“Llegaba la noche, me acostaba, me decía: ¡Ahora a dormir! Y, en ese preciso instante, como si se tratara de un reflejo condicionado, se me iba el sueño. Por más que intentase dormir, no lo conseguía. Cuanto más firme era mi voluntad, más me desvelaba”. (Sueño. Haruki Murakami)
Quienes no han experimentado el horror del insomnio, por el momento, deben considerarse afortunados. Ya les llegará su turno. Querer y no poder dormir, mejor dicho, ausentarse del estado de vigilia y descansar, es una de las problemáticas más diseminadas y generalizadas de nuestro tiempo. Ella no reconoce género, ni edad, ni clase.
Según la teoría psicoanalítica el dormir, y/o la imposibilidad de hacerlo, se explica teniendo en cuenta la relación que cada uno tiene con sus propios sueños.
No se descartan problemas neurofisiológicos, hormonales o propios de las leyes que rigen nuestro enigmático organismo, pero consideramos que el sesgo propuesto por el psicoanálisis es de lo más innovador y elaborado y, ante todo, permite a cada insomne implicarse en su problema para considerar si puede o no hacer algo con eso.
Sigmund Freud señala que la principal función del soñar es la de velar por el descanso, es decir, ser la guardiana del dormir. Soñamos para dormir. Nuestra máquina inconsciente elabora sueños, con el material que dispone, fundamentalmente para asegurar y resguardar el dormir. Por lo tanto, más allá del sentido que los sueños vehiculizan para cada uno, el acto de soñar está estrechamente vinculado a la posibilidad de descansar.
Claro que descansar no es lo mismo que dormir. Se puede dormir sin descansar y descansar sin dormir. Pero el descanso logrado, reparador, es cuando ambas situaciones coinciden.
Podemos conjeturar que quien logra retirar la atención y alerta consciente del mundo que lo rodea, conjuntamente con la relajación musculoesquelética correspondiente y caer dormido es porque pudo entrar en la lógica que el sueño impone. Poco importa si se acuerda o no de ello al despertar, si pudo dormir, descansar es porque soñó.
A menos que se considere que todo está dicho sobre los sueños, hay que seguir preguntando ¿Qué es haber soñado? En tanto, para el psicoanálisis, lo que importa es el relato del sueño y sus esquirlas asociativas, no el sueño, ni el acto de soñar en sí mismo. Bien se sabe que no todo es vigilia la de los ojos abiertos y las derivas del sueño no reconocen fronteras. La relevancia de un sueño, en el contexto de un análisis, puede encontrarse en que éste nunca fue soñado. De todos modos, este es un tema para otro escrito.
Siguiendo el argumento freudiano podemos decir que el soñar no sólo es el guardián del dormir, sino que también lo hace posible.
Aquí sucede, como en tantas otras ocasiones con la teoría psicoanalítica, que la secuencia, popularmente aceptada, entre causa-efecto queda subvertida. Comúnmente se suele decir que para soñar primero es necesario dormir. Una vez dormido, el sujeto, podrá soñar o no. Freud realiza una inversión de este postulado: para poder descansar, para poder dormir es necesario entrar en la lógica del sueño. Si ésta no se produce, el dormir y su efecto reparador no tendrán lugar.
No sólo Freud ubica este hecho tan singular, la cultura popular también dice algo al respecto. El maestro Alfredo Le Pera en el inconmensurable Volver advierte que cuando los recuerdos encadenan los sueños no se puede dormir.
Para poder dormir, descansar, es necesario que se suspenda el estado de alerta en el que vivimos; es preciso que entremos en una atmosfera enrarecida, un tiempo trastocado, sutil pasaje entre la vigilia y el sueño donde se desarticula y transmuta la percepción sensible que orienta el deambular cotidiano. Algo debe desencadenarse.
Todos experimentamos esa transición entre el estar dormido y despierto, un tiempo inubicable, como el despertar, en donde nada se pierde, más bien se transforma. En “El poeta y los sueños diurnos Sigmund Freud” afirma, tajantemente, que “En realidad -los seres humanos- no podemos renunciar a nada, no hacemos más que cambiar unas cosas por otras, lo que parece ser una renuncia es, en realidad, una sustitución o una subrogación”.
Quizás sea por este motivo que las recetas de los gurúes de turno, como el empuje a soltar, abandonar, dejar de pensar, relajar y armonizar, no funcionan. Menos aún la recurrencia sostenida a químicos inductores del sueño cuya infinita multiplicación actual denuncia el permanente fracaso del ideal de controlar hasta los sueños.
La máquina sigue cosiendo, tejiendo, ensamblando. Insiste en perpetuar el estúpido y torturante placer de la evocación inútil junto a las locas exigencias idílicas de una cultura sin rumbo.
Cuando no se clava en un insistente, inerte y maldito recuerdo que no hace más que seguir encadenando sueños.
Entonces ¿Qué hacer? ¿Más actividad física, mejorar la dieta, aumentar el trabajo intelectual, leyendo, por ejemplo? Si, y también se puede tener en cuenta una sugerencia freudiana: hacer el intento de responder una sutil, pero no por ello simple, pregunta ¿Qué relación tenemos con nuestros sueños? ¿Qué lugar ocupan éstos en nuestras fugaces, insignificantes y miserables vidas cotidianas?
Por suerte para muchas y muchos aún existe el espacio psicoanalítico para ir a hablar de tamañas nimiedades.
*Psicoanalista, docente, escritor.
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