuesto, que aquí no deja de hacer su aparición en clave melancólica, algo así como “lo que no fue”. Los personajes son todos simples, nobles, incluso tiernos, sin mayores complicaciones que no sean los de la vida de cualquiera, y eso siempre se agradece en un festival que recién comienza y para más adelante promete sufrimientos varios. Pero para eso, todavía falta. Parafraseando a Bette Davis en La malvada (1950), “vayan ajustándose los cinturones, este va a ser un festival movido”.
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