Un delicado juego de luces verdes recorre el campo del Luna Park. La escena parece querer transmitir una sensación de armonÃa inquebrantable hasta que, sin aviso previo, el baterista Jon Theodore cuenta cuatro, aporrea su instrumento con saña y Queens of the Stone Age da rienda suelta a ese machaque intenso llamado âYou Think I Ainât Worth a Dollar, But I Feel Like a Millonaireâ. A guitarrazo limpio, Josh Homme, guitarrista, cantante y único miembro estable del grupo, pone de manifiesto su propio concepto del rock: crudo, sucio, acelerado y con el volumen en 11. Casi sin solución de continuidad, âNo One Knowsâ y âMy God Is the Sunâ refuerzan el concepto y sacan provecho de la acústica deficiente del palacio porteño de los deportes. Todo suena empantanado y brumoso, como si fuera la contraparte sonora de la nube de aire caliente que sobrevuela en el lugar. 4q5x6g
En vivo, Queens of the Stone Age se deshace de la etiqueta que más parece pesarle: la de ser un grupo stoner. Si bien el grupo recurre a algunos de los artilugios del género (los ritmos entre cansinos e hipnóticos, las guitarras con afinación grave), a lo largo de su show aparecen elementos que escapan a los formulismos, como el riff blo del guitarrista Troy Van Leeuwen en âBurn the Witchâ, y el mestizaje de garaje con latencia funk de âSmooth Sailingâ. Hasta hay lugar para las baladas de épica oscura como âKalopsiaâ y âThe Vampire of Time and Memoryâ, esta última con Homme guiando a sus compañeros desde un piano eléctrico. Pero como a la calma le sigue la tormenta, tras bajar los decibeles la banda de Palm Desert se despachó con âFeel Good Hit of the Summerâ, el tema en cuya letra el cantante repite ad infinitum su lista de compras para pasarla bien en el verano: nicotina, Valium, Vicodin, marihuana, éxtasis y alcohol. Tras lograr que siete mil voces lo acompañaran en un estribillo perturbador (â¡C-c-c-cocaÃna!â), Homme le incrustó al tema algunos versos de âNever Let Me Down Againâ (Depeche Mode) y, por más rara que haya resultado, la mezcla funcionó.
Tanto arriba del escenario como debajo de él se respiró un aire celebratorio. Si bien se trató de la cuarta visita de QotSA a la Argentina, fue la primera en todo este tiempo en condición de protagonista principal. La primera fue en 2001, en un festival en Vélez junto a Rob Halford y Iron Maiden, con una posterior fecha en Cemento para unos pocos fans (y) curiosos. Con la máquina bastante más ajustada, el grupo integró la grilla de sendos festivales Pepsi Music en 2010 y 2013, pero nunca como cabeza de cartel. Un Luna Park desbordado se convirtió entonces en la consagración de algo que se tomó su tiempo, pero que llegó cuando tenÃa que hacerlo, con el grupo en su mejor momento y cosechando los logros de su último disco de estudio, ...Like Clockwork, del año pasado. Homme y los suyos han recorrido un largo camino, en el que hubo bajas, deserciones y, en el caso del cantante y guitarrista, experiencias cercanas a la muerte. Quizá por todo eso su interpretación haya sonado tan catártica y sincera en âFairweather Friendsâ, esa oda a los amigos que saben estar en las buenas, pero que desaparecen como por arte de magia cuando las cosas se ponen negras.
Tras reducir la velocidad a modo crucero con el hedonismo libidinoso de âMake It Wit Chuâ, las cosas volvieron a ponerse pesadas con âLittle Sisterâ, a fuerza de otro riff de adhesión instantánea y el ritmo sostenido desde un cencerro omnipresente. De ahà en más, cada tema buscó superar en intensidad al anterior. âSick, Sick, Sickâ fue una descarga rabiosa en la que la válvulas de los amplificadores parecÃan pedir clemencia, o al menos un entierro digno. No sólo no la hubo, sino que âBetter Living Through Chemistryâ redobló la apuesta, con un final extenso que desembocó en una zapada en la que Homme, Van Leeuwen, el tecladista Dean Fertita y el bajista Michael Shuman se posicionaron en semicÃrculo sobre la baterÃa de Theodore, como para que nada quebrante el trance y la inspiración. Para el remate final, âGo With the Flowâ confirmó una hipótesis: el escenario es el espacio en el que Queens of the Stone Age le suelta la correa a una furia que en estudio se percibe como contenida. Todo suena más fuerte, más rápido, más urgente.
Lejos de buscar calmar las aguas, los bises ofrecieron una catarsis eléctrica que por momentos pareció querer buscar cómo superar la hora y media que los habÃa antecedido. Primero, la cruda âMexicolaâ (la única escala en su debut homónimo, de 1998) tradujo a sonidos la aridez del desierto californiano en donde nació Homme, y de donde, a diferencia de varios de sus colegas, jamás se fue. A modo de despedida, âA Song for the Deadâ fue una puesta a prueba de la tolerancia auditiva, pero también de la visual y la fÃsica. Con los vúmetros picando en rojo, Homme y Van Leeuwen atacaron sus guitarras con la misma saña con la que Theodore castigaba los parches de su instrumento, mientras los juegos de luces alternaban entre estrobos a contraluz, y parpadeos de flashes blancos que congelaban la estampa del escenario. Todo dejó servido el contexto ideal para que el campo se convirtiera en una invitación al combate cuerpo a cuerpo. La escena se extendió durante unos diez minutos, hasta que tácitamente todos pidieron tregua. A la salida, sobre la calle Bouchard, en cada diálogo se hacÃa alusión al zumbido en los oÃdos que cada uno se llevó a modo de souvenir. Es un pitido agudo que tardará dÃas en irse, pero nadie tiene quejas al respecto. Cotiza como botÃn de guerra.
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