Félix es su segundo nombre, y dice que le gusta. Asà se llamaba su padre. No sabe si guarda una significación âesencialâ, como algunos nombres bÃblicos, pero no tiene adornos que lo estropeen. El actor Alfredo Alcón posee una especial sensibilidad para detectar lo superfluo, âtentación de los insegurosâ. Opina que âen el afán de estar a la altura de una situación, uno adorna y se equivocaâ y lo compara con un âte quieroâ que âpareciendo poco, rodeamos de interjecciones y suspirosâ. Intérprete de Willy Loman en Muerte de un viajante âobra de Arthur Miller que dirige Rubén Szuchmacher, en el Paseo La Plazaâ, Alcón se prepara para otro gran personaje, el rey Lear, de Shakespeare, su próximo estreno en el Centro Dramático Nacional de España. Un papel deseado, en el que viene trabajando desde hace cuatro años, y que le ha hecho reflexionar aún más sobre su oficio. âUn buen director es imprescindible para desterrar viciosâ, apunta. En cuanto al público, dice que querrÃa modificar el hábito de los preestrenos que juntan a invitados y crÃticos. âEl invitado no elige; va por curiosidad, y se pone muy a favor o muy en contra, según se trate de una puesta que coincida o no con su visión. En general, ese espectador no pasa de ahÃâ, sostiene. Hace años, convenció al actor y empresario José Slavin de mezclar público y crÃtica para que âel aire no se cortara tantoâ. 352k5m
â¿El director es siempre necesario? Usted actuó y dirigió Final de partida, de Samuel Beckett, y no le fue mal en Argentina ni en España.
âEs cierto, pero aquella puesta no surgió de un acto racional, sino de un enamoramiento. Todo comenzó porque un actor español, Vicente Diez, me trajo la obra, anticipándome que al leerla me volverÃa loco. Yo estaba en España, trabajando en El público, de Federico GarcÃa Lorca. La leà siete veces de un tirón hasta que imaginé la puesta. No querÃa que nadie me dijera cómo hacerla. Cuando uno se enamora no pregunta a ningún otro qué tiene que hacer. Me interesaba consumar el acto: llevarla a escena. Además, está conducida por Beckett.
â¿Lo dice por sus acotaciones?
âQue seguà como si fueran una partitura. Beckett indica pausas, movimientos, detalles. Lo importante es saber âescucharâ la obra, no guiarse por ideas previas y entender que el teatro es una aventura en la que uno se encuentra con el otro (y los otros).
â¿Intenta justificarse a través de su oficio?
âEsa es una elección que se da no sólo entre los artistas y los presuntuosos. Uno puede decir o no que va a dejar una señal de su paso por la vida. De hecho, la deja. La señora que se ocupa de preparar la comida y hacer lo posible para que su casa luzca, también deja rastro, aunque no sea consciente de ello. Estando en Tokio âadonde habÃa ido invitado a un festival de cine, porque se presentaba una pelÃcula en la que actuabaâ se me ocurrió tirar un pucho al suelo. Un japonés vino hasta mà sonriendo, lo levantó y lo tiró en un cesto que yo no habÃa visto. Y todo con mucha amabilidad. Según un peruano que estudiaba Zen en Japón, esa actitud tiene un sentido social y religioso, y está claro que nadie âsalvo yo en esa circunstanciaâ quiere dejar un desecho como señal de su paso por la vida.
â¿Cómo relacionó el cine con el teatro?
âEn los dos empecé de muy joven, pero el teatro me gustaba más. La primera pelÃcula que hice tuvo una crÃtica de Calki (Raimundo Calcagno). Allà me dedicaba un párrafo: decÃa que yo imitaba a la perfección a un muñeco de vitrina. Y era cierto, pero creo que no fue por culpa mÃa. Me indicaban mover la cabeza como un maniquÃ. En una pelÃcula con Olga Zubarry, El candidato, hay una escena que me rescata, porque ésa sà fue âde verdadâ. Me olvidé de la cámara. Esto sucede cuando uno tiene por compañeros a grandes actrices o grandes actores.
âCon Leopoldo Torre Nilsson filmó nueve pelÃculas. ¿Qué opina de esa etapa?
âNo estoy conforme con todos mis trabajos, pero era un gusto filmar con Torre Nilsson. Se ocupaba de todos, hasta del actor cuyo papel era decir âbuenas tardesâ. Lo llevaba aparte, y le preguntaba cómo veÃa la escena. Esa dedicación nos transfiguraba. ParecÃa un capitán conduciendo a pasajeros felices. Era divertido en su mezcla de tipo sajón y de arrabal, de señor gracioso y serio, afectuoso y culto.
â¿España es su segundo lugar en el mundo?
âVoy seguido, porque los españoles me tratan muy bien, pero siempre vuelvo. No podrÃa quedarme. Necesito a la Argentina, y no por el dulce de leche ni el mate cocido âque además ahora se compra afueraâ, sino porque tengo la ilusión de que mi palabra de actor es realmente recibida por la platea. Me pregunto, en cambio, si los españoles me entenderán. Este pensamiento no tiene que ver con los españoles sino con mi persona. Uno no puede establecerse en un paÃs donde no quisiera morir; y yo sólo quiero morir en Argentina.
â¿No se trata entonces de diferencias de lenguaje?
