Siete de la mañana en San Roque. El rocÃo de la mañana, bien fresco, no impide que la apacible comuna despierte distinta. Son el rock y sus circunstancias los que van a lavar la cara esta vez, como hace cinco años. En los lindes de la ruta 55, bastante despoblada a esta hora, los primeros puestos abren el telón: locales de chapa dura con camiones de distribución en la puerta (hamburguesas, panchos, cerveza, fernet... lo de siempre) le corren el eje geográfico al consumo. Los campings, única guarida posible en la región, ya están atiborrados. Algunos fogonean, muchos duermen, y un nutrido grupo de pibes tucumanos pinta una bandera: âSkay, Tafà Viejo te adoraâ. El sol asoma y el reloj natural del festival de rock más importante de Latinoamérica acaba de empezar a correr. Diez y media de la noche. Noche entrada. Clara y estrellada. Más de 20 mil personas amplifican, en el predio, el paisaje del amanecer. Esperan a Skay y la bandera de los tucumanos, con la pintura aún fresca, copa la parada cerca de la escena. El ex Redondo no se hace desear. Las Pelotas acaban de dejarle el piso caliente a lo que será, cuando ocurra, uno de los mejores shows del CosquÃn Rock, en años. 204dw
No hay exageración. Skay se planta con el cuchillo entre los dientes y la divina aspereza de su Gibson âsin artificios ni caprichos de estrellaâ le pone sal de la mejor a la noche uno. Impecable. Mister Beillinson de La Plata no oculta su pasado... el sonido de su guitarra es en sà mismo un axioma musical que lo traslada a la mejor época de Los Redondos. También algunas canciones que, versionadas bajo su impronta post, se entregan como rémora: âEl pibe de los astillerosâ, es el primer estallido real. Distinta, pero con su riff intacto. âTodo un paloâ, el segundo. Otra cadencia, el mismo sino del hito. Y aquel que esperan todo el año ây del que se hablará en el que sigueâ, esos pibes que llegan de cada provincia al epicentro indicado: âJi Ji Jiâ. A esta altura, desde siempre, la mayor expresión de agite y emoción que pueda activar un recital de rock. Nada que decir que no se haya dicho sobre el tema y sus efectos. Sà de Skay como médium entre la canción y la gente: su personalidad. Hay vida después de âJi Ji Jiâ. Hay un riesgo que el guitarrista asume al no convertirla en el cierre del show como fue siempre, durante y después de Los Redondos. Skay no se va con âJi Ji Jiâ. Skay se va con un tema suyo y la masa, transpirada y satisfecha, le sube el pulgar. Se va con âElla baila siempre detrásâ, y su ácida melodÃa. Su pulso con destino perdurable.
Y se queda con la mayorÃa de las canciones que, desde la diáspora redonda, le asfaltaron un camino estético con pocas curvas. La lista de temas, hechas las excepciones, se puebla de su cosecha post Redondos. Un devenir por los lindes que lleva incorporado todo lo suyo, pero sin âo con pocosâ resabios del pasado redondo más cercano. Hay tenacidad y rabia en âKatmandúâ; hay una vena gruesa âla de su gargantaâ que se hincha más cuando la frase duele (âMiro en el fondo de vaso vacÃo, buscándoteâ); hay algo que hiere punzante en cada riff y una voz austera pero rÃspida que dice mucho en pocas palabras. Hay algo espeso, viscoso y oscuro en âGenghis Kahnâ y un riesgo a priori que deja de serlo por la sola decisión de ser, sin apelar al lado fácil del arte. Skay âse ratifica esta nocheâ se ha desprendido de la teta redonda con la facilidad de un bebé piola. Un destete feliz.
Si hay vida después de âJi Ji Jiâ âsinonimiaâ no la hay después de un show asÃ. DeberÃa haber sido, el suyo, el del epÃlogo. Casi nada habÃa que hacer cuando el guitarrista metió el último riff. Nada que Kusturica y la No Smoking Orchestra pudiera hacer para levantar el muerto extasiado y colectivo. El de la pequeña muerte que sobreviene cuando el disfrute es intenso. Emir, archiesperado, sube con una propuesta que no sorprende pero le baja varios cambios al clÃmax de la noche debut. Un set largo, lejano, cómico, con tintes bizarros, que le baja el pulgar al rock para subÃrselo a una expresión cocoliche de los Balcanes. Desacierto o no, el europeo se desmarca del contexto y un comentario al paso es la mejor explicación. âSi no me traen a Zeppelin, yo me voy de acáâ. Fue la decisión de varios que, tras el show de Skay, decidieron emprender el regreso. Más de la mitad, al menos. La otra se trasladó al escenario de atrás, donde Pity revivió con menor suerte que en el accidentado show de Vélez, la impronta âbarriockâ de Viejas Locas. Sobrio, pero con la voz cansada, echó mano a los clásicos de la banda pionera del rock chabón (bien âLo artesanalâ, regular lo demás), con un coro de féminas que no siempre (más bien casi nunca) le sientan bien al género.
Punto aparte. Las Pelotas. Persistencia de una sensación ambigua: por un lado, el afianzamiento de un estilo, de una musicalidad distinta âtal vez mejorâ que en los años Sokol, con el fuerte acento en esas melodÃas de brillo oscuro. Por otro, lo extraño que aún resulta abstraerse del magnetismo del Bocha. Daffunchio y los suyos (Tavo, ex guitarrista de Los Piojos, incluido) optaron por un set que mechó viejos clásicos (los que aún se bancan la ausencia) con material del muy buen último disco. DAF superó bien la prueba con âSin hiloâ, activó soberbias, distintas, versiones de âShineâ, â20 minutosâ âotra marca Sokolâ y âHawaiâ, dedicada a ese hermano que está âacá y alláâ, âCapitán Américaâ, dedicada a âObama Bin Ladenâ (âPremio Nobel de la Paz, estamos hasta las manosâ, dijo el guitarrista) y una frase que cuenta mejor que mil la sensación final de la noche: âAhora viene el hermano Skay, después quién sabeâ.
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