Desde Guadalajara 4r2414
La infancia deja heridas de guerra, marcas imborrables, por más libros que se lean. Por más novelas o cuentos que se escriban. Dos potencias, dos premio Nobel, revisaron el humus de un sufrimiento que exorcizaron, cada uno, a su manera. Dos padres autoritarios volvieron al ruedo, como si la memoria confiara en que la única âjusticiaâ posible es la literaria. Herta Müller y Mario Vargas Llosa celebraron los 25 años de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) dialogando durante más de dos horas con el periodista español Juan Cruz. No cabÃa un alfiler en la sala Juan Rulfo. ParecÃa que toda la ciudad estaba dispuesta a escuchar a la mujer que escapó de la opresión y censura del comunismo rumano, publicó sus libros y llegó a la cima del Olimpo literario. Müller pertenece a una subespecie de escritores bartlebianos, aquellos que escriben pero detestan la hoguera de las vanidades literarias. âA mà no me gusta estar en público, no todas las personas ni todos los Nobel somos iguales. Yo preferirÃa que la gente no supiera quién soyâ, dijo la escritora rumano-alemana. Vargas Llosa, en su salsa ante tanto público, itió que no es frecuente hablar ante 1500 personas, y se mostró sorprendido por la numerosa presencia de jóvenes. âCreo que es muy estimulante si uno cree, como yo, que la buena literatura enriquece la imaginación, la sensibilidad, el espÃritu crÃtico, que es fundamental en el desarrollo de los ciudadanos en las sociedades democráticas.â
En la casa de la infancia de Müller âque pertenece al pueblo suabo, minorÃa étnica germano parlanteâ no habÃa libros. Recién empezó a leer a los 15 años. âCreÃa que si leÃa libros podrÃa entender mejor la vida. Desde la niñez, cuando cuidaba vacas, me sentÃa sola y no sabÃa qué hacer conmigo misma. Por eso quise leer; yo venÃa de un entorno donde no se hablaba muchoâ. El padre de Herta integró las SS. Ella intentó comprender cómo una persona joven podÃa caer en las garras del nazismo. âYo tenÃa 17 años y querÃa entender qué le pasaba a mi papá. âCuidado: tú también estás en dictadura, tienes que ser consciente de que no puedes identificarte con la dictaduraââ, repetÃa la adolescente que intentaba eclipsar la opresión de vivir bajo el totalitarismo de Nicolae Ceaucescu. âLeÃa para aprender a vivir, para aguantar la vida, que a veces era insoportable para mÃâ, reconoció la escritora.
Vargas Llosa, que aprendió a leer a los cinco años, recordó la âinmensa felicidadâ con la que vivió las historias de Salgari, Verne y Dumas. âMe hicieron viajar en el espacio y en el tiempo y vivir experiencias que jamás podrÃa vivir en la realidad. Me hacÃa soñar y desear cosas que no tenÃaâ, subrayó el autor de Conversación en la catedral. Pero a los 11 años, cuando su padre volvió a juntarse con su madre, su vida cambiarÃa para siempre. âCon mi padre descubrà el miedo, la soledad; era una persona muy autoritaria y violenta ârepasó el escritorâ. Refugiarme en los libros era volver a recobrar mi libertad y mi dignidad, porque cuando salÃa de la literatura me parecÃa que vivÃa una vida indigna. La literatura no era sólo un gran placer, sino una defensa contra todo aquello que me agredÃa y me lastimaba en la vida.â En la escritura encontrarÃa pronto otra trinchera que lo protegerÃa de todos los percances e infortunios de la vida. âLa literatura tiene muchos beneficios, pero uno de los más importantes es que nos hace vivir una vida más digna y más libre que la vida a la que estamos condenados a vivir en la realidad.â
