En estos cuatro años pasó por una internación, rehabilitaciones de todo tipo y hasta un plan para que un grupo de amigos de los 70` se las arreglaran para organizar su muerte.

En la mesa hay café, una gaseosa y tres tipos de galletitas dulces, me siento a su derecha y me pide que cambié de lugar: “Hay movimientos que son muy pelotudos pero complican todo, a veces el control remoto me quedó en una posición a la que no puedo llegar y si no me escuchan puede quedar el televisor prendido toda la noche”, dice. Vive con cuidadoras sobre las que ya tiene un libro en mente, su casa es un primer piso por escalera, no extraña salir, a estas alturas a la autora de Black Out el alcohol le pega más que antes y prefiere un vino blanco al vaso de whisky. “El gesto de sostener el vaso en la mano no es el mismo con la derecha que con la izquierda”, se queja observando la mano con la que acompaña una oratoria que solo se vuelve difícil de comprender cuando se cansa:  “Pintar un párrafo y pegarlo puede tomarme un tiempo precioso” dice en La Merma.

Antes de “el accidente” escribía con dos dedos y rápido. Ahora solo con el índice izquierdo, durante un tiempo cedió a escribir la primera palabra que se le venía a la cabeza, la pertinente, la que desprecia. Luego de entrenar ese dedo en las teclas dice que solo tiene que esperar a que el cerebro se conecte “y entre la bruma aparezca la metáfora que apruebo”.

Decís que te jactás de haberte vuelto más inteligible ¿lo atravesaste con angustia?

--Ahora no, pero durante un tiempo fue una gran angustia la lentitud entre el pensamiento y la escritura. Pero en vez de pensar en que perdí mi escritura pienso qué mala que era, no se me entendía nada de esa escritura barroca. Leo lo de antes con total intolerancia, no como algo perdido. Uso frases más cortas y no hay tantas enumeraciones caóticas, ahora tengo que vigilar la escritura.

¿Y escribís a mano?

--No. Una cosa horrible es que no puedo tomar notas, a mi en las entrevistas me gustaba mucho tomar notas y ahora no puedo. Pero todo tiene que ver con que nunca entrené la mano izquierda.

“Este libro lo tenía que hacer” dice e insiste en detenerse en el interés por las prótesis. María Moreno investiga y hace entrevistas sobre manos y brazos biónicos, el entrenamiento para que el cerebro pueda enviar órdenes, los muñones o bofes: “Me hicieron un test que pasé con noventa puntos sobre cien, y cien era lo que alcanzaba una mano de nacimiento”, le cuenta Fred en una entrevista, trabajador de una fábrica de placas de vidrio que había tenido un accidente hacía 15 años y que andaba con la mano muerta en el bolsillo, como la llama María “el fantasma” y que estaba muy tranquilo hasta que se presentó un doctor con la idea de hacerle una mano biónica.

¿No tendrías una mano biónica para escribir?

--No, porque escribir es físico, la pose e incluso los gestos que hacés para escribir. A mi me joden mucho con que grabe. Borges y Piglia grababan pero yo lo haré cuando no tenga más remedio. Oír es otra cosa.

Y para caminar…

--Si tuviera 15 años menos hubiera intentado sacarme una pierna y ponerme una prótesis. Pero tarda muchísimo en entrenar, tolerar el dolor que te da el muñón, que no se infecte…

Ya contaste que los médicos estaban empecinados en que caminaras, como una insistencia en el capacitismo.

--Al principio todo apunta a la marcha, a que puedas caminar. Ese aparato te estiraba y vomitabas. Yo al principio podía caminar una cuadra con un bastón tipo trípode pero no me gustaba. Antes no caminaba, me levantaba y me sentaba en la computadora. Me di cuenta que a mi no me gusta moverme, cuando era chica mi mamá me vestía en la cama, yo no me muevo nada. Y además tengo un sueño recurrente muy angustiante que es que puedo caminar y que los demás no se dan cuenta.

Cuando tuviste “el accidente” estabas escribiendo sobre el escritor mexicano Mario Bellatin -que le falta un brazo- y sobre Lina Meruane, quien escribió una novela sobre la posibilidad de perder un ojo. ¿Estabas escribiendo en el momento en el que se te paralizó la mitad del cuerpo?

