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âCon el Indio buscamos acercar a toda una gran masa de personas a la Biblioteca, porque también les pertenece a ellas, y al mismo tiempo queremos mostrarle también a ese público que detrás de toda esa gran obra hay libros.â Ezequiel Grimson, director de Cultura de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502), se para de frente a la vitrina donde se acumulan las principales influencias literarias del Indio Solari, figura excluyente de la muestra que engalana la institución. Las lecturas del alma mater ricotera van desde La Isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, hasta El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Y, por supuesto, el enorme ây fundamental para muchos de los grandes poetas del rock argentinoâ Antonin Artaud, representado en la estanterÃa por Heliogábalo.
Sin embargo, para llegar a esa vitrina de libros ây el tesoro que la acompañaâ hay todo un recorrido profuso que comienza en la plaza Julio Cortázar, que conecta a la Biblioteca con avenida Las Heras. Ese espacio de la Biblioteca suele estar ocupado por gigantografÃas de alguna de las exposiciones que alberga la institución y esta no es la excepción. Pero hay algo que llama la atención en estas imágenes y es la misma figura que es objeto de la muestra. El Indio aparece en ropa de viaje: pantalones cargo, campera y un buzo de cuello alto acompañan los inequÃvocos anteojos redondos. Detrás, un paisaje desolado, que hace pensar en la destrucción de la guerra de los Balcanes pero resulta ser mucho más cercana: es Epecuén, el pueblo sumergido y emergido de la provincia de Buenos Aires. Cuando se afina el ojo, se advierte que las fotos de Edgardo Kevorkian fueron tomadas en las ruinas de un cementerio y guardan en ellas la misma fascinación que ejerce la poética de Solari: la sensación de estar ante un prodigio insondable y terrible.
âEl tesoro que no ves/ la inocencia que no ves/ los milagros que van a estar de tu lado/ cuando comiences a leer de los labios.â Esos versos de âEl tesoro de los inocentesâ encabezan la entrada al ascensor de la explanada Juan José Saer, que lleva al primer piso, donde está el corazón de la muestra. Cuando la puerta del elevador se abre, se está ante un pasillo intervenido con la convocatoria del músico en una de sus últimas presentaciones. Miles de cabezas ante el cielo abierto (porque no hay estadio que pueda contener al fenómeno Solari). Aquà es imposible no pensar en la definición que Horacio González, director de la Biblioteca, ofrece del homenajeado. González lo llama âdemiurgoâ.
González profundiza y destaca el papel del músico de rock y en particular del poeta rockero, como mediador. âSon autores que vinculan materiales de lo que se podrÃa llamar alta cultura con, sin que llamarlas asà represente ninguna connotación desdeñosa, las industrias culturales masivas, de las que la música es una de las más importantes.â Las palabras del director de la Biblioteca se harán evidentes hacia el final de la recorrida, cuando aparezcan intuitivamente ante el visitante los elementos recurrentes que ayudan a discernir la poética Solari-ricotera.
âAsà eligió presentarse élâ, destacan González, Grimson y la curadora Bárbara Maier durante la recorrida particular con Página/12. La imagen del Indio, de traje, con sus sempiternos anteojos oscuros, hablando ante un micrófono viejo, tiene ciertas reminiscencias de âcomunicadosâ. De fondo, esqueletos con guitarras eléctricas y mucha, mucha intervención digital. Es imposible definir la imagen en un párrafo o en dos. Apenas si se la puede describir. Y otro tanto sucederá más adelante en la muestra. Porque una de las revelaciones de Indio en la Biblioteca es que pone de manifiesto la riqueza de su arte no sólo en su poética y en la música, sino también en la gráfica.
A partir de allÃ, comienza un primer recorrido, que se da sobre dibujos en lápiz y tinta, sobre la que Solari muestra un manejo que excede al del simple entusiasta. Sea por la influencia de los artistas gráficos que lo rodearon desde el comienzo de su carrera (como Rocambole), por práctica o inquietudes propias, se advierten en el trazo de Solari ideas claras de cómo construir cada imagen, sea en ilustraciones, en fotos, en chistes (que también incluye la exposición) o los dibujos fuertemente intervenidos con técnica digital. Nada de ello puede considerarse mera casualidad o producto de una selección generosa de los responsables de la curadurÃa. Ante la duda, allà hay tres óleos sobre papel, para mostrar que la riqueza de la imaginerÃa abarca mucho más que su capacidad aparentemente inagotable para construir metáforas de enorme potencia poética, sonora y simbólica. Estas pinturas tienen motivos complejos, trabajos cuidados y precisos en el uso del color, y exigen al espectador una mirada atenta.
