Vestido de celeste, Ornette Coleman camina lentamente hacia el atril que lo espera en el centro del escenario. Algunos metros detrás, sus músicos acompañan esa lentitud. Coronado de aplausos, el saxofonista saluda inclinando apenas la cabeza. En el paso lento se reflejan sus 79 años y el misticismo inevitable de un revolucionario de regreso. Si el término no estuviese tan corroÃdo por el uso cotidiano, darÃa gusto llamarlo leyenda. El jueves, en el Teatro Gran Rex, Ornette Coleman cruzó ingenuidades de niño y pases mágicos de viejo brujo del jazz, sin perder por un instante el implacable sentido creativo que lo colocó entre los músicos más controvertidos de la segunda mitad del siglo XX. Con el saxo alto âque alternó ocasionalmente con trompeta y violÃnâ, Coleman encabezó un cuarteto que se completó con contrabajo, bajo eléctrico y baterÃa, una formación muy parecida a la de su último disco, Sound Grammar (2006), que cuenta con dos contrabajos. Un cambio mÃnimo para quien se alimenta de variaciones, pero significante, si no en la âgramática del sonidoâ, sà en la economÃa de un cuarteto que durante poco más de una hora puso en acto los fundamentos del âharmolodicâ, principio musical devenido en filosofÃa. 342c1p
Un primer gesto nervioso y serpenteante del cuarteto fue como la fanfarria que llamó al inicio del concierto. El viaje propondrÃa una sucesión de piezas más o menos breves, sÃntesis de ideas en las que las jerarquÃas entre solo y acompañamiento, tema e improvisación, ya no tienen importancia. Hasta el aspecto tÃmbrico se relativiza por el uso extremo de los instrumentos. El contrabajo puede sonar como un violoncello, el bajo eléctrico como guitarra, el violÃn como un surtidor de glissandi, la trompeta de onomatopeyas; la baterÃa plantea numerosos recursos para organizar el tiempo o colorearlo. A veces las dos cosas a la vez.
Aun dentro de la integración que plantea el âharmolodicâ, fue posible individualizar ese sonido que sabe ir del cálido al caliente, con el que el saxo de Coleman trazó frases que en sentido clásico resultan de una belleza extraordinaria. Coleman bien podrÃa ser el centro de una genealogÃa jazzÃstica, en la que hacia adelante aporta datos para descifrar no sólo lo que bajo el aura de su genio extendió el rótulo de free jazz, sino además a Keith Jarrett, Pat Metheny o al mismo Miles Davis, por ejemplo. Hacia atrás, recoge sus raÃces en el blues y Bach, a los que su música hizo referencias concretas durante el concierto.
Más allá de las intensidades y la infinidad de matices y climas de la ejecución, en la construcción de la música se evidencia un sólido andamiaje. El compositor âmás bien un âorganizador de sonidosâ, como preferÃa John Cageâ tempera al improvisador. El músico arquitecto de su propia tradición controla al ideólogo de lo espontáneo.
Verificada una cierta circularidad de la historia, modelada por las eternas tensiones entre viejo y nuevo, hablar en términos de futuro, al menos en música, presenta sus riesgos. Si con Free Jazz, la mÃtica sesión de diciembre de 1960 en los A&R Studios de Nueva York, Coleman sacudió aquel presente y planteó las coordenadas por donde podÃa pasar el futuro, el concierto del jueves mostró a un músico siempre original, que casi 50 años después, tras numerosos discos, muchos de ellos ejemplares, no deja de manifestar la madurez de su aquà y ahora con una música de gran belleza.
Una música cuyo encanto, entre otras cosas, reside en esperar desde su lugar al futuro que viene, sin nostalgias del futuro que pasó.
© 2000-2022 pagina12-ar.informativomineiro.com|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.