El escritor francés más célebre del mundo, Michel Houellebecq, dice lo que piensa sin pensar en lo que provocará. De paso por Buenos Aires, el polémico autor de corrosivos tratados sobre las sociedades contemporáneas como Ampliación del campo de batalla y Las partÃculas elementales ofreció una conferencia de prensa ayer al mediodÃa en la sede de la Alianza sa, y por la tarde dialogó con Alan Pauls sobre cómo la cultura norteamericana domina al mundo. âVine a la Argentina porque recibà muchos e-mails de lectores interesados en mÃ, y eso me gustaâ, confesó. âArgentina no es un paÃs que tenga muchos clichés asociados, por lo que para un europeo promedio es un paÃs bastante misterioso. Brasil o Colombia evocan inmediatamente imágenes.â Quizá por su modo de hablar, pausado, como si estuviera cansado, parecÃa confirmar su imagen de hombre depresivo que se defiende escribiendo, pero también hablando. Acaso resignado a que le digan que es xenófobo, nihilista, misógino, misántropo y provocador, Houellebecq demostró que sus mejores armas son la incorrección âel francés que cuestiona los pergaminos de la generación del â60 y el mito del â68â y la ironÃa. 3t3k14
âDesde los quince años, tengo la impresión de vivir en una sociedad que no ha cambiadoâ, afirmó el escritor. âLa literatura no cambia el mundo, simplemente puede describirlo; lo que cambia el mundo son textos como las EpÃstolas de San Pablo, El Corán y El Manifiesto Comunista, pero no las novelas.â Houellebecq ânacido en 1958 en la isla sa Reuniónâ dijo que espera de un libro poder leer una descripción del mundo. âNo sé por qué el mundo es más agradable cuando uno lo descubre mejor.â Sobre su segunda novela, Las partÃculas elementales (1998), que vendió 500.000 ejemplares en Francia, itió que hay un elemento claramente autobiográfico. âEs el momento en que Michel es invitado por su doctor de tesis para que haga una carrera como investigador. Muchas veces pensé que podrÃa haberme convertido en biofÃsico o bioquÃmico, porque efectivamente me lo propusieron. Muchas otras cosas no son autobiográficas, pero me gusta imaginar el destino que habrÃa tenido.â
De pantalón claro y camisa amarilla, el autor de La posibilidad de una isla parecÃa meditar antes de responder cada una de las preguntas. âLa falta de amor nos hará libres. Cuando uno ama pierde libertades, es evidente; incluso Nietzsche tiene razón cuando dice que el filósofo casado pertenece al registro de la comedia ârecordó, generando las primeras carcajadas entre los periodistasâ. Uno es más libre cuando está solo.â Respecto del periodismo señaló que percibe una insuficiencia. âLos periodistas están confrontados con un mundo difÃcil de entenderâ, subrayó el escritor. âLa tecnologÃa desempeña un rol eminente, pero nadie puede explicarla porque no entiende el tema. Lo mismo pasa con la economÃa âcomparóâ. Para un lector extranjero, Argentina parecÃa que era un paÃs rico de Sudamérica que de pronto se convirtió en pobre. Leà muchos artÃculos, pero no entendà nada; las explicaciones se contradecÃan. La economÃa y la tecnologÃa son dos cuestiones sobre las que la gente no entiende nada, y, sin embargo, gobiernan el mundo. Yo no logro ser competente en esos temas.â
Aparte de Borges, Houellebecq itió que leyó La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. âSobre autores más recientes no conozco gran cosa, pero cuando un paÃs ha sido literariamente importante, ese impulso no se detiene con facilidad.â El autor francés rechazó el hecho de que se considere a la del escritor como una profesión. âCada vez que escribo un libro me digo: âEsta vez va a ser el último, voy a poner todo lo que tengo...â y eso es todo lo contrario de una profesiónâ, advirtió. Con un tono burlón, asumió que no se considera una personalidad afirmada. âSoy vago y contradictorio en la vida cotidiana. Estoy aquà haciendo un esfuerzo por responder porque son periodistas de muy buen nivel, comparado con otros paÃses, y eso me llama la atención.â Claro, después del elogio, una periodista se animó a preguntarle si se consideraba xenófobo y misógino. âNo creo ser xenófobo; misógino, puede ser, pero no desprecio a las mujeres. Lo más penoso del tema es que cambio de parecer con frecuencia. En realidad, me contradigo bastanteâ, reconoció el escritor. âLas mujeres muy femeninas y encantadoras me molestan un poco, pero cuando veo a las alemanas, que rara vez se rasuran las axilas, me digo que es bueno que las mujeres hagan el esfuerzo por ser bonitas y femeninasâ, ejemplificó.
El escritor cuestionó la generación de los â60 porque tiene la tendencia a sobrevalorar sus propios objetivos. âEn esos años se desarrolló cierto cinismo que fue revestido o disfrazado de combate libertario, pero que en realidad fue el comienzo de una visión cÃnica de la vidaâ, planteó Houellebecq. âCuando pienso en los â60, tampoco me parece correcto presentar a esa generación como marxista-tercermundista; habÃa pocos, pero como hablaban mucho, se hacÃan oÃrâ, criticó el escritor. âLa mayorÃa desarrolló la actitud de los consumidores cÃnicos e indiferentes a los otros. Por eso me resulta muy extraño cuando esas personas dicen que era una generación maravillosa e idealista. Yo no me di cuenta.â También rechazó el mito del â68. âEl Mayo Francés no tuvo mucha importancia. Imaginen un mundo donde hubiera existido el rock y la pÃldora, y el resultado serÃa el mismo.â
Según el autor de Las partÃculas elementales, el movimiento revolucionario del siglo XIX y XX es el capitalismo, âque ha destruido todas las estructuras, incluida la familia y la parejaâ. âHay una página de (Alexis) de Tocqueville en La democracia en América donde escribió que querÃa imaginar lo que bajo los rasgos del despotismo podrÃa producirse en el mundo. Es una página superior que describe la sociedad contemporánea, y es de 1820â, recordó Houellebecq. Consultado sobre la última portada de la revista Time, en la que se anuncia que la cultura sa está en vÃas de extinción, Houellebecq sostuvo que esa idea no es del todo falsa. âLa cultura alemana y la italiana también han ido desapareciendo. En España, rara vez he visto una publicidad de una pelÃcula que no sea norteamericanaâ, agregó el autor. âLo que pasa es que Francia se las arregla mejor que otros paÃses; tenemos Dj mundialmente célebres y algunos buenos escritores, pero el dominio de la cultura norteamericana sobre el conjunto del mundo es evidente. La gran fuerza, más allá del dinero, del proteccionismo interno y del sostén a las exportaciones, es que ellos creen en su propia superioridad y terminan por convencer a los otros. En cambio, los ses se enroscan en contemplaciones masoquistas de su propia decadencia, lo que es bastante deprimente. Los ses son personas angustiadas e inquietas sobre el futuro europeo, y sin embargo se siguen reproduciendo, cosa que no hacen en España o Alemania.â
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