Alan Pauls (Foto: Alejandra López)

Pero Trance el panfleto va más allá. Trata de mostrar hasta qué punto esa asocialidad activa, en la que los mundos imaginarios son tan o más reales que los reales e intervienen en ellos de manera efectiva, aunque más no sea para ponerlos en cuestión e imaginar cómo serían si se los transformara en otros, es el germen de una resocialización singular, punto de partida de una comunidad más o menos idiosincrática, más o menos aberrante, en la que libros, enciclopedias, revistas, cómics o lo que sea que se lea –los lectópatas gozan hasta de los prospectos de remedios y los manuales de uso de los electrodomésticos– funcionan como talismanes, testigos y prendas de alianza, emblemas disimulados de una cofradía tan inoficial como militante. Mal que les pese al celular y al kindle, que privatizan las decisiones y los gustos de sus s uniformándolos con sus diseños idénticos y la gimnasia tourettiana de sus dedos pulgares, los libros siguen luciendo sus portadas-estandarte en el espacio público del subte, el ómnibus, la plaza o el bar, siguen voceando sus títulos para que otros los lean a su vez, los recojan o discutan. Leer, hoy, sigue siendo proponer hablar de lo que se lee. Leer –práctica asocial– es siempre un principio de conversación.

¿Por qué debería sorprendernos? El origen de la pasión de leer no es –como quieren hacernos creer los terapeutas de la asocialidad lectora– un reflejo de miedo ni una voluntad de ensimismamiento. Todos los que leemos como locos venimos del mismo lugar, la misma situación, el mismo extraño milagro: alguien nos lee. Somos muy niños, no tenemos idea del sentido que tienen esas muesquitas negras que ocupan la página, no sabemos ni siquiera qué es un libro, y alguien nos lee: de noche, para dormirnos; de día, para matar el tiempo; en viaje, para abreviar la espera; en la cama, para mitigar los efectos de la fiebre. Leer es haber sido leído. A menudo soslayada por las fenomenologías de la lectura, esa escena crucial –teatro dialógico por excelencia, teatro de seducción, transferencia, pedagogía, en el que la voz del otro hace existir para nosotros un texto y un mundo que de otro modo serían inconcebibles– es la que marca a fuego y para siempre la pasión de leer, su generosidad, su confianza en el poder de la evocación, su curiosidad incesante, inextinguible, por todo aquello que no se ve, que no está, que brilla por su ausencia. Empezando por un mundo digno de ser deseado.

Portada de la edición de Random House

Este texto inaugura Alguien que canta en la habitación de al lado, una antología de sus ensayos literarios que acaba de publicar Random House. 

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