Infancias diferentes. Libros en una casa, ausencia en la otra. Y sin embargo, cicatrices, llagas y miradas opuestas. âLa literatura también duele; los libros me enseñan que el mundo no es un lugar feliz. La literatura me reconforta sin engañarme, me dice âasà esâ, me ayuda a soportar mejor la realidad y me confirma lo que me desespera. Pero igual me consuela. La literatura no miente; la iglesia miente: me dice dios y no lo veo y no está cuando lo necesito. Yo quiero que la literatura me duelaâ, aseguró Müller. El âmilagroâ de la buena literatura para Vargas Llosa reside en que âtodo es belloâ, también lo horrible. Un ejemplo de esa belleza es el momento en que se suicida Madame Bovary, cuando toma el arsénico. âTodavÃa se me llenan los ojos de lágrimas con esa contorsión horrible que hace que ella saque la lengua. Sufro, lloro por la muerte de esa mujer maravillosa de la que estuve enamorado toda mi vidaâ, confesó el escritor peruano. El autor de La casa verde refutó el planteo de la escritora rumano-alemana. âLa literatura dice mentiras, no la verdad. Leemos para entrar a otra vida, diferente de la nuestra. La literatura, que está llena de mentiras, es una manera de decir verdades que no pueden decirse más que a través de ficciones, que no se presentan como otra cosa que lo que son: mentiras âsubrayó el escritor peruanoâ. La vida no está hecha sólo de palabras e imaginación, pero la ficción tiene la virtud extraordinaria de hacernos entender mejor la vida que vivimos. Por eso la literatura ha sido considerada sospechosa y peligrosa para los autoritarios que han querido controlar la vida desde la cuna hasta la tumba. La literatura crea en nosotros un desasosiego menos manipulable al engaño de esos regÃmenes totalizadores. La literatura es uno de los grandes instrumentos de defensa de la libertad humana.â
Müller evocó el miedo que producÃa la literatura en mucha gente durante la dictadura de Ceaucescu. âMi madre me decÃa que no leyera tanto porque leer hace daño a los nervios. Aun en estos dÃas me llama para decirme que no escriba demasiado, que me voy a enfermar.â La escritora que ha dado cuenta en sus libros de los problemas que tuvo con el servicio secreto rumano se preguntó si era posible y legÃtimo escribir cuando muchos amigos estaban en la cárcel o eran asesinados. âA veces sentÃa que no tenÃa derecho a leer libros cuando habÃa gente que se morÃa de frÃo y de hambre. Me preguntaba si la literatura no tranquiliza demasiado. Yo querÃa que la gente saliera a la calle a hacer la revolución y no siempre sentÃa que estuviera legitimada ni al leer ni al escribir.â Vargas Llosa cuestionó las dudas e interrogantes que acecharon a la autora de En tierras bajas durante la dictadura comunista rumana. El comodÃn que usó para refutarla fue un planteo de Jean-Paul Sartre, quien a mediados de los años â60 le dijo a una periodista de Le Monde que él elogiaba a los escritores africanos que dejaban la literatura para hacer la revolución. La decepción del joven Vargas Llosa lo distanció definitivamente de Sartre, âalguien que nos habÃa enseñado que la literatura era un modo de influir en la historia porque las palabras eran actos y dejaban una huella en las concienciasâ. âEsa sensación de que la literatura es prescindible, que es un lujo, es una grandÃsima equivocación. La literatura no es una actividad de lujo ni prescindible si creemos en la justicia y el progreso.â
¿Es posible recuperarse de las heridas que dejan dictaduras tan crueles como la que padeció Müller? ¿Sirven las palabras? âMuchas veces cuando me interrogaba el servicio secreto yo recitaba poemas como si alguien me estuviera cuidando. Durante el interrogatorio mentalmente iba recitando poemas de otros autores; âesto es mÃoâ, el interrogatorio no puede entrar ahÃ; no saben lo que estoy pensando. Escribir no me libera pero entiendo mejor lo que sucedió; las palabras mismas entienden cosas que yo no alcanzaba a entender. No me hace más libre escribir pero es algo que hice para mi mundo privado cuando el régimen querÃa confiscar lo privado. Cuando leÃa obras de otros o cuando yo escribÃa, entendÃa mejor mi propia vida. Pero tengo amigos que se enfermaron de los nervios, que no soportaron la presión hasta el suicidio. ¿Por qué yo sà aguanté? ¿Fue tal vez la literatura? No lo sé, pero quiero pensar que la literatura me ayudó a seguir adelante, que sin ella no hubiera seguido.â
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