17 AѠOS
1987 / 2004
Un sentimiento


Por Juan Ignacio Boido

Supongamos que nos encontramos en un pas lejano, ajeno, un pas de esos que los libros llaman “remotos”. Un pas cuya capital se nos presenta cosmopolita, polglota, con libreras en las veredas y bares donde los parroquianos discuten cuestiones que nos son extraas pero cuyos modos campechanos y apasionados nos hacen imaginar ideas nobles y futuros justos, mientras la frescura de las palmeras y el olor del invierno prstino nos acerca a esa tierra adentro que todava no visitamos. Supongamos que nos encontramos en la plaza principal de esa capital, una plaza cuyo nombre conmemora la Revolucin; y que en la cabecera de esa plaza la Casa de Gobierno mantiene la tradicin de seguir vistiendo, con estoica grandeza, el mismo color con que doscientos aos antes se engalan para recibir bajo su techo a la Libertad: el color de la sangre de sus hijos mezclada con cal. Supongamos que nos encontramos en un pas as, y que, un poco por necesidad y otro poco por sentirnos parte de ese lugar, nos acercamos a un hombre y le preguntamos la hora. Supongamos que el hombre consulte su reloj, mire al cielo y nos responda: “Son las cuatro menos cuarto, pero por la tristeza de los pjaros se sienten como las seis y diez, verdad?”. No nos quedaramos sorprendidos, azorados? No pensaramos, acaso: “En qu pas maravilloso me encuentro. Un pas de caballeros y poetas, un pas casi metafsico, una ciudad de infinitas posibilidades”? O huiramos despavoridos?
O nos quedaramos impertrritos, impvidos, inclumes, porque al final de cuentas conocemos el sentimiento, nosotros, habitantes de ese pas de nombre de plata y ro color de len que invent la Sensacin Trmica?
Qu puede llevar a un pas a desafiar las leyes bsicas de la fsica? Por qu arrogarse el derecho a convertir un dato fctico en una sensacin? No es, acaso, la unidad de medida inamovible por definicin? Si compramos dos metros de lana y nos venden uno setenta quiere decir que el vendedor sabe que no va a hacer tanto fro?
Quiz por su tradicin psicoanaltica, quizs por su snobismo lacaniano que en todo encuentra otra cosa, en la Argentina parece profesarse una inclinacin casi esotrica por el sntoma. Por el hecho, por ejemplo, de que Eva Pern haya muerto a la misma edad que Cristo. O que un cncer de lengua haya silenciado al orador de la Revolucin. O que la antropofagia, una prctica tan perdurable a nivel simblico, haya arrasado con la primera fundacin de Buenos Aires. O que la ceguera haya resultado el destino de nuestro escritor emblemtico. O que –digamos– Carlos Gardel y Charly Garca compartan las mismas iniciales. O que –pongamos– un peso valga un dlar. Como las viejas tribus, que vean en un pjaro negro la condena de los dioses y en un sacrificio el atajo a la gloria, la Argentina cultiva, adems de soja, la idolatra a s misma, y en esas pequeas bromas cifra su grandeza o su desgracia. Quizs, el hecho de que la familia Bin Laden vaya a construir la torre ms alta del mundo debera ser prueba cabal y suficiente de lo lejos y a salvo que estamos, por ahora, de los grandes simbolismos que forjan el curso de la Historia.
Es una pena que no haya nada cifrado en la naturaleza argentina (los adolescentes no tendran crisis vocacional, los padres sabran si tramitar la ciudadana de la abuela y los abuelos se podran ir en paz sabiendo si vali la pena o no). Pero lo nico cifrado en la Naturaleza (argentina o no) es el instinto de supervivencia: la saciedad del hambre, la procreacin de la especie, la muerte de los rivales y la defensa de propia progenie. El resto es civilizacin: civilizacin que, como todas, crece para decaer por su propio peso: el lujo, la displicencia, la corrupcin. Hizo falta un francs para burlarse de nuestra jactancia: Buenos Aires es la capital de un imperio que nunca existi. Esta supersticin, apoyada en una tierra frtil y los estertores de un proyecto educativo que alguna vez fund el pas, debi, me imagino, dar rienda al hbito de la distorsin. Despus de todo, quien desciende de un imperio que no existi, bien puede decidir cul es la temperatura. Queda para alguna rama de la psicologa sociolgica, o para una mitologa futura, explicar por qu todo un pas es dado a este tipo de percepciones distorsionadas, capaces de alcanzar cimas como la geografa imaginaria (los mapas argentinos incluyen una as denominada “Antrtida Argentina”, a pesar del tratado internacional, suscripto por este pas, que suspendi por tiempo indeterminado todo reclamo de soberana). Mientras tanto, a la espera de esas explicaciones, sera bueno conocer un da en que la Argentina, como la temperatura, no se explique mediante la evocacin de un sentimiento. Explicar lo que un pas es, o quiere ser, debera resultar tan claro como responder qu hora es.
Para vuelo, me quedo con la abuela de un amigo, que deca: “Abrigate que hace un fro de domingo”.

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