Un concierto no es âo no deberÃa serâ un mero conjunto de piezas musicales, puestas una después de la otra. Se supone que hay allà un relato, no necesariamente cronológico y no obligatoriamente temático, donde cada una de las obras ilumina, contrasta y propone lecturas sobre las otras. Y en ese sentido el décimo primer concierto del ciclo de abono de este año de la Filarmónica de Buenos Aires resultó ejemplar. Con una forma extraña a la convención âdos obras con solistasâ y un aparente lazo en la nacionalidad de los compositores âtodos ellos sesâ lo que unió a las obras, lo que convirtió a cada una de ellas en una nueva revelación fue el uso de la especialidad y el color y, sobre todo, una dinámica perfecta. 3a4f6k
Con dirección sensible y atenta de Diemecke, que supo entrar en el mundo estético particular de cada una de las composiciones ây, tal vez lo más difÃcil, salir luego de élâ, la orquesta brilló en cada una de sus secciones y fue cómplice, también, del riesgo. La ovación recibida después de cada una de las tres obras demostró, a las claras, que músicos y público están más que dispuestos a salir de los lugares comunes y a internarse en universos expresivos diferentes e, incluso, desafiantes. La primera parte del concierto estuvo dedicada al brillante Concierto para dos pianos y orquesta de Francis Poulenc, con la chispeante actuación de Marcela Roggeri y JeanâPhilippel Collard como solistas. La segunda abrió con âCeloâ, el primer concierto para cello y orquesta de Pascal Dusapin, con la memorable participación de Anssi Karttunen; el cierre fue con la terrorÃfica espectacularidad de La valse, de Maurice Ravel.
El homenaje a Bach entremezclado con la reivindicación de géneros menores âel vodevil y el cabaret; la canción, por supuestoâ en la obra de Poulenc, tuvo en Roggeri y Collard, y en su rico diálogo con la orquesta, a intérpretes ideales. Lâembarquement pour Cythère, del mismo autor, fue el bis con el que el dúo de pianistas rubricó una actuación de gran nivel. La obra de Dusapin propuso un nuevo clÃmax pero de naturaleza muy diversa. Ya su tÃtulo, que refiere tanto al instrumento solista como al cuidado extremo, da una pista de una escritura de un refinamiento y un detalle extraordinarios. En rigor, aún cuando la parte de violoncello propone demandas técnicas de gran magnitud, se trata casi de un concierto para orquestas. El material circula entre los instrumentos y en el espacio, los sonidos proliferan en la orquesta y la integración entre solista y conjunto es deslumbrante. La obra fue escuchada con una concentración extrema y Karttunen, orquesta y director fueron aplaudidos como muy pocas veces sucede cuando se trata de obras actuales. Karttunen tocó también un bis atÃpico, el concentrado e inmensamente expresivo primer movimiento de Imago, de Dusapin, que en perfecto castellano y con visible emoción dedicó a la memoria de LucÃa Pérez. La Valse, la genial hipótesis de Ravel acerca del vals entendido como material de la derivación del amor hacia la muerte, tuvo en la Filarmónica de Buenos Aires, nuevamente, un vehÃculo expresivo tan preciso como certeramente explosivo.
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