El nudo emotivo pudo haber sido VÃctor Heredia, entregando al público una sólida versión de âVuele bajoâ, en clave de trova. O contando cuando lo invitó a su primer Obras posdictadura y el barbón trotamundos no emergió de camarines sino de entre la gente âpidiendo limosna con una gorraâ. Pudo haber sido, también, Litto Nebbia cantando tres canciones de un disco aún inédito que combinaba su puño musical con el poético del homenajeado. Pudieron haber sido, si no, Piero y sus breves relatos acerca del extenso anecdotario que los unió en los â70, Gianfranco Pagliaro recitando el texto que más le gustaba (âLa balada del boludoâ) o Yamila Cafrune, hija de Jorge âuno de sus grandes amigosâ cantando âDos y dos es nuncaâ, con su clara y potente voz. Pudieron haber sido todos juntos, como nudos necesarios de una larga soga de amor, de no haber sido por el peso pesado de la frase que congeló las sangres presentes: âMaldita sea la bala de hielo que segó tu voz, y que nos dejó ciegosâ, se le escuchó decir a quien compartiera con él pasajes gruesos de la vida, Alberto Cortez, desde una pantalla que, hasta ahÃ, habÃa mechado fotos inéditas, videos testimoniales y canciones del homenajeado: Facundo Cabral. Fue el nudo emotivo mayor, el que dio marco a los demás, el que reubicó en la realidad concreta lo inexplicable de una muerte absurda. 2y3h10
Esas balas perdidas que aquel 9 de julio dieron por disparar sin rumbo en Guatemala implicaron entonces la causa primera para que un puñado grande de artistas y público confluyeran en el Auditorio de Belgrano con el fin de evocar a este mensajero de la paz. Este ser entrañable, algo anarquista y cristiano, algo filósofo y pintor, algo mÃstico y libertario, recibió en una noche un poco de lo que dio en su vida: la bronca inconsolable de Cortez, junto a quien escribiera dos de sus páginas más significativas (Lo Cortez no quita lo Cabral y Cortezias y Cabralidades), como eje movilizador. Y todo lo demás, ahora sÃ, como efecto necesario: el tierno recuerdo de Piero a través de dos canciones o el momento en que el Indio Gasparino âasà le decÃan aún a Cabralâ aprendió a tocar en Re. âCuando lo conocà era una máquina de componer canciones en La y Mi, los únicos dos tonos que sabÃa. Cuando aprendió el Re, lo gritaba por toda la peatonal Lavalleâ, recordó el Tano, con la risa en calma. La voz de trueno de Pagliaro, evocando cómo nació y creció, hasta vender millones de copias y traducirse en nueve idiomas, el hit âNo soy de aquà ni soy de alláâ, y en qué pensaban cuando hablaban de la otra era de la boludez, hecha balada y no rock. También la de Dina Emed, recitando el compendio de vivencias que Cabral escribió después del cáncer: âNo estás deprimido, estás distraÃdoâ. La de Nebbia y su órgano-orquesta revelando tres de los temas compuestos a dúo en 2002 (âEn medio de los hombresâ, âPasó el circoâ y âHe pensado mucho en tiâ) o la de Heredia, catalizando el sentimiento de todos: âLos que tuvimos el privilegio de disfrutarlo no podremos olvidarloâ, dijo, antes de empuñar la guitarra y acunar âVuele bajoâ.
El homenaje a Cabral, organizado por Silvia Pousa âsu compañera de vidaâ y la SecretarÃa de Cultura de la Nación, y conducido por Julio Mahárbiz, dio entonces con un doble fin: provocar cierta catarsis colectiva y dejar en claro que el paso del barbudo trotamundos por esta vida no fue en vano. Destino de artista, legado cumplido y un solo lenguaje: el del corazón desafiante de un trovador popular que murió sin tenerle miedo a la muerte.
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