La necesidad tiene cara de hereje. El seudónimo ââfalso nombreâ en griegoâ oculta una identidad que opta por un modo de clandestinidad próxima al pudor literario y su maleza de prejuicios contra los géneros populares. La escritura responde a las consignas del mercado, dogma del que reniega una intensa minorÃa de creyentes y eruditos. El horizonte inmediato es el dinero; el margen de maniobra para experimentar parece imposible, apenas una nota residual al pie de un deseo. Pedro Pago emergió de un mandato tan perentorio como irrebatible: alimentar a una familia. No se hacÃa ilusiones respecto de sus obras Mate Cocido, Chicho Grande y Chicho Chico, publicadas por la editorial Vorágine en la colección Crimen âque presumÃa ser âla primera colección de novelas policiales argentinasââ, en 1953. Aunque no renegó de la autorÃa de esos textos, David Viñas asumió su paternidad tardÃamente. Aún estaba exiliado cuando le reveló a la crÃtica literaria Estela Valverde que en los últimos años del peronismo habÃa escrito âunas novelitas infernales que no son nada infernalesâ bajo el seudónimo de Pedro Pago. Policiales por encargo, de Pedro Pago, reúne los tres libros del joven Viñas, con un estudio preliminar de Marcos Zangrandi, editados por la Biblioteca Nacional en su emblemática colección Los Raros. 522ob
Las ânovelitas infernalesâ de Pedro Pago âseudónimo zumbón hacia ese doble de Viñas sometido al metálicoâ están lejos del policial tal como lo planteaba Rodolfo Walsh, según postula Zangrandi. No hay un detective que desentrañe la madeja de un asesinato, ni un crimen misterioso, ni pistas, ni una serie de delitos que sean el motor de una investigación. El enigma de estas narraciones es el delincuente mismo como incógnita social. ¿Por qué un hombre humilde, honesto, trabajador, deviene mafioso, bandolero, âfuera de la leyâ? La primera novela, Mate Cocido, es la única que intenta ser fiel al derrotero de David Segundo Peralta, un obrero tucumano encuadernador de 21 años, acusado tempranamente de un robo que no cometió. La institución policial es arbitraria y un semillero de injusticias. âEl destino se le caÃa encima de una forma imprevista y trágica: sintió todo el dolor del hombre que es acusado de algo que desconoce, que lo hace sentir desligado de toda la realidad, que lo hace sentir extraño frente a los valores de bien y de malâ, se lee en las primeras lÃneas. La prosa de Pedro Pago es de una uniforme y calculada convencionalidad, clásica en su factura y en su resolución. Los primeros tres capÃtulos están dedicados a compendiar la vida antes de la leyenda: la primera condena, el traslado a la provincia de Córdoba, el record de detenciones â12 en un año, en 1920â- y cómo poco a poco se transforma en un veterano de esos âtristes lugaresâ que son las cárceles. Ya en el cuarto capÃtulo entra en acción el famoso Mate Cocido. En realidad deberÃa ser âCosidoâ, popular alias que respondÃa a la profunda cicatriz en la frente de Peralta, y que en las fotos policiales resaltaba por la calva. Pago/Viñas escamotea esa seña particular; en el juego de palabras entre la infusión criolla âcocidoâ y la herida en la cabeza, prefiere el apodo tal vez menos aguerrido.
El Mate Cocido de Pago no es un valiente de âlabios para afueraâ. Tampoco estarÃa alineado, automáticamente, en las filas de los âjusticieros románticosâ. Es notable cómo el narrador de la novela enfatiza en varias oportunidades la voluntad manifiesta de Peralta de evitar la violencia, un tópico que está en sintonÃa más con la documentación histórica que con la voluntad de cristalizar una filiación anarquista. En esta misma lÃnea, el lenguaje de Mate Cocido puede ostentar en módicas dosis la insolencia o los chispazos del hombre âcultoâ y educado que dicen que fue. El abuso de palabras ârarasâ o sofisticadas atentarÃa contra la legibilidad de una novela que se vendÃa masivamente en los quioscos. âEste asunto de las noticias tenemos que tenerlo bien arreglado en el futuro âdijo Mate Cocidoâ, tenemos que organizar nuestro sistema de información de una forma inobjetable.â Agrega a continuación el compañero más fiel del bandido: ââ¿Inobjetable?â, preguntó Zamacola, que no entendió el términoâ. En uno de los atracos más conocidos de la época âpromediando la década del â30 del siglo pasadoâ, la banda de Mate Cocido asalta la sucursal de Bunge & Born en la localidad de Pampa del Infierno (Chaco). Lo más sugestivo de este capÃtulo, la roncha que instala Pago en la piel de la leyenda, es lo que hace el jefe indiscutido cuando se alza con el botÃn. Lo reparte en partes iguales, pero abandona a dos de los integrantes (Herrera y Bejarano) durante la huida. La explicación del jefe mete cuña al mito romántico y se presume de cosecha Viñas: âA esa gente no la vamos a necesitar más. Ellos ya han hecho todo lo que sabÃan hacer. Ahora me molestarÃan en el sentido de que podrÃan delatar todos nuestros esconditesâ.
