âLa canción es un artefacto cultural indestructibleâ, sentencia Sergio Pujol, y para avanzar en la definición rastrea el último siglo: âHan cambiado soportes, ha nacido y desaparecido el álbum, todo ha sido puesto en crisis, excepto la canción, o la necesidad de la canciónâ. Está hablando de su último objeto de estudio: Canciones argentinas se llama el libro que acaba de editar y hacia esos artefactos de la cultura nacional apunta el recorrido que el autor sitúa, también desde el tÃtulo, entre 1910 y 2010. Historiador y crÃtico âhaciendo pesar más lo primero o lo segundo, según los casosâ, Pujol ha sido uno de los pocos que ha profundizado en el estudio sistemático de la música popular en la Argentina, logrando reunir con eficacia la producción cientÃfica y la divulgación. 6y4u4q
Libros como los suyos son escasos por estas tierras, por lo que tienen de bueno: hablan de música y de figuras de la música argentina entendiendo que para hacerlo hay que hablar de la sociedad que los contiene más que de las anécdotas que los colorean. Lo hizo con la biografÃa de Yupanqui En nombre del folklore, que editó en 2008, y antes con Discépolo, y con estudios como Historia del baile, Jazz al Sur o Rock y dictadura. Ahora, Pujol editó Canciones argentinas. 1910-2010, un trabajo en el que, más que focalizar en un tema o en un género, abre el lente hacia el amplio abanico sonoro de la historia de un paÃs, en un recorte al que eligió darle la forma de ciento cuarenta canciones que consideró a la altura del tÃtulo. Rock, tango, folklore, cumbia y canciones pensadas para niños van sonando en este libro en letra y música, divididas por épocas, hasta llegar a las âCanciones a la vistaâ contemporáneas.
El recorrido propuesto comienza con âEl Padre del Tangoâ, Angel Villoldo, y un tango que no es el archiconocido âEl chocloâ, sino uno del cual sólo se conoce la letra, âCuerpo de alambreâ. Finaliza con una canción del último disco de Lisandro Aristimuño, âEs todo lo que tengo y es todo lo que hayâ, y en su figura se leen las fichas puestas en una nueva generación de cantautores: âSus canciones son epifanÃas de arteâ, halaga Pujol. âAl escucharlas, nos entusiasmamos con la idea de que es posible una nueva oleada cultural, de que no todas las músicas y las letras del porvenir serán fatigados guiños del pasadoâ. En el medio hay lugar para pensar a âCambalacheâ, âElla ya me olvidóâ, âKilómetro 11â, âManuelita la tortugaâ, âZamba de mi esperanzaâ, âLa marcha de la broncaâ, âJi-ji-jiâ y âPersiana americanaâ.
El crÃtico e historiador cuenta que encaró este trabajo âtratando de que tuviera más peso el crÃtico que el historiadorâ. Fue una canción por tarde, en unas 140 en las que echó mano a la sistematicidad que sà es inherente al trabajo del historiador. âEl libro es un poco incontinente, dispara para todos lados. Yo soy un poco asà y eso se evidencia cuando me siento a escuchar músicaâ, dice el autor en diálogo con Página/12. âEn mis trabajos de investigación ése es un rasgo domesticado, puesto en caja. En ese sentido, tal vez este libro me refleje más que otros.â Desde la primera persona, y con un registro de tono más liviano que el de un trabajo puramente musicológico, Pujol construye un mosaico de canciones que es inevitablemente personal. âEl trabajo de escritura y de memoria son operaciones prácticamente simultáneas. En todos los casos el procedimiento fue el mismo: escribÃa uno o dos párrafos, y después me levantaba a la biblioteca, agarraba la guitarra, empezaba a encontrar vinculaciones. No alcanza con escuchar solamente, y como tengo una formación musical muy discontinua, fui a consultar a gente que sabe más, entre ellos mi hijo mayor, que estudia guitarraâ, explica sobre el modo de trabajo.
âPara la selección trabajé como el jurado de un concurso, con la salvedad de que era el jurado de preselección y del final. Comencé con una corpus de unas trescientas canciones, basándome en el criterio de âuna que sepamos todosâ, pero que además me gustara a mÃ.â En ese equilibrio, cuenta Pujol, a veces primó la primera parte de la ecuación, a veces la segunda: âDe Invisible, por ejemplo, quedó âEl anillo del Capitán Betoâ. A mà me gustaba más âDios de la adolescenciaâ, del mismo disco, pero âDurazno...â tiene más espesor, más peso especÃfico. No se trataba solamente de elegir grandes canciones, tenÃan que ser canciones tanque, resistentes a versiones e intérpretesâ.
â¿Cómo valoró las primeras versiones y las sucesivas, que a veces cambian radicalmente la canción?
âMe importó situar la primera grabación, ése es un hecho clave, dado que los estrenos en vivo son imposibles de rastrear. La canción es un documento de la época, y allà hay una clave de lectura, pero se sigue interpretando en las épocas sucesivas, y en cada interpretación surgen más claves. Trato de entender la perdurabilidad de las canciones, y si bien tienen mucho que ver con los intérpretes, no estoy tan seguro de que la interpretación lo sea todo, como sà lo es en el jazz.
âSi no lo es todo, ¿cuánto es?
âDepende. Hay canciones canónicas que me inspiraban mucho respeto, âMi noche tristeâ, por ejemplo. Hay canciones que no han quedado adheridas a una figura y otras que fueron expropiadas por un intérprete: no se puede establecer una regla general. Hay canciones que perduraron al margen de las versiones doradas, otras que tuvieron su cuarto de hora y no volvieron a tener muchas nuevas versiones, como âSi se calla el cantorâ, de Horacio Guarany. Las canciones que no levantan la voz tienen más chances de no estar supeditadas a la época, pero no es asà en todos los casos. La conclusión es que no hay un patrón de perdurabilidad histórica.
â¿Cómo analizó los modos de recepción?
âLa forma en que escuchamos, cómo escucho yo, y cómo escuchan los otros, tiene que ver con experiencias absolutamente intransferibles. La canción es un disparador de memorias, y no hay nada que se asemeje en la inmediatez del recuerdo que produce, a excepción quizá de ciertos sabores y olores de infancia. En ese sentido, reconozco que el libro tiene una limitación, está dedicado exclusivamente a canciones de autores argentinos: a mÃ, âMichelleâ de Los Beatles me produce un efecto de sentido mayor, por lo que implica en mi recuerdo, que muchas de las canciones que incluà en este libro.
âSu recorrido inevitablemente personal debe chocar los recorridos de cada uno de los lectores. ¿Ya recibió quejas por las canciones que faltan?
â¡Desde que lo estaba escribiendo! Mi hijo Ulises me dijo: â¿Cuántas canciones de Los Redondos hay? ¡¿Dos, nada más?!â SabÃa que ésa iba a ser la primera reacción. Pero mi libro no tiene pretensión enciclopédica. Historiador al fin, mi aspiración como autor es que sea leÃdo como un estudio no sistemático de la canción argentina. Acá el lector se puede encontrar con un análisis de sus mitos personales y no todos se la bancan. Plantea este desafÃo: te vas a encontrar con tu canción favorita desmenuzada, sonando en el ámbito privado del autor del libro. Es lo mismo que pasa con las versiones. Bueno, éstas son mis versiones.
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