Era, querido lector. Publicidad del “Banco Popular Argentino”. O sea, aunque fuera nominalmente, había un banco que se decía popular y argentino, y con esas dos palabras creía atraer posibles clientes. Más una tasa para plazos fijos de un, digamos 2% mensual, que podía ser tentadora para los ahorristas. En pesos, hay que aclarar.
O sea, queridos centenials y milenials, que había una vez, hace muuucho tiempo –décadas antes del celu, del tik tok y la autopercepción–, un país muuuy lejano ubicado en el mismo lugar geográfico que este, donde las palabras “popular” y “argentino” tenían buena prensa, el “banco” quedaba en un lugar físico, no en la web, y la gente, si le sobraban unos pesos (sí, no es fake, eso podía pasar), los ahorraba (pregunten a sus bisabuelos el significado de esa palabra).
Pero de esos tiempos en que las redes sociales eran, o parecían ser, de carne y hueso, apenas si nos acordamos. Quizás tampoco eran demasiado ciertas (Cambalache y Yira, yira nos dicen discepolianamente eso), pero quizás, como al sapo cancionero, la canción del vecino confiable, el cine de barrio y el mate charlado en la vereda “nos hacían ilusión”. La política también formaba parte de ese folklore, rock o tango. Hasta ciertas prohibiciones estimulaban el deseo, o al menos teníamos a quienes culpar de nuestras desdichas pasajeras.
La almohada era, entonces, un referente importante. “Consultalo con la almohada”, solía decirse cuando se le recomendaba a alguien no apresurarse en una decisión.
No estoy diciendo que ese tiempo fuera mejor, simplemente porque no lo sé. Quizás era mi propia ingenuidad, quizás los que mentían lo hacían mejor. O quizás les importaba que no nos diéramos cuenta de que nos estaban mintiendo. Aunque fuera por un ratito.
Lo que sí es cierto es que antes, en los colchones, dólares no había. A lo sumo unos pocos pesos escondidos, o a la espera de una crisis, o porque alguien no confiaba en los bancos, o porque era el banco quien no confiaba en ese alguien a la hora de abrirle una cuenta. O quizás porque nadie estaba a la pesca, o a la caza, de ese o esa “más cerca de ser una anchoa, o una mojarrita, que un pez gordo”.
De 1969 para acá, en verdad entre Onganía, Juan Carlos, y Menem, Carlos Saúl, nuestra moneda nacional perdió trece ceros a la derecha: dos en 1969, cuatro en 1983, tres más en 1985, y los últimos cuatro en 1991-1992. El “peso moneda nacional” pasó a “peso Ley 18.188”; luego, “peso argentino”; después, “Austral”. Finalmente, “peso convertible”, aunque luego esta posibilidad de convertible le fue denegada y ahora es “peso, a secas”. Nuestro actual autoritario electo, cansado de que nuestra moneda pierda tantos “ceros”, estaría dispuesto a quitarle el “uno”, y que, acorde a estos tiempos, se autoperciba dólar y listo.
Aquel banco popular, el del Chepibe, se ha colchonizado, si se me permite el exabrupto. Por eso mismo, aquellos que hace 24 años, allá en el 2001, fueron por sus dólares (los suyos de usted, lector) y crearon el corralito, ahora van por su colchón (de usted, lector).
Mantienen bajo el dólar para pagarle menos cuando usted lo venda, y no tenga dudas de que lo van a subir cuando usted los quiera comprar (o cuando compre tomates, sardinas, prepagas, boletos de colectivo o agua “finamente dolarizada”).
Pero volvamos un poco al concepto de “dólar-colchón”. Porque según cierta metáfora, se trata de “un colchón”, o sea “un lugar donde tirarse a descansar", quizás no tan literal como el de la cama, sino aludiendo a la idea de tener un patito salvavidas para cuando el agua llega al cuello, una suma de dinero que te permita seguir comiendo churrasco cuando tu sueldo te dice que no (milenials, consulten con sus antepasados el concepto de “sueldo” y el de “churrasco”). Podríamos decir entonces que “El Tuto Capoto viene por tu churrasco”, sin darse cuenta de que ya te lo comiste; y cuando se da cuenta, te come a vos.
No puedo dejar de pensar en ese muchacho que estaba en la vereda con su colchón, y al verme pasar me dijo:
–Yo lo voté, yo lo voté y le creo, y hago todo lo que me dice que tengo que hacer. Me echo a mí mismo la culpa por ser casta y me congratulo de que el Estado no haga nada por mí. Pero en esto ya no puedo “ser parte”: ¡por más que busque y busque, no encuentro un solo dólar en mi colchón!
Quiero confesarle algo, querido lector: esto de verdad me angustia. Pero no me atrevo a llamarlo al Licenciado A.: ¡tengo miedo de que haya destrozado su diván en busca de dólares!
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “ Ande con cuidado”, hecho hace unos años ¿meses, días, horas, minutos">
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