En este pasaje de la muestra se advierte también la recurrencia de ciertos temas fundamentales en la obra del Indio Solari, que se refuerzan con algunos de sus objetos personales que se exhiben, como las camisas o una exquisita guitarra nacarada, hecha especialmente por un luthier y que él utiliza para componer. Hay una pequeña selección de dos máscaras, por ejemplo, que consiguen a un tiempo representar su curiosidad por cierta imaginerÃa oriental, su recurso a la idea del diablo y, a la vez, el juego de la máscara entre lo que oculta y lo que revela del mundo y su portador.
âPara nosotros, todo este costado fue bastante sorprendenteâ, confÃa Maier. âHabÃa toda una faceta de dibujante y pintor que no estaba muy explotada y que desconocÃamos.â Si bien el concepto general de la muestra se orienta a mostrar el fondo de olla del proceso creativo del Indio, las bases literarias sobre las que se asienta su poética, a la hora de trabajar con sus imágenes, Maier explica que buscaron ârecrear y volver a esos dibujos que son de lápiz, o pinturas, y que conforman una estética muy similar en algunos puntos a la de Rocamboleâ. Algo de eso se ve en la primera vitrina, que tiene todos los discos publicados por Solari, desde su primera etapa ricotera hasta su última placa solista, donde ya él mismo se encarga de su arte de tapa. Allà también se ve cómo fue cambiando el formato y el arte de los discos âen parte consecuencia de la evolución de la industria musical y de su propio rol como artista destacado dentro de ellaâ, para derivar en los últimos hacia la inclusión de libros. âMe parece que él tiene su propia especificidadâ, considera Grimson ante la mención de Rocambole. âEl Indio quizás es menos denso, tiene momentos con una lÃnea más ligada a la historieta clásica, con más humor, y Rocambole es más crÃptico, más fuertemente polÃtico en la mayorÃa de sus trabajos.â Se podrÃa agregar, también, que asà como recorre sus principales imágenes, en su faceta de artista gráfico el Indio también ahonda en intensas pulsiones eróticas.
El último espacio contiene los libros, ya mencionados, y el tesoro (quizás âel tesoro de los inocentesâ, esa noción sobre la que cabalga la muestra) de las letras manuscritas de Solari. Una caligrafÃa precisa, llamativamente elegante y legible pese a tachaduras y el paso del tiempo, y claro, palabras que no fueron cantadas; palabras que perdieron ante el peso poético de otra que finalmente se hizo conocida y ayudó a conformar el mito ricotero primero y de su frontman después. âEl Indio tiene la particularidad de hacer letras muy crÃpticas, muy densas de metáforas, y al mismo tiempo soltar frases tan directas que parecen un eslogan polÃtico, definiciones con las que es muy fácil identificarse o apropiarse, como âvivir sólo cuesta vidaââ, elabora Grimson.
Horacio González señala la vitrina con los libros, sobre la que insiste particularmente. ite no ser un escucha especializado en los Redondos, pero asegura que le satisface darse cuenta de que comparte con el homenajeado una serie de lecturas comunes. âHay un nudo nietzscheano de libros leÃdos, de las cosas que circulaban en cierto momento, por eso también podemos encontrar a Artaud en otros compositores del rock, como Spinetta.â Los ejemplares exhibidos, advierte Maier, no salieron de las estanterÃas de la casa del Indio, sino que forman parte del acervo de la Biblioteca Nacional. Los tÃtulos son los mismos, e incluso por falta de espacio faltan algunos. Los responsables de la muestra se apuran a mencionar En el camino, de Jack Kerouac. âEl tiene cierto espÃritu beatnik que también se refleja en las peregrinaciones de sus seguidores para verlo por todo el paÃsâ, comparten.
En una de las paredes de esta última sección resuenan las palabras del Indio, hablando de una futura conversación con González. Esa charla (aún) no sucedió, aunque los organizadores confiaban en que ocurriera, para proyectarla en la explanada de la Biblioteca. ¿No aparecerá el Indio? La curadora afirma que no está programada su presencia, aunque desde que la anunciaron no paran de recibir preguntas al respecto. âAparece como una esfera que lo acompaña, como si fuera un gurú, un lÃder espiritual para mucha gente, hay toda una emoción por verlo porque se presenta como un ser enigmático que si aparece, algo puede sucederâ, relata. âEn parte, por esta figura armada en torno suyo es que nos surgió el impulso de la muestra, lo pensamos como una posibilidad de invitar a un público muy amplio que tiene un culto hacia su persona, para abrirle la puerta de la biblioteca a ese universo de gente.â
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