No se consideraba un renovador sino, más bien, âalguien que tiene obra permanenteâ. Sin embargo, Ariel RamÃrez recordaba: âCuando empecé resultaba una audacia tocar un chamamé con pianoâ. Fue un músico tan contradictorio como toda esa generación que arribó a la música popular en las décadas de 1950 y 1960, que abrevó en el folklore, que produjo un tipo de cancionÃstica totalmente nuevo ây algunas de las mejores canciones jamás compuestasâ y que llamó a esas creaciones âfolkloreâ âa diferencia del ânuevo folkâ de los Estados Unidos y Gran Bretaña, o de la âbossa novaâ del Brasil, donde se hacÃa hincapié en la novedadâ, convirtiéndose a sà misma en la tradición inviolable. 692b2h
Sentado durante años detrás del escritorio que casi llegó a pertenecerle, en la siempre sospechada Sadaic (Sociedad de Autores y Compositores de la Argentina), patriarcal hasta la caricatura, RamÃrez fue, al mismo tiempo, el creador de mucho de lo más importante de la música popular argentina y el guardián de ese cierto tono escolar, de ese espÃritu protocolar y patriótica que terminó siendo obligatorio para esas canciones y acabó imponiéndose a su belleza. Tal vez resulte difÃcil, hoy, escuchar âAlfonsina y el marâ despojada de todo ese lastre ceremonial y de la rémora de cientos de versiones mediocres o, simplemente, malas. Pero resulta imprescindible para comprender la importancia de Ariel RamÃrez, más allá de su personaje.
Es fundamental âe inmensamente placenteroâ tratar de volver a escuchar esa canción como se la oyó la primera vez. OÃr, en ella, a una Mercedes Sosa en estado de gracia y a un pianista que, en esos fines de la década de 1960, en Mujeres argentinas, sintonizaba tan bien con el clave que los Beatles habÃan utilizado en Rubber Soul y que Burt Bacharach habÃa convertido en uno de sus timbres preferidos. Descubrir, en esos sonidos tan transitados, esa canción extraordinaria que fue cantada por la portuguesa Cristina Branco y por el tenor Alfredo Kraus, o que, dentro del jazz, fue tocada por Paquito DâRivera, por Danilo Pérez, por el contrabajista israelà Avishai Cohen y por el trÃo del pianista sueco Bobo Stenson junto al contrabajista Anders Jormin y el baterista Paul Motian.
Esa canción, como el resto del ciclo dedicado a mujeres argentinas y la Cantata Sudamericana, tuvo como coprotagonista a Félix Luna. âSiempre me entendà con él de memoriaâ, contaba RamÃrez a este diario en 1992, cuando festejaba su medio siglo de actividad musical. âYo, en realidad, compongo al revés que todo el mundoâ, relataba. âPrimero hago la música y después pido la letra. Y eso con Félix Luna siempre lo pude hacer.â Como contraparte recordaba, en aquella ocasión, âLa hermanita perdidaâ, esa canción sobre las Malvinas que la última dictadura militar primero prohibió y luego permitió a las apuradas cuando Galtieri hizo invadir las islas. âEn ese caso, la letra de Yupanqui era preexistente y él me habÃa pedido que le pusiera música. Por eso tardé tanto en hacerla. No era mi modalidad de trabajo habitual.â RamÃrez se quejaba, en aquella oportunidad, de âla falta de compositores nuevos, con ideas, como cuando llegamos nosotrosâ y no dudaba en echarles la culpa a los militares. âLo que pasó âdecÃaâ creó temores y los jóvenes se alejaron de las canciones nuestras. Con la excepción de Peteco Carabajal y de algunos pocos más, no veo que a nuestras espaldas estén apareciendo los herederos.â Su muerte hace que aquellas palabras cobren, con fuerza, una descarnada vigencia.
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