Las voces opositoras no explicitan su proyecto económico, aunque sobran los indicios. En el camino previo se intuye que la estrategia inicial, codo a codo con el poder mediático, es hacer realidad la doctrina Sanz, la etapa superior del Grupo A, un remozado âcuanto peor mejorâ que busca el fracaso de cualquier acción gubernamental sin que importen los costos, sociales y económicos. El ejemplo de esta semana fue la amenaza de investigar, en el caso de alcanzar mayorÃas parlamentarias, a quienes adhieran a la âexteriorización de activosâ. La táctica, en tanto, se basa en la doctrina Carrió: machacar en la antipolÃtica de las clases medias: âtodos son corruptosâ, gritan. Estas voces olvidaron rápido que en 2011 el exceso de apego al libreto corporativo se pagó en las urnas. Inclusive algunas figuras emblemáticas redujeron su representación a la marginalidad, casi a la inexistencia. Hoy el denuncismo de una cosa pública presuntamente estragada por la corrupción alcanza sus lÃmites. En el micromundo mediático se vuelve cada vez más difÃcil subir la propia apuesta para sostener la indignación semanal en base a pesquisas de rigor escaso. El castillo de naipes tiembla frente a una sociedad agotada. Las PASO pondrán en orden el descalabro imaginado. En ellas morirán los valientes. 4fa3
Mientras esto sucede en el debate polÃtico sin polÃtica, en la economÃa los desafÃos son otros. El actual proyecto ronda apenas una década. Quizá sea poco tiempo para algunos cambios estructurales, pero mucho para votantes que ahora comienzan a los 16. Para las nuevas generaciones, la última dictadura se encuentra casi en la prehistoria y la época de auge del neoliberalismo, ayer nomás para los veteranos, se esconde entre brumas. Para muchos economistas desprestigiados tras su paso por la función pública o por la contumacia de sus pronósticos fallidos, no ser caras conocidas entre teenagers y veinteañeros puede ser un activo, una patente de impunidad para repetir las viejas recetas como si aquà no hubiera pasado nada, como si ellos no hubiesen sido.
Estos economistas aparecen en los medios, relatan que la recesión es inminente con la misma seguridad con que auguraban que el dólar paralelo no tenÃa techo, también reclaman una nueva megadevaluación y, con los mismos argumentos usados para pronosticar el apocalipsis que no ocurrió, sostienen que, ahora sÃ, finalmente acontecerá.
La táctica y estrategia del presente, sin embargo, no explicita el plan de un posible futuro gobierno. Quizá piensen, como en su momento se sinceró un presidente riojano, que si adelantan lo que harán, no serán votados. Por ello, es necesario saber que detrás de la parafernalia denuncista, de las apelaciones globales a la república y a la libertad, existe un proyecto de paÃs distinto del actual que, en lo económico, no se limita a las virtudes de una menor inflación o al libre a dólares baratos y abundantes. Tampoco, como en su momento propuso la Alianza que derrotó al menemismo, a una alternativa más prolija o eficiente al rumbo actual.
A juzgar por la suma de declaraciones de sus voceros, la propuesta opositora es revertir los principales logros estructurales de la actual istración. Seguramente no se dará marcha atrás con la AUH, que es vista como una polÃtica de contención social efectiva inclusive por los sectores más ultramontanos, pero sÃ, casi sin excepción, todos los opositores proponen como punto de partida redefinir alianzas internacionales y locales.
Una idea compartida es volver a los mercados globales. Ello supone, sobre el fin del ciclo de desendeudamiento, regresar a la tutela de los organismos financieros y sus condicionalidades. El argumento principal para sostener esta propuesta puede leerse todos los dÃas: las tentadoras tasas que pagan nuestros vecinos continentales. El supuesto implÃcito es que conseguir estas tasas bajo esas reglas demanda la reconquista de âlos mercadosâ, ansiosos de desterrar el mal ejemplo argentino y hacer tronar el escarmiento. Ello significarÃa allanarse a todos los reclamos del Ciadi y de los fondos buitre. En 2010 y 2011, por ejemplo, parecÃa que la economÃa local no tenÃa destino si no se arreglaba con el Club de ParÃs. AsÃ, antes de ganar cualquier confianza, el paÃs deberÃa enviar buenas señales, es decir: asumir el pago de nuevas obligaciones multimillonarias, las que a su vez volverÃan a ser determinantes de polÃticas impuestas por los organismos.
En cuanto a las alianzas locales, la propuesta es que el Estado retroceda de sus pocos avances sobre sectores clave. YPF, AerolÃneas o, también, Canal Encuentro, pasarÃan a ser considerados fuentes de déficit e ilusiones pretéritas. Por supuesto, los tipos de cambio múltiples para equilibrar sectores con distinta rentabilidad relativa desaparecerÃan, âhay que dejar en paz al campoâ, se repite desde múltiples ámbitos, lo que no sólo desfinanciarÃa al Estado, compelido asà a ajustarse nuevamente, sino que arrasarÃa algunas manufacturas incipientes. El resultado: contracción y desempleo.
La inflación no serÃa problema. El Banco Central volverÃa a ser âindependienteâ y concentrado en el valor de la moneda y metas de inflación. La idea serÃa aplicar un shock de contracción monetaria con ajuste fiscal, las dos obsesiones de los economistas opositores y su perimido marco teórico. Estas acciones combinadas frenarÃan la economÃa, caerÃa el empleo y, con él, el poder de negociación de los salarios. Las culpas serÃan de âlos desequilibrios acumuladosâ por el gobierno anterior. La inflación serÃa más baja y aumentarÃa la confianza de los inversores, lo que de ningún modo significa que la inversión crecerÃa, ya que en todo el mundo se mueve por criterios objetivos de rentabilidad.
Los expuestos son apenas los principales puntos de un programa común con consenso entre la mayorÃa de los opositores. Entrar nuevamente y por voluntad mayoritaria del pueblo en un esquema semejante parece insólito, pero podrÃa suceder. La receta mediática para alcanzar el objetivo es la de Hotel Transylvania; que todos los monstruos se alojen en el mismo castillo. El problema para el oficialismo es que con tantos monstruos afuera, no hay tiempo para deshacerse de los propios
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