Es viernes, media hora pasó de las 22. En el escenario hay un hombre capaz de hacerle creer a su público que dos pedazos de esponja antropomórficos son personas. Estos seres, Luis âun tipo de anteojos, obstinado, camisa escocesaâ y Nelly âuna mujer grande, arrugada, de delantal rosa, facha y renegonaâ vienen a boicotearle el espectáculo. Luis pareciera que ya quiere vivir solo, sin que lo manejen y Nelly llega después para sentenciar que esta obra es âproducto de la drogaâ. Cóctel es, en parte, la revancha de los muñecos, y el espectáculo revelándose en su propio carácter, porque quedan al desnudo todos sus mecanismos. âLa peor pesadilla del tÃtere es el ser humanoâ, sentencia Manuel Mansilla, titiritero lomense y del mundo, quien se deja ver en esta obra conversando con Luis, discutiendo con Nelly, y manipulando un rollo de papel higiénico y uno de cocina en otro número, más cerca del teatro de objetos. 243u1m
Mansilla se enamora de aquella idea (parece que es la primera vez que la dice, que la está descubriendo): âLos tÃteres están condenados a nosotrosâ. Como todo, pensará, seguramente; se le adivina en el gesto. A pesar de que es titiritero desde que, más o menos, tiene uso de razón, y de que dice âviajamosâ, en plural, pensando en esas raras compañÃas; aclara que no es un obsesivo de sus muñecos. âNo es que me pongo a hablar con ellos solo en mi casaâ, dice, contradiciendo lo que cualquiera sospecharÃa tras ver el espectáculo. âEso sÃ: los respeto mucho. No cualquiera los toca. Los cuido. Los guardo en un lugar y de un modo determinados. Hay gente que les manda saludos a los tÃteres y no a mÃ. Después de las presentaciones en los pueblos, la gente me dice: âMandale un saludo a Luisââ, cuenta el joven de 31 años, que ha dado vida a estos personajitos en casas, teatros, escuelas, bibliotecas, geriátricos y festivales nacionales e internacionales (en Chile, México, República Dominicana, Venezuela, Colombia, Ecuador, Cuba y Guatemala).
La mayor parte del tiempo, Cóctel es un diálogo entre el titiritero y Luis. Y esa conversación entrañable entre un hombre con vida y otro que tiene vida gracias a él, atraviesa momentos de lo más diversos: mucha, muchÃsima risa (este Luis es muy ocurrente), hasta la tristeza de saber que Luis nunca será un ser humano, aunque lo ansÃe con tantas ganas. Con Nelly la cosa es más distante. Ella fue contratada, aparentemente, para hacer un cambio en la escenografÃa, pero aprovecha la ocasión para despotricar contra el espectáculo, con argumentos muy de Eduardo Feinmann. âMi abuela me decÃa muchas cosas, y yo me encontraba repitiéndolas. En un momento me di cuenta de que muchas otras abuelas decÃan cosas muy copadas. Nelly es el embudo adonde van a parar todas esas cosas que dicen las señoras. Luis es la terquedad que veo en mà y en los demás: cree, aunque sabe que es mentira. Cree eso porque necesita creerloâ, describe el artista a sus criaturas.
Y otro tema del espectáculo es la muerte. Hay un tÃtere que es la propia muerte de Mansilla. Una calavera con manta negra. Una música oscura aparece cuando la muerte se hace ver entre los espectadores. Y entonces los muñecos, que en el imaginario colectivo representan la niñez, la inocencia, el juego, vienen a plantear un mensaje respecto de lo más álgido, del final de la vida. âCuando sos adolescente, no tenés conciencia de la muerte. Ahora siento la necesidad de ponerla en escenaâ, explica Mansilla. Y cuenta una historia para ampliar esa perspectiva psicoanalÃtica. âEl dÃa en que nació mi ahijado, murió su abuelo. Eso es la vida: unos llegan y otros se van.â Cuenta el titiritero que ese dÃa llegó a su casa y se dijo a sà mismo que si no hacÃa un espectáculo ligado a esa idea, se iba a âmorir de angustiaâ.
âEs interesante ese choque: el tema de Cóctel es la muerte, los muñecos están al servicio de una idea muy dura.
âEs cierto que el inconsciente de las personas relaciona al tÃtere con el juguete y la inocencia. La gente entra al teatro desprotegida, con la guardia baja, y se encuentra con que los tÃteres le plantean cosas que ni siquiera se habÃa preguntado. Estoy jugando con cosas que todos sabemos, a las que todos les tenemos miedo, y mientras las comparto, las voy intentando entender. Hace un tiempo no podÃa hablar sobre el amor como puedo hablar ahora, o de la muerte. Tampoco podÃa hablar del miedo que le tengo a la vejez. Mis espectáculos nunca terminan en una resolución, van creciendo a medida que voy creciendo fÃsica, espiritual y mentalmente. Cuando uno está sensible, el mundo le da historias. Por ejemplo, en abril, en República Dominicana, me mordió un caballo. Todo lo que me pasó después fue alucinante: me mordió a las 3 de la mañana y tuve que ir al campo a preguntarle a un dominicano si estaba rabioso. Me sentÃa un extraterrestre. A veces son cosas felices, a veces desgracias; si las sabés capitalizar, el material está ahÃ.
â¿Cómo es hacer tÃteres para adultos, qué significa para usted?
âEn realidad, uno hace teatro, y desde ahà encuentra que los tÃteres son el mejor puente para lo que quiere contar. Concibo al teatro como un hecho sin edad. Y pienso que este espectáculo es ideal para adolescentes, que son los más conflictuados. Me gusta que puedan venir todos, que todos se sientan respetados y contemplados: en la fiesta hay gaseosa y también alcohol. Los rótulos que se le dan al teatro tienen que ver con lo comercial, me interesa no aclarar tanto, voy en esa búsqueda. En la función del viernes pasado habÃa una pareja de abuelos con su nieto. Se rieron juntos, me dijeron. Si puedo crear una dimensión en donde suceda eso, ya está. Es mi aporte a la vida, mi grano de arena. Es alucinante.
â¿Cuándo hizo su primer tÃtere?
âMi vieja dice que todo era tÃtere para mÃ. Cuando me vio actuar la primera vez, me dijo: âEs como si te viera jugando con siete añosâ. Todo era jugar, juguete, chiche; todo se convertÃa en otra cosa. El primero a conciencia lo hice cuando tenÃa quince años, en un taller de teatro. HabÃa que construir un muñeco que fuera reflejo de uno. Hice un bicho medio Tim Burton, con garras... lo tengo todavÃa. Durante un tiempo manipulaba eso, era un personaje neutro, de cinta de papel y alambre, una cosa monstruosa. HabÃa algo de esa monstruosidad que lo hacÃa perfecto. Los tÃteres que construyo suelen ser monstruosos: son reflejos de nosotros. Tienen una mano más grande que la otra, un ojo más cerrado, una teta más grande, una pata más corta... puede ser más interesante para el teatro lo que no es armónico. Si no fuera porque yo le coarto su plan, Luis le hace creer a la gente que él es un tipo. Los tÃteres están condenados a ser boicoteados por los humanos.
* Cóctel, de Manuel Mansilla y su teatro de tÃteres anticostumbrista, tiene su última función hoy a las 22.30 en Pan y Arte, Boedo 876.
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