Hace unos dÃas, un candidato a la presidencia emitió una opinión que señalaba como algo innecesario la inversión de cantidades importantes de dinero en el desarrollo satelital y otros emprendimientos tecnológicos argentinos. Eso realmente no es novedoso, pero la discusión no resulta baladÃ: si se quiere proyectar a la Argentina como un paÃs importante en el concierto de las naciones, es menester que exista una polÃtica activa en tecnologÃa, que hoy es uno de los motores de las economÃas de los paÃses centrales. Basta con observar lo importante de los complejos militares e industriales de paÃses puestos como ejemplo por varios candidatos de la oposición polÃtica, como Estados Unidos. Los resultados de una polÃtica tecnológica y de investigación y desarrollo no son a corto plazo, y no pueden ser medidos en términos de perÃodos electorales. Y las inversiones en tecnologÃas âsensiblesâ o que aún no tienen una proyección comercial, históricamente han sido emprendidas por los Estados, asumiendo éstos el riesgo. Mas los paÃses no buscan delegar posibilidades de capacidades propias para depender de terceros, sobre en todo en tecnologÃas como la espacial o la nuclear. 2z5r49
En mi tesis doctoral he trabajado la polÃtica espacial de la Argentina, en relación con el desarrollo local en materia de lanzadores satelitales. Para hacer un balance general, la Argentina, que venÃa produciendo un desarrollo incremental de capacidades propias, desde el peronismo y de forma más institucionalizada con la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) desde los años â60, se embarcó en el desarrollo del misil Cóndor II en la década del â80, con el objeto de tener un misil con capacidad disuasiva, pero eventualmente también con el propósito de contar con un desarrollo de un lanzador espacial ulteriormente. Esto acabó con el modelo de desarrollo que venÃa teniendo el paÃs, puesto que se apoyó en terceros paÃses, empresas europeas cuyos capitales señalaban pertenecer a Irak, Egipto, Libia (de acuerdo con Estados Unidos y algunos actores nacionales de la trama). Esto generó desconfianza en los sectores polÃticos norteamericanos, quienes comenzaron una serie de presiones formales e informales que culminaron en la década del â90: la Argentina canceló el Cóndor II porque era parte de un proyecto de Estado proliferador. AsÃ, la palabra proliferación, repetida en la academia, los medios de comunicación masivos y en los ámbitos diplomáticos, calificaba a nuestro paÃs por tener ese desarrollo tecnológico.
La polÃtica adoptada en la presidencia de Carlos Menem, para evitar el asunto calificado de âirritanteâ para las relaciones bilaterales con la principal potencia militar mundial, fue la de destruir el Cóndor II. El acierto de esa polÃtica fue la creación de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae), con el fin de llevar a cabo la polÃtica espacial del paÃs, siempre enmarcada dentro de la polÃtica exterior llevada a cabo por el Ministerio de Relaciones Exteriores: el logro fue la institucionalización. Sin embargo, los grandes logros han venido después. La polÃtica económica de la década del â90 fue neoliberal y desindustrializadora. Lo sucedido en materia espacial no puede escindirse de aquel contexto económico.
El dato relevante es que en la presidencia de Néstor Kirchner existió una polÃtica activa en pos de recuperar la industria nacional. La polÃtica económica se diferenció sustancialmente de la de sus antecesores. Acompañadas estas nuevas polÃticas con la continuidad institucional lograda con la Conae y la polÃtica exterior, la Argentina dio un paso que se verifica en pocas áreas del Estado: combinando institucionalidad con recursos, la Argentina tiene proyectos y logros en materia espacial. La economÃa por sà sola no logra nada. La institucionalidad solamente, tampoco. Un altÃsimo funcionario de la cancillerÃa de Menem me dijo en una entrevista: âEs más barato tomar un taxi que comprarse un autoâ, en alusión a que era más fácil pagar a terceros paÃses por el lanzamiento de satélites propios. Esta era la concepción del menemismo antes y de varios candidatos presidenciables hoy. El taxi, definitivamente, no es una polÃtica tecnológica.
* Politólogo, investigador del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Técnica José Babini, Universidad Nacional de San MartÃn.
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