Sobre su manera de abordar la práctica, dice: “Soy de ir a buscar la técnica. Al no haberme formado en una escuela de arte, muchas veces lo que me pasa es que me interesa, por ejemplo, la cerámica, y entonces empiezo a investigar, a tomar clases, a probar distintas formas. Así voy avanzando. Ahora, por ejemplo, surgió la posibilidad de usar luz en mi obra, y eso me llevó a pensar que quizás tengo que aprender algo más vinculado a la tecnología, al armado de ciertos dispositivos. Ese tipo de situaciones surgen porque no me anclo en una disciplina específica. Si bien estudié pintura muchos años, no soy pintora. Es más bien una forma de moverme, de ir probando. También está eso de dejarse llevar: a mí lo que me guía muchas veces no es tanto una técnica sino una idea, una temática que me interpela. Entonces voy buscando en qué lenguajes se puede desarrollar eso. A veces una materialidad me lleva a otra. Por ejemplo, ahora estoy trabajando con un archivo digital, unas fotos que saqué en el Museo del Traje, y eso me lleva a pensar que tal vez tendría que aprender algo de grabado o de técnicas de impresión, cosas que nunca hice. Las obras que más me gustan y la gente que más me interesa trabaja también así: desde lo interdisciplinario o multidisciplinario. Cuando una práctica se nutre de otras prácticas, gana: en formas de abordar el objeto, en formas de entender lo que estás haciendo. Cada práctica trae consigo una información particular, ya sea desde los materiales o desde la manera de pensar. No es lo mismo pensar un objeto de arte desde la pintura que desde la escultura o la instalación. Y creo que cuando esas formas de pensamiento se empiezan a mezclar pasa algo interesante, tanto para el objeto como para la práctica misma”.
En esta búsqueda aparece la idea del juego: el “jugar a ser”, por un rato, otra cosa; jugar a tener algún saber y poder aplicarlo. “Voy a jugar a ser costurera o a ser científica, a combinar esos universos y a coser trajes para bichos. Todo es, para mí, un juego”, explica Sancineti.
Habla de trajes para bichos porque, aunque no se dedicó a la biología ni a la oceanografía, como deseó en algún momento de su infancia, las huellas de lo biológico siguen presentes en su obra. Uno de sus primeros ejes de investigación fue la piel: pensada como superficie y como movimiento, como frontera y unión entre lo propio y lo ajeno.
“Al principio pensaba la piel como una superficie, como una membrana que habilita cierta conexión. Con el tiempo, esa idea se complejizó: empecé a pensar la piel como un territorio poroso, un lugar de inscripción, de o, de paso. Me interesa mucho esta idea de los cuerpos en construcción, de los cuerpos como procesos, y la piel como ese espacio donde algo se deja marcar. A partir del trabajo con el cuerpo, empecé a preguntarme por la identidad y la otredad. ¿Dónde empieza y termina lo propio? ¿Cómo se delimita ‘lo otro’? Me interesa especialmente el momento en que lo otro se vuelve propio, cuando se genera un acercamiento, una conexión, una fusión. Hay algo ahí que para mí es más potente que la idea de preservar una identidad separada, cerrada. Por eso también me atrae mucho la ciencia ficción, lo extraño que irrumpe y transforma todo. Me interesa explorar esas formas en que nos engarzamos con ‘lo otro’, cómo algo ajeno puede instalarse en lo íntimo y modificarlo. Es una pregunta sobre el o, la contaminación. Hoy en día me interesa pensar procedimientos que no se limiten a representar, sino que engendren. Me atrae la idea de que las obras puedan funcionar como organismos, o como fragmentos de organismos, más que como objetos cerrados. No me interesa tanto ilustrar algo, sino producir una especie de ser, algo que esté en proceso, que pueda respirar, mutar, contaminar”, dice.
¿Cómo se traslada la idea al objeto, a la instalación, al espacio? ¿Cómo logra, la idea, hacerse un cuerpo? Lucila ensaya algunas respuestas: “Me gusta pensar las piezas que hago como restos o fragmentos de estos organismos: partes de cuerpos, pieles, objetos que no terminan de conformar una totalidad. Trabajo con la idea de lo incompleto. Me interesa que quien se encuentra con la obra tenga que hacer un trabajo especulativo: imaginar cómo se reconstruye ese cuerpo, ese ser, ese hábitat. A veces las piezas parecen haber parasitado el espacio, haber crecido ahí, como si hubieran encontrado una manera de habitarlo. Y entonces la pregunta no es solo qué es eso, sino también cómo llegó hasta ahí, qué pasó. Me interesa mucho generar escenarios en los que quien entra tenga que preguntarse: ‘¿Qué está pasando acá?’, ‘¿Qué fue lo que ocurrió para que esto esté así?’. Ese gesto de duda, de incertidumbre, de imaginación, me resulta fundamental. No busco cerrar un sentido, espero que sea el espectador quien lo complete”.
“Lo que más me gusta de la biología es este ordenamiento tan caprichoso que hace del mundo”. Reino fungi, reino animal, vegetal… La artista se pregunta, ¿qué pasa cuando estos reinos se cruzan y se contaminan entre sí? En su último proyecto, Sancineti trabaja con el concepto de la exuvia, la cutícula o exoesqueleto abandonado por insectos, crustáceos y arácnidos tras su desarrollo. Parece un concepto científico difícil de hibridar con ‘lo artístico’, pero la artista está en su metier y explica, fascinada: “las arañas no tienen un esqueleto: el esqueleto es la piel. Y claro, cuando el bicho crece, tiene que sacarse esa piel, porque si no se muere. Yo venía trabajando con la piel, la piel, la piel y de repente, en estos bichos, la piel es el esqueleto. Lo que recubre también es lo que sostiene. Lo que estructura el cuerpo. Entonces empecé a pensar en eso: en la necesidad de desprenderse de toda esa estructura para poder mutar, para poder hacer crecer otra nueva. En nuestra especie, ese tipo de cambio es mucho más imperceptible, más lento, más íntimo. Me interesaba también pensar en esas pieles mudadas como si fuesen fotografías de un estado de mutación. Como si el cambio, que es puro movimiento, pudiera quedar suspendido en el tiempo. Una contradicción: un estado de mutación congelado. Ves todo el bicho, completo, como si estuviera ahí todavía, en esa forma. Y desde ahí empecé a imaginar: ¿cómo sería una humanidad, o algo más antropomórfico, que tuviera esa misma lógica? Una forma que estuviera cubierta por una capa que es al mismo tiempo vestimenta, piel, esqueleto, exoesqueleto. Una estructura que, para crecer, necesita desprenderse de sí. Lo último que estoy trabajando tiene que ver con eso: mezclar esta idea biológica con ciertas técnicas de alta costura. Estoy fabricando piezas textiles inspiradas en armaduras, en formas que remiten a organismos, a mutaciones. Tomo elementos de distintos mundos y los hago convivir: el arte, la moda, la biología especulativa, la escritura, la ciencia ficción”.
Este es un contenido original realizado por nuestra redacción. Sabemos que valorás la información rigurosa, con una mirada que va más allá de los datos y del bombardeo cotidiano.
Hace 37 años Página|12 asumió un compromiso con el periodismo, lo sostiene y cuenta con vos para renovarlo cada día.