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-¿Qué aprendizaje le dejó el arduo trabajo de recopilación de cantos, ritmos y canciones tradicionales de comunidades campesinas e indígenas de Perú? En la Argentina, Atahualpa Yupanqui y Leda Valladares hicieron trabajos similares.

-Lo primero era buscar mis raíces, era entender. La primera gran pregunta que me hice con seriedad sobre mi negrismo, sobre mi africanía, era de dónde venía, de qué lugar de África trajeron a mis antepasados. Al no tener una respuesta, empecé a indagar en los ritmos. ¿Qué ritmos? ¿Cómo hilaba los ritmos con algunas nociones de ritmos africanos? ¿Cómo iba a encontrar mi raíz a partir de la música? Y empecé un largo proceso de investigación y recopilación de cantos y canciones. Estuve en África y pude escuchar a la gente de Camerún, por ejemplo, y se parece tanto lo que ellos hacen a lo nuestro, a los festejos. Yo tomé una canción que fue recogida por un obispo español, “Tonada del Congo”. Cuando estuve en el Congo la canté y me entendió la gente de allí. Era suya esta canción también. Entonces, sentí la cercanía y la presencia africana en mi vida. Pero también hubo otros elementos en esto. Era el idioma con que se cantaba. Entendí que no podía encontrar un vínculo entre la africanía peruana y la africanía africana si no había una intermediación, que era finalmente también la España europea, porque eso triangulaba todo. Ése fue el aprendizaje mayor.

-En el disco compilatorio De los amores, que el sello argentino Acqua editó en 2017, por ejemplo, hay una versión potente de "Reina del África” (Javier Ruibal), ¿Para usted, como artista, fue siempre fundamental rescatar la raíz afro de la música peruana y latinoamericana?

-No es un tema de rescatar... Mi proceso con esto no es racional, es estrictamente emocional. Cuando mis pies se mueven por algo es porque algo hay; cuando canto descalza y siento que la tierra me cuenta historias con mi cercanía a la realidad, a la terrenalidad, entonces siento que esas canciones también son mías. No es un proceso racional. Racional los académicos, los investigadores; esto es un cordón umbilical de la emoción y el corazón. Es el amor, mi raíz es más de amor que una demostración de estudioso. Para saberme mi africanía no leo a los grandes estudiosos, huelo a la gente, y siento que mis pies me acercan a ellos, solitos caminan hacia ellos.

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-"El surco", de Chabuca Grande, es una canción que siempre interpreta y a la que le da un lugar especial. ¿Cómo recuerda su vínculo con Chabuca?

-Chabuca Granda fue mi madre musical. Yo era una jovencita que en mi casa no tenía cómo escuchar música, no tenía instrumentos, no tenía una grabadora, no tenía un tocadiscos. Chabuca tenía mucha música en su casa y ella fue tan generosa que cuando me conoció y le cante sus canciones, me dijo que fuera cuando quisiera y siempre la señora que atendía la casa tenía que recibirme. Podía leer los libros que ella tenía, podía escuchar sus discos, y así fui encontrando mucha música que es parte de mi vida. Fui muy feliz en su casa. Chabuca también me enseñó fundamentalmente a escuchar; las canciones que ella hacía eran para escuchar, no eran solamente para bailar o divertirse. Las cantantes que han cantado muchas de las canciones tan comprometidas como “El surco”, que habla de la muerte, la han cantado en un ritmo muy ligero. Mi comunicación con Chabuca era esa cosita del espíritu que nos hacía cantar al mismo ritmo y al mismo poder, su obra que también se convertía en mi obra cuando yo la cantaba.

-¿Qué tan importante para la expansión de su música fue grabar en Luaka Bop, el sello de David Byrne?

-Eso me llevó al mundo, me llevó a Europa, porque los discos que editaba Luaka Bop llegaban a muchas partes. Aquí hay que decir una cosa que es fundamental: el aparato exitoso norteamericano de lo que produce tanto en cine, como en música, como en deporte, está concebido en la búsqueda de éxito. Entonces yo había pasado por Europa, grababa mis discos tenuemente; mi primer disco, el que me dio mi primer Grammy, lo hice sola; o sea, no era con David Byrne. Iba a llegar tarde o temprano a los espacios donde he llegado con David. Y esta cosa impresionante se me abre más rápido, me descubren más rápido. Y yo también descubro porque me había negado a ir a Estados Unidos sistemáticamente, fue David quien me llevó. Después de que yo decía: “Yo no quiero ir a ese país que había maltratado a Angela Davis, quiero ir a otro mundo”. Pero David me mostró ese otro mundo aun siendo norteamericano y entonces esto fue lo que me llevó a otro universo. Contribuyó fundamentalmente a eso.

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-En términos filosóficos, ¿qué significa la voz para una cantora como usted?

-Para una cantora, la voz es la voz. Ahora, sí quiero entender filosóficamente la pregunta, la voz significa un modo de decir y un modo también de comunicar algunas cosas, porque voces maravillosas desde los niños castrados -los castrati, con esas voces angelicales-, las voces de los indios tarahumara cantando cuando los llevan al Papa, sí, pero cantaban cosas que no eran necesariamente las suyas, las que estaban en su raíz. Para mí, la voz es una conjunción extraña entre cantar a tu raíz, buscar una comunicación y ponerle voz a ese sentimiento. Entonces, la voz no tiene que ser lo dulce, lo perfecto, lo académico; no importa si la voz está quebrada, pero que diga es importante. Porque para eso los hombres y las mujeres tenemos voz.

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