Después de ocho años, U2 volvió a subir a un escenario en Buenos Aires. Más de un fan habrá repasado mentalmente, en un segundo, aquellas imágenes del Pop Mart Tour, confrontándolas con las que recibÃa anoche, en un estadio Monumental que volvió a lucir repleto y conmocionante, como la primera vez. Cuando el crescendo climático de City of Blinding Lights le abrió paso al estallido de Vértigo (dos canciones del último disco, How to Dismantle an Atomic Bomb, que, por obvias razones, no sonaron en 1998), U2 transmitió la sensación de ser âmás allá de los cambios, de las circunstancias, de la vida que va pasandoâ portadora de un poder de seducción inalterable. Setenta mil personas deben haberlo vivido asÃ, con la piel de gallina, cuando el âUno, dos, tres, catorce...â de Bono y el inmediato riff demoledor de la guitarra de The Edge los hizo saltar, enloquecidos, en el campo y en las plateas. Si la esencia de U2 permanece invariable, casi inmune a los vaivenes de las modas y las corrientes musicales, el Vértigo Tour se encargó de deslizar ciertos matices, vinculados con la relación establecida por U2 con sus fans. Poco queda de aquella puesta megalómana del Pop Mart: el escenario montado anoche en River parecÃa transmitir la intención de buscar un o más cercano (en la medida de lo posible, claro) con el público. Una escenografÃa sofisticada, sÃ, pero a escala humana. Esta actitud tuvo su correlato musical: U2 diseñó un play-list destinado a satisfacer a todos, los fanáticos y los simpatizantes. No fue un show de lados B. Sólo es cuestión de repasar: después de Vértigo hicieron Elevation, luego Until the End of the World, New Yearâs Day y I Still Havenât Found What Iâm Looking for. En medio de la euforia, Bono no perdió oportunidad para ponerse a la gente en el bolsillo. Tomó uno de los carteles que le habÃan preparado los fans (âWe miss youâ) y se lo mostró al público, como señal de reciprocidad afectiva. PolÃtico al fin, después de un New Yearâs Day que conservó el espÃritu épico que le dio origen un cuarto de siglo atrás, dijo, en castellano: âGracias por darnos una gran vida, gracias por esperarnos, los argentinos han pasado por momentos difÃciles pero los han superado ahora por la nueva Argentinaâ. Las últimas palabras parecÃan haber sido dictadas por Kir-chner, con quien se reunió por la tarde (ver aparte). La empatÃa con el público se manifestó también en códigos de recital de rock que no se diluyen tan fácilmente. Se esperaban teléfonos celulares encendidos en I Still Havenât Found..., pero los que se prendieron fueron los devaluados y queridos encendedores. Los celulares irrumpieron más tarde, pero a pedido de Bono, antes de la emblemática One, que cerró el bloque principal del show y que le sirvió al cantante para ratificar su prédica en favor de los derechos humanos. La pulsión adrenalÃnica recién bajó con Miss Sarajevo (esta vez sin Pavarotti, aunque con Bono intentando imitarlo), cuando habÃa pasado más de una hora de show. Ya la cancha habÃa vuelto a temblar con Sunday Bloody Sunday (en el que Bono improvisó el estribillo de Rock the casbah, de los Clash, que descolocó a buena parte del público, ajeno a la cultura punk) y Bullet the Blue Sky. El necesario reposo sirvió para que el público observara lo que emitÃa la pantalla gigante: un chico negro que les recordaba a todos la necesidad de respetar los derechos de los niños. Luego Pride (In the Name of Love) y Where the Streets Have No Name, dos canciones con una gran simbologÃa polÃtica, volvieron a encender la temperatura musical. Bono cantaba y arengaba (âlos problemas del pasado no nos impide tener un futuro mejor si actuamos juntosâ fue el prólogo a los primeros acordes de la imbatible One), The Edge daba cátedra con sus dardos guitarrÃsticos, la base compuesta por Adam Clayton y Larry Mullen era una muralla... y todavÃa quedaban los bises. Que terminaron desarmando las defensas emotivas de 70 mil personas. Un combo Achtung Baby (Zoo Station, The Fly y Mysterious Ways) y With Or Without You apuraron elcierre de una ceremonia inolvidable, que esta noche tendrá su segundo capÃtulo. Producción y textos: Eduardo Fabregat, Mariano Blejman y Roque Casciero. 1r12s
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