ERIC CLAPTON 154h1h
Músicos: Steve Gadd (baterÃa), Willie Weeks (bajo), Chris Stainton (teclados), Tim Carmon (teclados), Michelle John (coros) y Sharon White (coros).
Grupo invitado: Guasones.
Duración: 120 minutos.
Público: 40 mil personas.
Estadio River Plate, viernes 14 de octubre.
Eric Clapton sale puntual y casi no saluda. No necesita palabras para ganarse a la gente. Es como es. Sobrio, parco, calmo. La barba como siempre: a medio afeitar. Y los lentes angostos apenas alcanzan a cubrir sus ojos chicos. La luna, que asoma tras la San MartÃn alta, está llena. Igual que aquella inolvidable noche primaveral de 1990, en ese mismo lugar (River), cuando este guitar hero de la historia universal del rock daba uno de los mejores shows que se hayan visto en Argentina. Más eléctrico que acústico, mágico y estrellado, asà fue aquél. Más eléctrico que acústico, mágico y estrellado âelipsis clavada, casi simétricaâ resultó éste, como si 21 años hubiesen tardado horas. Como si las 40 mil personas que poblaron River aquella vez hubieran permanecido allÃ, inmodificables, impasibles. Clapton, el mago de Ripley, el king blanco de Fenders y Gibsons, vino alguna vez más al paÃs (la última fue hace diez años) pero tuvo que llegar este viernes, ante un estadio igual de colmado, para extirpar con su música la melancolÃa colectiva que habÃa provocado aquel hito, entre los que estuvieron y entre los que no, pero se lo contaron. 45 años tenÃa entonces, 66 tiene hoy, y Slowhand era el mismo. Sólo restaba saber en qué parte de su zigzagueante devenir de estilos y épocas caerÃa el péndulo.
Y cayó en lo esperado. Clapton hizo foco en un todo compacto. Pragmático. Casi un crossroads condensado en un vivo de dos horas que tuvo un fin éticamente eficaz: revalidar el amor con su público criollo sólo a través de la música. Hubo pop, muy poco. Hubo más rock cristalino, blues potente y ryhtmn & blues elegante. Hubo reggae, reminiscencias jazzeras y libertad. Hubo una banda impecable en polirritmias que no ahorró en adobar ciertos clásicos con intensos pasajes instrumentales, algunos psicodélicos, otros virtuosos pero venales. Que tuvo algo de aquellas jams instrumentales del primer Cream, y mucho de seguirle el tren a este hombre cambiante, tan dúctil en retardos, efectos y pedaleras, como fino cuando hay que pulir a nuevo las cuerdas de la guitarra, y trascender nÃtido. Una yunta de tecladistas bien diferenciada en matices, recursos y sonidos (Chris Stainton y Tim Carmon), más el experimentado Steve Gadd en baterÃa, Willie Weeks al bajo y dos coros femeninos (Michelle John y Sharon White) tendieron la alfombra ideal para que God dejara ser sus notas.
Las deslizara tranquilo. Las clavara en cada quien.Y a veces más profundo: el riff lacerante que introduce âHoochie Coochie Manâ, la gema eterna de Muddy Waters, fue un caso. Una prueba sintética de que el blanco destiñe bien cuando se deja impregnar por auras negras, y en esto, Clapton es un contumaz por la positiva. Una sensación de traslado al delta del Mississippi, con sus giros urbanos, claro, que ha sido una constante ââexcepto excepcionesââ en el devenir del hombre. La contundente, demoledora en swing, resignificación de âCrossroadsâ también. No hay forma de sustraerse al mandato instintivo del cuerpo cuando le da por resignificarla y asà ocurrió en este River. Asà ocurrió, también, con la âCocaineâ de JJ Cale âcómo evitarlaâ o con âI shot the sheriffâ, de Bob Marley, ambas hermanadas (igual que âLittle queen of spadesâ y âCrossroadsâ, de Robert Johnson) por haber trascendido en nombre de otro nombre. O âLaylaâ, súper arreglada, aletargada, bien diferente de la de Derek and The Dominos o cualquiera de las que haya hecho en el pasado, pero igual de conmovedora. U âOld loveâ âqué agregar de ella y su status de pieza matrizâ. El péndulo, al cabo, se movió en esos ejes. Ejes seguros, esperables y esperados, que no impidieron âbuen signoâ que Clapton incorpore al setlist âtribuneroâ algunos deslices. Cualquiera los puede tener.
Por esa arteria circuló, tal vez ây más allá de la inevitabilidad de los clásicosâ, lo más jugoso de la noche. Dos de esas perlas las fue a buscar a su primer disco solista. âTell the truthâ y âNobody knows you when youâre down and outâ, impecables, evocaron en los más melómanos el aura del guitarrista que las tocó cuando nacieron: Duane Allman, el Allman Brothers muerto hace largo tiempo (octubre del â71), que tuvo el mérito de haber incorporado en Clapton ese sonido rústico y envolvente del rock sureño. Asà sonaron las dos, ásperas y hechizantes. A ese momento recurrió también para manotear el elegante ryhtmn & blues que inauguró la noche (âKey to the highwayâ) y a un par de añitos después (1977) âvolviendo a los lados Aâ para reflotar, además de âCocaineâ, claro el otro hit de Slowhand: la tan difundida como poco atrevida âWonderful tonightâ... único desliz ârealâ de una noche atravesada por deslices irreales, maravillosos. Por rescates emotivos y una deuda cancelada con la nostalgia.
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