Daniel Fanego, Julio Chávez, Juan Carlos Gené, Osqui Guzmán y Luis MachÃn recibieron anoche el diploma al mérito que otorga la Fundación Konex a las personalidades más destacadas de la última década, en el rubro âActores de teatroâ: espléndida oportunidad para invitarlos a hablar del escenario como máquina para interrogar al mundo. Aceptado el reto, los artistas llegan uno a uno âChávez se excusó: tenÃa grabaciones pendientesâ y le dan aire a una conversación que de a ratos recupera la calidez de una mesa de café donde cuatro tipos se reparten, como cartas marcadas por la esperanza, los saberes y las deudas del oficio que aman. 704r5h
âLos cuatro tienen mucha experiencia. ¿Qué es lo más Ãntimo que, después de tanto tiempo, siguen buscando en la actividad teatral?
Juan Carlos Gené: âPara zafar, podrÃa decir que uno no busca nada... pero estarÃa mintiendo. Cuando sube a un escenario, lo sepa o no, el artista se asoma a lo sagrado. Ahà viene la parte en la que usted pregunta qué es lo sagrado y yo no sé qué responder. Pero lo sentÃs y, cada tanto, también lo siente el público.
Osqui Guzmán: âA veces se despierta algo que trasciende la obra de teatro. No es fácil detallar qué. Es innegable, eso sÃ, que los actores seguimos dedicando horas y horas a perseguirlo, a debatir qué obras queremos hacer y cómo queremos elaborarlas. Se parece a preparar una comida que vas a compartir con los demás. Sólo que no hay recetas.
âIgual, entre los ingredientes, seguro está la libertad.
Luis MachÃn: âEl artista tiene la ventaja de ocupar un lugar desde el que expresa ideas que otros a lo mejor no pueden. No es lo mismo que Fito haya salido a decir lo que dijo (N. de R.: se refiere a la contratapa de Página/12 en la que Páez declaró sentir âascoâ por la actitud de los votantes porteños) que el hecho de que salga el tipo de la esquina a decir lo mismo. En el artista se delega cierta fe en la transgresión, en lo repentino. Si me cuestiono para quién hago lo que hago, compruebo que es fundamentalmente para mÃ. De ahà que algunos nos hayamos puesto este tÃtulo de artistas... ¡nos permite desbocarnos!
Daniel Fanego: â¿Qué buscamos? Hacemos una actividad fÃsica y mental que implica una disciplina. Esa disciplina te lleva a cultivar un oficio, que a su vez te lleva a tomar conciencia de que hacés un trabajo enmarcado en una sociedad. Por lo tanto, a mà el teatro me constituyó. Nada menos.
âLos Konex reconocen la labor de los últimos diez años. ¿Creen que cambió la relación entre los actores y la polÃtica desde 2001? ¿Es útil hablar de ânuevas militanciasâ?
O. G.: âLa palabra âmilitanteâ me resulta ajena. Tuve, sÃ, una bisagra cuando Daniel (Fanego) me convocó para Teatro x la Identidad. Leyendo los textos lloraba sin saber por qué; y supe que querÃa estar ahà para lo que esa gente necesitara. En ese instante se desdibujó el lÃmite entre el actor y el ciudadano. Apunto a eso: construir una obra se asemeja a construir un paÃs. Ningún personaje debe estar de más, hay que tener una historia...
D. F.:âEl teatro mismo es una militancia. HarÃamos bien, sin embargo, si lográramos dar con una palabra menos castrense, que nos permita relacionarnos con lo real no sólo desde el enfrentamiento. Digo esto y me da miedo de lo que pueda estar pensando Juan Carlos (risas).
J. C. G.: âNo, es verdad. âMilitanteâ recuerda demasiado a âmilitaresâ. Yo no tengo claro si ha cambiado la visión de la polÃtica que tienen los actores. Tampoco es nueva la rispidez con que la derecha declama sus máximas. Sà noto, a lo mejor, que desde el campo artÃstico salen contestaciones que durante los â90 no eran tan visibles.
MachÃn escucha con dosis parejas de atención y ensimismamiento. Como si estuviera ordenando las oraciones que vendrán. En efecto, se lanza a analizar su nudo con la polÃtica a partir de una infancia salpicada por el chapoteo de su familia, que intentaba hacer pie entre las olas del peronismo y la democracia progresista. âEl dÃa de la muerte de Kirchner fuimos con mi compañera a la Plaza y no pude evitar acordarme de Perón. Yo era muy chico, y recuerdo que mi vieja no entendÃa mi llanto. Pero me pegó fuerte. Quieras o no, esas circunstancias te afectanâ, relata.
âO sea que la polÃtica cala las sensibilidades y, por elevación, al teatro. ¿Cómo ha funcionado esa dinámica en la Argentina reciente?
L. M.: âCuando llegué a Buenos Aires âen el â93, pleno auge neoliberalâ, noté que habÃa quienes copiaban modelos de afuera y quienes construÃan su propio lenguaje. Si uno repasa las actuaciones argentinas de los â90, se topa con interpretaciones lavadas, que nada tienen que ver con lo rioplatense. Es una de las marcas que nos quedaron y que hay que repensar.
