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Arcadia tiene varios significados interconectados. En la literatura y en el arte, se ha idealizado como un lugar de felicidad, sencillez y armonía con la naturaleza. Los habitantes de esa comunidad buscan vivir creando su propio paraíso terrenal. Sin embargo, Bayamack-Tam en sus novelas subvierte y cuestiona ese ideal.
Farah se cuestiona sobre su género, su cuerpo y la dificultad de apropiarse de él. No menstrua. Eso la lleva a consultar con una ginecóloga, quien le dice que, al ser intersexual, eso no va a suceder. Se pregunta a lo largo de la novela quién es. ¿Qué razones te llevaron a elegir y construir este personajes?
—Se evalúa que se puede considerar intersexualidad al 4% de la población mundial. Pero depende de lo que se defina como intersexualidad. Hay muchas personas que presentan formas de intersexualidad. Por ejemplo, un varón que no tiene mucho pecho o una mujer con voz grave o que no tiene mucha mama, eso también se puede definir como intersexual. Farah es cromosómicamente varón y estéticamente más o menos femenina. Su caso muestra que la identidad de género no tiene que ver con los órganos ni con las hormonas. Cuestiona la feminidad y la masculinidad. Y demuestra que, en gran parte, es una construcción cultural. Individuos como Farah muestran que el binarismo es insoportable, insostenible y que no corresponde a la diversidad existente. Aunque sea un caso excepcional, es una prueba de la necesidad de pensar más allá de lo binario.
Farah es el mismo personaje en ambas novelas. ¿Por qué?
—Farah es la misma protagonista en ambas novelas, aunque la ubico en una configuración familiar y geográfica distinta. Es la misma, pero con otro contexto de vida. En mi obra los personajes son recurrentes. Por ejemplo, Arkadi también está en muchas otras novelas. Siempre tiene más o menos cincuenta años y es alguien con mucho deseo. Le gustan los hombres, las mujeres, los viejos y los jóvenes.
Situás tus historias en comunidades cerradas e intentás crear mundos alternativos. ¿Por qué?, ¿qué te interesa explorar en ellas?
—Siempre hubo comunidades, cofradías, sectas. Lo que a mí me interesa es el hecho de que algunas personas entren en un colectivo y estén en disidencia con la sociedad. Vivir en disidencia, dotarse de sus propias normas, favorecer el desarrollo personal, que a veces implica retirarse del mundo. Ese desarrollo no siempre significa disidencia. De ahí pueden salir cosas buenísimas o espantosas. Pueden convertirse en sectas intolerantes o en comunidades que rechazan la exclusividad amorosa, los celos o comparten recursos. Me gusta la dimensión utópica de esas experiencias.
Creás comunidades cerradas que se protegen de la violencia del afuera, pero a la vez terminan siendo iatrogénicas e implosivas.
—En ambas novelas hay una implosión interna en la comunidad porque, lamentablemente, estas utopías están destinadas al fracaso. Es muy raro que una comunidad dure más de cincuenta años. Fracasan porque los envejecen o porque el poliamor es difícil de sostener. Las utopías me encantan, pero también muestro que fracasan en ciertos aspectos.
En tu novela La decimotercera hora profundizás sobre las experiencias de Farah y sus dos madres: Sophie, inseminada con los ovocitos de Hind, una mujer trans y de origen argelino. ¿Por qué argelina? ¿Cuál es la situación de los argelinos hoy en Francia?
—Crecí en Marsella, justo enfrente de Argelia. Vivo en una ciudad con una comunidad argelina importante. Mi marido es argelino. El personaje de Hind es argelina y mujer trans. No quería que se la definiera solo por eso. Pero, al ser argelina y trans, sufre discriminaciones cruzadas. Me interesaba mostrar esa intersección.
La identidad de género y la sexualidad son cuestiones centrales en tus novelas. ¿Por qué te resulta importante indagar en esos temas?
—Siempre me interesó el tema del género. En Francia estamos atrasados por estudios de género. Cuando empecé a escribir, tenía personajes queer, fluidos, intersexulaes, trans, pero no tenía ni el vocabulario ni los conceptos. Siempre tuve el material novelesco. Me interesa tener personajes que escapen a las clasificaciones. También tiene que ver con mi historia personal. Todo lo que cuestiona los estándares sirve para denunciar injusticias, desigualdades y la coerción de las normas. Con la inmigración o el racismo, también tocamos lo biológico: piel, pelo, anatomía. Me interesa desarmar lo biológico como norma. Lo mismo con la familia: defiendo más la familia elegida que la biológica. La identidad puede ser una coraza. Sería mejor vivir con más libertad, más apertura a la diversidad y a la metamorfosis.
Ahondás en lo híbrido, en esa franja no definida. Incluso citás a Rimbaud para hablar de flotación identitaria. ¿Por qué te interesa esa franja?
—Lo híbrido es clave para mí. Híbrido, mezcla. Todo lo que es rígido o fijo me hace sufrir. Desde chica sentí que debía escapar de las designaciones que me imponían. Incluso en el plano estético, me gusta mezclar tonos: trágico, cómico, grotesco, realista, académico. Estar “entre” es un espacio de libertad creativa y personal.
Tenés varias novelas policiales publicadas bajo el seudónimo de Rebecca Lighieri. ¿Por qué el seudónimo y por qué policiales?
—No son policiales en sentido clásico, son más bien thrillers, novelas negras. En 2010 adopté un seudónimo para llegar a más público. No quería escribir solo para intelectuales. Quería una escritura más directa y accesible. El seudónimo me desinhibió: me autoricé a escribir sobre violencia, homicidios. Esa libertad me quedó. Ahora escribo así también con mi propio nombre.
¿Hay en vos una política de escritura?
—Mi escritura nace de procesar mis enojos, miedos, rechazos. Es donde hago circular mis ideas políticas. Escribo con mi parte más oscura. Es una escapatoria. Tengo la suerte de expresar todas mis facetas, de vivir múltiples identidades. Escribir ficción me permite una especie de realidad aumentada. Es un privilegio.
¿Por qué implementás una escritura con bastante intertexto?
—Cuando escribo, me gusta homenajear a autores que leí. Ellos son mi idioma. No siento que los cito: se volvieron parte de mí. Puedo tomar de Rimbaud, Dickinson, Woolf, pero ya es mi lengua. Primero soy lectora, siempre. Mi actividad principal sigue siendo leer. Fui profesora de literatura. También incluyo referencias populares: canciones, series, películas.
¿Por qué la poesía juega un papel importante en las comunidades que creás y en la vida de tus personajes?
—La decimotercera hora es un homenaje a la poesía. Puse la poesía en el centro porque también está en el centro de mi vida. Creo que Lenny, el padre de Farah, tiene razón cuando dice que leer poesía puede consolarnos. Eso es la poesía para mí.
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