--Estaba escribiendo sobre esos dos temas y de pronto no siento los brazos ni las piernas. Yo que soy paranoica no me daba cuenta de que ese desmayo que estaba teniendo era raro, saqué la llave de la puerta y llamé a mi hijo, pero antes puse una coma. Terminé la frase que estaba escribiendo. Después volví y ya no hablaba.

¿Fue ahí cuando ideaste el plan de suicidio?

--Y si no puedo hablar, no puedo escribir, no puedo caminar y entonces empiezo a llamar. Estaba lúcida, pero estaba loca. Llamé a todos ex militantes de Montoneros, algunos conocidos y otros no, y les decía que necesitaba que me mataran.

¿Y qué te imaginabas?

--Yo me imaginaba la palabra, pero no cómo se procede. Hasta que un loco me dijo que conseguía un bufo. Entonces ahí empecé a dudar.

Estuviste seis meses internada en un momento en el que la pandemia estaba en su punto más álgido, en el libro relatás los vínculos con esa comunidad en medio del desastre y lo hacés con bastante humor ¿Cómo te las arreglaste para ponerle humor a tanta tragedia?

--Había una piba que tenía una especie de muerte cerebral, pero que la madre la vestía muy llamativamente y ella ni se movía. Yo le hacía todo tipo de maldades, le abría los ojos y ella nada, le hacía ojitos y nada. Pensé que era lesbiana y yo decía `mirá el levante que tengo acá`. Después un día empezó a putearme de la nada: `la concha de tu hermana`. Con ese tipo de cosas me divertía.

¿Cómo te llevás con la autonomía?

--Estoy acostumbrada, lo que extraño es cocinar, podría hacer cosas simples con esta mano pero la silla no entra en la cocina.

¿Y con el alcohol?

--El alcohol me dejó, es una mutación tan grande, no es que no quiero tomar, es que me pega mucho, antes tomaba una botella, ahora no puedo. A me jodían porque me decían que cuando me dormía me quedaba la mano así (como si estuviera sosteniendo el vaso) pero ahora con la izquierda no es lo mismo, porque sostener el vaso es intentar no volcarlo. Ya un poco lo había dejado, en todo te ayuda la vejez. A muchas de mis amigas, las paró el cuerpo.

El universo escatólogico tiene su peso específicio en el libro, lee una biografía de Marguerite Duras y relata: “Ella elige la mierda, repite la palabra varias veces hasta transformarla en una resonancia poética”, Maria Moreno compara su intestino extremadamente largo con las enumeraciones caóticas de cinco renglones de su escritura encerrada entre rayas.

“Perdí la vergüenza”, dice cuando cuenta sus salidas a comer afuera con su hijo: “Me pongo la servilleta de babero y nadie me mira, si fuera joven sería distinto. Y entonces en un momento me pasa que me atoro y escupo todo lo que tengo en la boca. Mi hijo me limpia y todos opinan, y lo mio es una especie de performance".

María Moreno y su gato en su casa, lugar del que no quiere salir. Foto: Sebastián Freire.
 

¿No te molesta la vejez?

--Tengo una coartada, el ACV me sirvió para que no piense que soy vieja. Cuando salgo a la calle me miran porque tengo una silla no porque soy vieja, sepulté la conciencia de la vejez por la conciencia del ACV.

En la Marcha del orgullo Antifacista y Antirracista LGTBIQNB+ María Moreno estuvo en la cabecera con su silla y la batería bien cargada, a esta carambola le dedica el último capítulo del libro, el primero es a los varones -a los chongos- con los que se rodeaba en los bares y con quienes compuso las conversaciones a la que se debe mucha de su formación.

¿Qué lectura hacés de esa marcha un tiempo después?

--Habría que pensar si la marcha tiene que tener un objetivo o una utilidad, yo la veo como una especie de energía que se transmite y en la que hay un goce, de estar juntos y darse un afecto.

*La Merma se presenta en el Museo del Libro y la Lengua (Las Heras 2555) el Viernes 13 de junio 18:30Hs. Participan Gabriela Borelli Azara y Nora Dominguez.

 

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