âA mà no me cuesta hablar con acento español. Por eso me han llamado de España para actuar en los clásicos. Es esa creencia de que aquà puedo entrar en las historias de los espectadores, porque en cierto sentido nos pasan las mismas cosas. En cambio, no sabrÃa decir qué es lo que reciben los españoles de mi trabajo ni qué quieren escuchar. Les tengo cariño, pero Argentina me dio todo. Siendo hijo de una familia humilde pude acceder a grandes textos, conocer gente extraordinaria, hacerme de un oficio y ser acompañado por el público, más allá de que estuviera bien o mal en mi papel. Un español me decÃa: âVosotros sois buenos actores porque el público os mira con afectoâ.
â¿Y usted qué opina?
âQue es verdad. El oficio de actor cae bien. En España, he caminado con Nuria Espert por la calle y no vi que la saludaran, aunque se la ira mucho en el teatro. Tampoco es común allá ese regalo, ese plus de afecto de esperarnos al finalizar una función. A la salida de Eduardo II, de Marlowe, que estrenamos en el Teatro Cervantes, con la CompañÃa del Centro Dramático Nacional de España âdonde estaba Antonio Banderas, ahora un actor famosoâ, el público nos esperaba soportando frÃo, viento y lluvia para decirnos que la obra le habÃa gustado. Estas devoluciones nos hacen sentir que nuestro oficio es necesario. Me viene a la memoria un texto precioso de Eduardo Galeano sobre la función del arte. En ese relato, un hijo le dice al padre que lo lleve a conocer el mar. Asombrado ante esas olas enormes y ante tantos sonidos y colores, el chico le pide que lo ayude a mirar. Esa es también una de las funciones del actor.
âEn este sentido, ¿qué ofrece Muerte de un viajante?
âAsà presentada parece escrita por un autor argentino. Le encuentro algo del grotesco de Armando Discépolo, de las historias descabelladas que protagonizan los personajes de Roberto Arlt, y hasta elementos de esas obras de Roberto Cossa que hablan de la locura nuestra de prendernos a algo que creemos nos va a salvar.
â¿Cómo fue que lo convocaron para protagonizar Rey Lear, en Madrid?
âPrimero me llamó Mario Gas, director del Teatro Español. Pero quedó ahÃ. Después no pude hacerlo en el Teatro San MartÃn. Pero entonces recibà el llamado de Gerardo Vera, director del Centro Dramático. Le comenté que no podÃa porque las funciones de Muerte... se extendÃan hasta noviembre de este año. En la mañana siguiente a la propuesta, se comunicó de nuevo para anunciarme que estaba todo arreglado, que empezarÃamos cuando quedara libre. Me sorprendió, porque en Europa la temporada se organiza hasta con dos años de anticipación. No cuento esto por vanidad sino para destacar un acto generoso. Asà que el 25 de este mes finalizamos las funciones de Muerte...; el 27 viajo a España y el 1º de diciembre ensayo Rey Lear. Me han dicho que el elenco es extraordinario, con una actriz que trabajó con José MarÃa Flotats, un actor y director muy interesante que se formó en la Comédie Française. Este actor realizó una puesta sobre unas clases de Louis Jouvet, donde se habla de la vida, el amor y la muerte. Los personajes son muy jóvenes, y entre ellos hay una chica que al finalizar las clases se pone un tapadito marcado con la estrella de David. Quizás alguien se pregunte para qué le sirvieron tantas palabras.
â¿Pensó estrenar esta obra?
âMe lo propuso el director LluÃs Pasqual, pero no sé, es muy delicada. Quizá podamos hacer con LluÃs una temporada breve, como la del Recital Ibsen que presentamos con Elena Tasisto y Alejandro Tantanian, en el San MartÃn. El lenguaje de Flotats es único. En Lorenzaccio se plantaba frente al público y decÃa su monólogo sin que uno pudiera advertir cuándo respiraba. No lo cortaba âpara hacerlo naturalâ. He escuchado fragmentos de LâAiglon, de Rostand, por Sarah Bernhardt. Era imposible saber cuándo tomaba aire.
â¿Le atrae esa lÃnea de actuación?
âEn eso siempre encuentro algo que me gusta; âlo naturalâ, en cambio, me molesta. Natural es mi vecina. En el teatro me interesan mucho los actores y las actrices que no son naturales. No lo eran Margarita Xirgu ni MarÃa Casares, y no lo son Inda Ledesma ni Elena Tasisto. En Yerma, Casares alargaba el inicio de cada frase: â¿Por qué duermes solo, pastor? En mi colcha de lana, dormirÃas mejorâ. Y la gente escuchaba eso y abandonaba el teatro, porque es cierto que estamos acostumbrados a otra cosa, a que los actores se expresen como si fueran vecinos.
â¿Lo desanima ese comportamiento del público?
âNo, porque depende de qué se busca en el teatro. Los que prefieren una expresividad raquÃtica van a estar disconformes con esos intérpretes. Para un actor es un desafÃo. Los grandes textos son siempre ejercicios de humillación: exigen empeño, y entendimiento para no desvirtuar al autor. Un soneto de Leopoldo Lugones, por ejemplo, es un buen ejercicio: âAl promediar la tarde de aquel dÃa,/ cuando iba mi habitual adiós a darte/ fue una vaga congoja de dejarte/ la que me hizo saber que te querÃaâ. Sólo con leer este soneto algo nos pasa, y si yo âcomo actorâ creyera que lo recito perfecto, serÃa un idiota. Con estos autores, uno, simplemente, trata de âmerecerâ.
â¿Quiere decir que en la escena no basta con cumplir?
âEn teatro, âhacerlo de taquitoâ es como estar enfermo.
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