La valija en el placard Por Sandra Russo 3a55c

El hermano de Ami era militar, un joven oficial carapintada, que casi no tena o con ella porque lo avergonzaba que Ami fuera lesbiana. Pero unos das antes la haba llamado por telfono: creca el run run del levantamiento.


La ltima vez que saqu la valija, esa valija, fue cuando Aldo Rico daba clases, en Monte Caseros, sobre la jactancia de los intelectuales. La duda es una jactancia de los intelectuales, deca el tipo vestido de fajina, y yo no s si era una intelectual, pero que dudaba, dudaba: con la valija, esa valija la ms grande que tengo abierta en el medio del living, dudaba y lloraba. Tena sobre la mesa de luz una tarjeta: me la haba dado Ami, una compaera de la facultad, antes de irse con su compaera ya no me acuerdo el nombre a vivir a Sitges, en Espaa. Ami haba trabajado varios aos en Buquebus, y conoca a varios comisarios de a bordo. En la tarjeta estaba el telfono del ms amigo.
Si se pudre, lo llams. De alguna manera te va a sacar me haba dicho Ami.
Su hermano era militar, un joven oficial carapintada, que casi no tena o con ella porque lo avergonzaba que Ami fuera lesbiana. Pero cuatro o cinco das antes la haba llamado por telfono, cuando creca el run run del levantamiento militar, y le haba dicho que tena algo muy importante que decirle. Quiso la casualidad que cuando el joven oficial caminaba por el pasillo del edificio de Barrio Norte para mantener su breve conversacin con Ami, yo caminara en sentido contrario, hacia la puerta: l me vio salir del departamento de Ami, y cuando nos cruzamos me clav una mirada torva y esquiva. Rapado, alto, buen mozo, all iba, a decirle a su hermana Ami algo ms o menos as:
Esta vez van a cerrar los aeropuertos. Y no va a quedar ninguno. Y no slo van a cazar a los zurdos. Tambin van a cazar a la gente como vos, a los desviados.
En cuatro das Ami, que conoca a su hermano y le crea, levant su casa. Hizo una feria americana y vendi todo. Yo le compr unas copas de cristal que todava son las nicas que tengo. Ami no quera vendrmelas: quera que me fuera. Yo no me quera ir, pero acept la tarjeta con aquel nmero de telfono de alguien que finalmente nunca conoc, y la puse en la mesa de luz. Cuando todava no se saba cmo terminara el alzamiento carapintada, saqu la valija del placard. Dudaba y lloraba, pero no llegu a ponerle nada adentro.
Hoy tena que escribir esta nota sobre la democracia, y me vino la imagen de esa valija a la cabeza. Porque despus de aquel incidente, nunca ms volv a pensar en escapar. Y a veces uno no dimensiona lo valioso, lo importante que es haber vivido todo este tiempo sin pensar en escapar. Y adems hay muchas otras cosas, cosas terribles, repugnantes, que no volvieron a pasar. El miedo, aquel miedo, ese tipo de miedo, ese miedo atroz a los sonidos de la madrugada, ese miedo spero, ese miedo cido a que a uno lo siguieran, a estar en una lista, a estar en una agenda, a que alguien estuviera parado en la puerta de casa, ese miedo incmodo y pueril de repasar qu habamos dicho exactamente delante de ese o esa que de pronto nos pareca sospechoso, poco a poco se fue diluyendo, volvindose un espectro de algo ido.
La democracia es como estar casado: hay que poner mucha voluntad y mucha astucia para seguir conmovindose y excitndose con quien uno sabe que, pase lo que pase, va a estar all, esperndonos. Pero slo pueden darla por segura, por hecha, por sentada, aquellos que han olvidado que vivimos mucho tiempo sin ella, y que fuimos reducidos, sin ella, a la mnima expresin de lo humano. Que la memoria y la mayora de edad nos sirvan, entonces, para honrarla, como se honra a quien, pase lo que pase, despus de un da difcil, va a estar all, esperndonos.