Tras un par de interrogantes, los actores se embalan solos en la discusión. Apasionados, sorben sus cafés con apuro y tiran al aire opiniones sobre la polémica acerca de la desinscripción del teatro local. Se trata de un contrapunto que removió el avispero a lo largo del último lustro, a partir de las intervenciones de Rafael Spregelburd, Griselda Gambaro, Jorge Dubatti y Patricia Zangaro. ¿Qué está primero, un arte de âlo gozosoâ o un arte de âlo importanteâ? ¿Existe la posibilidad de alcanzar una aleación âespecie de santo grial de la dramaturgiaâ entre lo ético y lo placentero? Dice Fanego: âEs un problema precioso, porque nuestro teatro nace en medio de una contradicción cultural. Si uno repasa Historia del Teatro Argentino, de Osvaldo Pellettieri, descubre que poco a poco los nombres ses van siendo reemplazados por los criollos y por los Podestá. Nuestro oficio se inscribió en un territorio, aunque en los â90 eso se desdibujó, al triunfar no sólo un modelo económico sino toda una corriente de pensamiento únicoâ.
âY es interesante que uno de los sucesos que le da contorno a la década que ya se va sea la rebelión popular que salió a las calles el 19 y 20 de diciembre de 2001. Dejando de lado el rol nefasto que cumplieron los operadores que buscaban aumentar el caos, no es casual que muchos se refieran a aquella rebelión como âel Argentinazoâ; una especie de retorno a la inscripción en lo popular...
O. G.: âEn ese momento yo estaba haciendo con La Banda de la Risa una obra que se llamaba El pelele. Terminábamos con una murga que compuso Enrique Pinti: âEl pueblo va a mandar / el pueblo va a mandar / uia, qué gran bolonqui / que se le puede armarâ. Cantábamos eso y era simplemente festivo. Ahora, cuando volvimos en enero de 2002, veÃas las caras de jóvenes y viejos llorando y aplaudiendo de pie. Las viejas gritaban desde la platea: â¡Eso, tiene razón!â. Es muy loco, porque nos habÃamos sintonizado con el paÃs y paralelamente nos basábamos en técnicas de un francés, Jacques Lecoq. Somos hijos de esos cruces.
Guzmán repite una frase que le quedó grabada de cuando empezó a tomar clases de teatro y le pasaron un casete del español José MarÃa Vilches, que habÃa cruzado el paÃs representando a El bululú, una puesta que el actor retomó, adaptó y volvió a poner sobre las tablas. âVilches decÃa que el pueblo necesitaba un âteatro propio, que le represente el drama de su propia existenciaâ. Con eso tiene que ver nuestra tarea hoy, sin cerrarnos a lo bueno de afueraâ, agrega.
âHablar de esta apertura y de la variedad de estéticas conduce, por lo general, a ponderar las cientos de salas que hay en Buenos Aires. Pero, ¿no es eso un lugar común? ¿Qué hay realmente en la escena nacional, más allá de la cantidad de salas?
.J. C. G: â MuchÃsimo. Desde el actor más refinado hasta el último de los comicastros, hay rastreadores de lo divino. Cada uno de nosotros oficia en altares que no conoce: a los actores nos une eso y, a mi edad, la fila para ir a retirar la dentadura postiza (risas). En cuanto a las estéticas, diré que no son más que creaciones teóricas que hacen los observadores y los crÃticos.
D. F.: âEstoy de acuerdo con el maestro. Otro de los rasgos concretos que hay detrás del dato duro de la cantidad de salas es que se está produciendo una clase muy particular de actores. Son muchos y buenos. Y es una excelente señal, si consideramos que el actor se inspira en otros sujetos sociales e intenta comprenderlos. Es una de las aptitudes que tiene nuestro pueblo.
âBueno, esa matriz es una parte. Está la otra, que consiste en la negación absoluta del otro.
L. M.: âComo rosarino, una de las grandes necesidades que detecto es el centralismo. Hay que dejar de calibrar lo teatral exclusivamente desde Buenos Aires. Dos por tres te pasa que vas a ver obras del âinteriorâ y son una copia de las que se exhiben acá en el centro.
O. G.: âA mà me tocó ir a ver seminarios en diversos puntos del paÃs y les aseguro que he visto intérpretes exquisitos. Lamentablemente, demasiados emulaban la estética porteña. Es innegable que el Instituto Nacional del Teatro apoyó producciones de allá, pero persiste esa intención de copiar. Eso ya fue. Hay que aprender a captar la belleza con que un pescador enlaza su lombriz en el anzuelo, la ternura con que su novia lo saluda. Nuestra tierra está llena de vidas conmovedoras.
Para los consultados, una de las causas de la homogeneización es la larga garra de los medios de comunicación dominantes. âTal como está, la televisión borra los rasgos de identidadâ, subraya Fanego. Acaso la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual âcon su estÃmulo a las producciones regionalesâ ayude a paliar ese problema. âPero falta todavÃa defender nuestras ficciones, que desde la privatización de los canales de aire fueron cayendo en picada, con efectos directos sobre el ambiente teatral. Los de los countries, por ejemplo, son habitantes que han dejado de ir al teatro, se aislaron voluntariamenteâ, se queja.
â¿Alguna vez hicieron una gira por los countries?â, espeta âya rodeada de nocheâ la voz cavernosa de Fanego. MachÃn, con ese estilete hilarante que sabe pelar a veces, le retruca: âNo, pero sà me ha pasado que un country entero venga a ver mi obra... ¡No sé qué es peor!â.
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