El rock argentino no ha sido muy pródigo en cuanto a obras en colaboración. Existen, sÃ, infinidad de casos de artistas invitados, músicos que dan un aporte desinteresado a la canción del colega. Pero lo otro, el dúo que trabaja cabeza a cabeza en pos de un disco, deja apenas un puñadito de ejemplos: el La La La de Luis Alberto Spinetta y Fito Páez, los Colores santos de Gustavo Cerati y Daniel Melero, los dos volúmenes de Tango paridos por Charly GarcÃa y Pedro Aznar, el Peso argento de Flavio Cianciarulo y Ricardo Iorio, ese Palacio de las flores que cranearon Andrés Calamaro y Litto Nebbia, pero al cabo sólo firmó el Salmón. 576w1t
La reflexión viene a cuento de lo sucedido el sábado por la noche en Costanera Sur: a pesar de los esfuerzos por rebuscar en la memoria, este cronista sólo puede exhumar el brevÃsimo âVietnamâ (parte dos) de Nadie sale vivo de aquà para encontrar otro cruce Cerati-Páez. Una combinación que, dada la estatura de ambos y la naturalidad con la que se encontraron, termina llevando a la pregunta de cómo no sucedió antes: ya habÃa sido una agradable sorpresa reencontrarse con un Fito electrizado, por añadidura recuperando perlas de su repertorio como âLejos en BerlÃnâ, âGente sin swingâ y âTaquicardiaâ, pero la intensidad con que el dúo abordó âCrimenâ y âPuenteâ, y ese apoteósico cierre de âCiudad de pobres corazonesâ no pudo menos que encender la fantasÃa, ponerle unas fichas a Cerati-Páez o viceversa.
¿Por qué no? Es probable que Fito y Cerati se hayan planteado lo del sábado sólo como un aporte más a la causa de ALAS, un golpe de efecto en uno de esos eventos hechos de golpes de efecto, necesarios para llamar la atención sobre un tema tan preocupante como la desprotección infantil en América latina. Pero... ¿por qué no soñar con un intercambio creativo entre dos tipos que han demostrado ser altamente creativos de por sÃ? En los albores de sus respectivas carreras, Fito Páez y Gustavo Cerati parecÃan correr por carriles bien distintos: uno venÃa del riñón de la segunda trova rosarina, integrando la banda de un Baglietto de look indisimulablemente hippie; el otro encarnaba una modernidad que venÃa a cambiarle la cara y el sonido a Buenos Aires. Cualquier diferencia se fue licuando con el correr del tiempo, a medida que uno y otro edificaban una obra en la que ya no habÃa lugar para estereotipos. Hoy, Cerati y Páez suben a un escenario y ofrecen un set breve y contundente, prestándole los versos a la garganta del otro con apreciable espontaneidad y excelente resultado.
¿Por qué no reservar unas horitas en la sala de ensayo, y ver qué pasa?
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