El Menard borgeano ya postulaba que âla gloria es una incomprensión, y quizá la peorâ. Pronto el Mate Cocido de Pago cosecha imitadores, exégetas que empobrecerán al âoriginalâ. Se entera, como corresponde, leyendo los diarios. El inicio del capÃtulo once tiene algo de quijotesco. La dupla Mate Cocido-Zamacola descubre que asaltaron a un tipo llamado Lavié en Enrique Urien, un lugar que no recuerdan haber visitado. No todo lo que se cuenta tiene su correlato en los hechos reales. Zamacola no murió en un tiroteo con la policÃa hacia 1939, como se afirma en las últimas páginas del libro. El maleante en cuestión, luego de su paso por la cárcel, se dedicó al comercio de la madera en una localidad chaqueña, tuvo muchos hijos y una larga vida. En cambio, el destino de Peralta quedó en suspenso. Se sabe que logró escapar, pero no hay registros de su paradero, sólo conjeturas: que deambuló por varias provincias y que se instaló en Paraguay. Eminente es el final de esa primera novelita infernal del Viñas previo a Contorno: âSolamente pensaba en escapar y en hundirse para siempre en la selva. En esa selva de la que no saldrÃa jamás. Que lo tragarÃa por ensalmo y que lo cubrirÃa para siempreâ.
Chicho Grande y Chicho Chico pastorean bajo el libre albedrÃo de Pedro Pago. Poco tienen en común estas novelas con las peripecias de los famosos capomafias de la década del â30; están ambientadas casi enteramente en la ciudad de Buenos Aires âsalvo un trágico episodio de Chicho Chico en Mar del Plataâ, cuando las bandas de Juan Galiffi y Francisco Marrone âlos nombres verdaderos de los hamponesâ actuaron principalmente en Rosario y algunas pequeñas localidades cercanas. Zangrandi subraya, en el estudio preliminar, la entrada en escena de Agata Galiffi âla hija de Juanâ por el modo en que reduce la dimensión de Chicho Grande. âElla es la que muestra el verdadero carácter en la mesa de los capos que se disputan el poder y que enérgicamente interrumpe la violación de la muchacha secuestradaâ, afirma el crÃtico. Agata no vacila en gritarle, nada menos que al padre, â¡viejo de porquerÃa!â. Ciertamente que la imagen de un jefe mafioso se pulveriza ante los ojos del lector para componer la de un pobre miserable sin autoridad moral. Los tópicos de la enfermedad, la vejez y la debilidad están inscriptos en la obra posterior de Viñas: Los dueños de la tierra (1958), Hombre de a caballo (1968), JaurÃa (1974) y Cuerpo a cuerpo (1979).
SerÃa demasiado arriesgado anticipar que la publicación de esta trÃada de novelas consiga hundir el mito de Pedro Pago como el lado fantasmal de Viñas, como material renegado. Más allá de la que la utilización de seudónimos era frecuente entre los autores del género âla lista es más extensa, pero se podrÃa apuntar a Bustos Domecq y Suárez Lynch (Borges y Bioy) y a Daniel Hernández (Walsh)â, Viñas no las reeditó en vida; minimizó el valor de esos textos. Quizás ese otro âyoâ tenÃa una ductilidad de escritura en función del mercado demasiado exultante o âpecaminosaâ para el joven intelectual de Contorno, revista que se lanzó precisamente en 1953, el mismo año en que Pedro Pago irrumpió en el circuito mainstream. La versión profana de Viñas âpopular y festivaâ podrÃa ampliar el campo de batalla de un fugaz centelleo. El tiempo siempre hace su trabajo, aunque nunca es definitivo. Quizás un dÃa no muy lejano se diluyan las tensiones marginales entre Viñas y su doble.
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