La economÃa clásica, en cierto sentido, era más âhumanaâ que otras formas de economÃa subsiguientes, pues, aunque no distinguÃa diferencias entre individuos, al menos reconocÃa la pertenencia a una u otra clase social. Lo hacÃa al distinguir el modo de participación en la producción, y con ello los respectivos niveles de ingresos, y por tanto el a distintos tipos de bienes: los asalariados sólo podÃan acceder a âbienes para asalariadosâ, en tanto los terratenientes, cuyos ingresos dependÃan de las buenas o malas cosechas y por tanto âcubiertas en todo momento sus necesidades básicasâ tenÃan a bienes reservados al alto poder adquisitivo: los llamados âbienes suntuariosâ, aquellos consumidos por puro lujo u ostentación, que no son insumos de ningún proceso productivo. Los terratenientes, según los economistas clásicos, en tiempos de buenas cosechas, y por tanto de ingresos abundantes, gastaban (o mejor dicho, dilapidaban) sus incrementos de ingresos en emplear criados, servidores cuyos servicios mejoraban el tenor de vida del terrateniente, pero no la cantidad de producción social o la acumulación de capital. Esas ideas, expresadas en términos más generales, sugieren que los bienes suntuarios son aquellos demandados al ocurrir incrementos de ingresos de agentes económicos cuyas necesidades de subsistencia ya se hallan cubiertas, y forman una alternativa a ahorrar el incremento de ingresos. Bienes asà son las joyas. Estos bienes tan especiales, que uno asociaba a la imagen de los reyes y alta aristocracia, hoy aparecen en los medios, indicándonos que se ha formado un mercado para ellos. ¿Cómo entender de otro modo los siguientes mensajes?: âEsas joyas que usted ya no puede usar, ese viaje con que soñaba y no puede pagar: llévelas a Casa X: 85 años en el mercado, pago en efectivo, precios internacionales, absoluta reservaâ. El mensaje claramente implica una redistribución de ingresos: de una clase cuyos ingresos bajaron (algún estrato de la clase media) hacia una clase cuyos ingresos ya eran altos antes de la redistribución, y cuyos nuevos ingresos crean, después de la misma, una nueva demanda de bienes suntuarios. Es un caso clarÃsimo de una sociedad que se vuelve más desigual. La historia se repite, como se ve, en el sentido de una redistribución perversa, de dar más riqueza a los ricos, haciendo más pobres a los pobres. 4u1zj
âSin saber, nada se adelantaâ, decÃa Belgrano, y a renglón seguido indicaba una serie de conocimientos indispensables para que América del Sur saliese de su estado de atraso e inacción. Los instrumentos para transmitir conocimientos a grupos humanos y para incorporar adelantos generados en otras latitudes son la escuela y el libro, respectivamente. Ese espÃritu de mejorar a través del saber nos hace conmemorar cada 28 de noviembre como el doble aniversario de medidas para mejorar la sociedad a través del conocimiento económico. En primer lugar, la creación de una cátedra especÃfica de EconomÃa en la Universidad, el 28 de noviembre de 1823. El mérito fue de Bernardino Rivadavia, tras haberlo intentado once años antes. Cuando propuso, en 1812, que se enseñase EconomÃa PolÃtica en un salón literario, no tenÃa definido a quién se confiarÃa tal misión, con qué texto se enseñarÃa, dentro de qué plan de estudio, en qué lugar y aula, y con qué fondos se pagarÃa tal servicio. En 1823, luego de haber visitado Inglaterra y Francia, acordó con el creador de la primera moneda patria, Pedro José Agrelo, que tomase la tarea, hizo traducir el texto de James Mill para ese fin, y fijó las áreas que se enseñarán y obligaciones del profesor. En 1824, triunfal, declaró en la Legislatura que âha comenzado a enseñarse la economÃa polÃtica y pronto el paÃs contará con es inteligentesâ. En segundo lugar, la aprobación de un plan de estudios para enseñar Ciencias Económicas, en el seno de una Facultad especÃfica de la UBA, el 28 de noviembre de 1913. En octubre de 1909 Antonio Dellepiane, en la colación de grados de la Facultad de Derecho, propuso abrir en esa misma casa de estudios una nueva carrera, la de Altos Estudios Comerciales. Hizo suya la idea el ministro de Instrucción Pública Rómulo S. Naón al fundar en la UBA una nueva facultad, âde ciencias económicas y comercialesâ, denominada, en el presupuesto de 1910, âInstituto de Altos Estudios Comercialesâ (IAEC). El IAEC estaba destinado a enseñar dos carreras: Licenciado en Ciencias Económicas (4 años) y Contador Público (3 años). Sobre la base del Instituto y conforme al proyecto del médico y diputado José Arce, se creó la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA por ley Nº 9254, del 30/9/1913, promulgada el 9/10/1913. El 28/11/1914 el CD aprobó el primer plan de estudios de ciencias económicas de la Argentina.
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