Interpretada por Marina Castillo, Las lágrimas que me tragué es una obra que instala una pregunta difÃcil de responder en un mundo superpoblado de objetos que generan dependencia: ¿qué sucederÃa si uno decidiera desprenderse de todo aquello que fue acumulando durante toda la vida con la idea de circular por los márgenes del consumo? Con humor sensible, a veces desconcertante, el monólogo desarrolla esta hipótesis que ve multiplicadas sus resonancias en la interpretación de la propia Castillo. Quien dirige es Ezequiel Matzkin, también autor de la obra, el mismo de Tu ausencia animal, unipersonal que el año pasado estuvo a cargo de AnalÃa Sánchez. 3j4w5q
En Las lágrimas... (Veravera Teatro, Vera 108, sábados a las 22.30), el personaje de Trinity hace el relato de su historia familiar poniendo el foco en los estragos de una educación orientada a homologar el ser y el poseer. Es por esto que la joven protagonista desea romper con la existencia claustrofóbica a la cual la condena una madre absorbente. Descartar los objetos (todos, los de uso corriente y también los que representan momentos importantes en la vida) significa, para ella, llegar al centro de su propia existencia y conquistar su libertad, tras haberse percatado de que existÃa el peligro de cosificar su mundo simbólico, sus ideas y recuerdos, su anhelos; en fin, toda su vida.
âQuiero borrar la presencia de este mundo material, fÃsico-doloroso, lleno de objetos que hieren âdice Trinityâ, y hundirme en una geometrÃa ideal: en un mundo diseñado para un niño, sin ecuaciones algebraicas, sin despedidas amorosas, sin fuerza de gravedad. Sin IVA.â El autor también piensa en consonancia con su criatura: âLa posesión de objetos y bienes materiales media y hasta impone su sesgo en las relaciones entre las personasâ, opina Matzkin, al referirse a la dependencia que genera el consumo, propiciada por el mercado y retroalimentada, a su vez, por los hábitos de las personas. â¿Y si lo que se posee pasa a tener el mismo valor que el vÃnculo que ese objeto representa?â, se pregunta y arriesga una conclusión: âEntonces el amor por esos objetos puede transformarse en orientador de la vidaâ.
Matzkin se reconoce aburrido de los lugares comunes en los que suelen caer las obras que hablan de historias de familia o las que aluden a la marginalidad. A pesar de que, en su calidad de sociólogo habituado a trabajar con menores en situación de encierro debe sobrarle material para elaborar ficciones. âNo me interesa el teatro que va hacia el costumbrismo âafirmaâ. Para mÃ, el teatro tiene que ser mágico, fantástico y dotado de belleza visual.â Para el autor y director, âel teatro off está preso de la falta de recursos económicosâ y, según su punto de vista, muchas veces adolece de carencias de tipo intelectual. âVeo muchos planteos teóricos unidireccionales, una preferencia por lo vacuo, lo efÃmero, lo espontáneoâ, enumera.
âPartà de algunas premisas: ¿Uno es lo que tiene? ¿Uno tiene lo que puede tener, lo que le corresponde? Y de una imagen: una persona que se deshace de todo lo que tiene, de una forma tan violenta que resultaba impracticable de llevar al teatro.
âEs que cuando se está tan cercado por el peso de los objetos, tarde o temprano deviene algo fatal para el espÃritu. La muerte es, para Trinity, un motivo de liberación. Y por ese motivo, la muerte es una situación festiva.
âCada persona tiene lo que podrÃamos llamar un sistema de posesión. Cada uno arma el suyo. Se trata de las cosas que se almacenan con âpesoâ afectivo. Me parece que el capitalismo es tan penetrante que colabora en ese armado singular del propio sistema de posesión.
âTodos se vuelven un lastre. Para la obra elegà objetos con los cuales todos los espectadores se identifican. Pero lo que para algunos puede evocar un dulce recuerdo para otros puede significarles un pesar que los reenvÃa a situaciones pasadas de dolores presentes. Eso es lo que le sucede a Trinity.
âEl valor que se le asigna, porque entraña el peligro de la dependencia. Creo, además, que ése es un afecto mal dirigido, sea la computadora, el sofá o un animal doméstico el que lo recibe. Personalmente, me resulta insoportable la idea de transferir afecto a un objeto.
âHay que diferenciar entre la utilidad que nos proporciona la tecnologÃa, por ejemplo, de la alienación que puede producir su uso intensivo. Existe el riesgo de que la persona se vea absorbida al punto de que impide en ella el desarrollo de potencialidades, de cuestiones nucleares que hay dentro de cada uno.
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