DifÃcil era igualar el desastre hecho en la cancha de Vélez. En noviembre de 2009, el esperado regreso de Viejas Locas, emblema del rock stone barrial, habÃa sido un fiasco. La banda liderada por Pity Alvarez y Fachi Crea se habÃa paseado por Liniers como un fantasma y, al margen de lo musical, el resultado más triste fue la muerte de Rubén Carballo, de 17 años, vÃctima de la represión policial. 716l20
Aunque sin noticias trágicas, lo ocurrido el sábado en Racing no hizo, cuanto menos, sino igualar en pobreza a aquel fallido regreso. Con los minutos, la helada realidad fue apagando los entusiasmos.
Las complicaciones del ingreso evocaron las batallas del rock chabón de los â90, y dentro del estadio comenzó el letargo. Primero con la espera, que fue de dos horas en una de las noches más frÃas del año. Objetos contundentes llovieron sobre el escenario hasta que alguien del staff tomó el micrófono y pidió paciencia: âPity está llegandoâ. Pity finalmente apareció... para pedir cinco minutos más de tiempo muerto.
Luego todo fue una serie de anécdotas propias de un perfecto anti-show, producto de la desidia. Si la edición del disco Contra la pared (2011), el primero desde la reunión, dio cuenta de que la banda tiene poco para decir, la puesta en escena no fue mucho más: la pantalla ovalada y el segundo escenario en el medio del campo remitÃan a la gira de Bridges to Babylon, de los Stones, incompatibilidades aparte. Tras un extenso apagón sonó âEl árbol de la vidaâ. Las luces ayudaron a parir una versión potable, de las pocas que destilaron algo de mÃstica, quizá junto con âUna vez másâ. Rápidamente, Viejas Locas âlo que queda de ellos, con sólo dos originalesâ se transformó en un barco a la deriva.
Por el destrato, fue frÃa la respuesta del público (unas 25 mil personas), que llenó el campo, pero apenas nutrió populares y plateas. La apatÃa crecÃa mientras se profundizaban los desvarÃos. Tras algunas buenas canciones pobremente interpretadas (âHermanos de sangreâ, âAdrenalinaâ, âDos nenasâ), la sucesión de piezas del último disco instaló una sensación de bodrio. âPerdón por todo este bastardeo de andar cambiando de lugarâ, dijo Pity en alusión a las contramarchas de fecha y locación. Se hizo tarde para buscar complicidad declarando al estadio âzona liberadaâ o pidiendo que no persiguieran al público de Viejas Locas. âUstedes son como yoâ, proclamó, y levantó tibios aplausos.
La incursión en el segundo escenario fue para peor. Problemas de sonido conspiraron con la poca inspiración de los músicos, algunos ya con cara de âtragame tierraâ. âSe hace muy difÃcil tocar acá. Lo que pasa que no vine a probar sonidoâ, se excusó Pity. Clásicos como âPerraâ, âLo artesanalâ u âHomeroâ tampoco movieron las agujas. Los músicos se despidieron y Pity quedó solo para estirar su práctica autista hasta cerrar con canciones de Intoxicados. Muchos iniciaron el éxodo antes del final. Un episodio más de la larga agonÃa del rock barrial como fenómeno de estadios. Pity Alvarez no está en condiciones de subirse a un escenario, y esto no es gracioso.
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