En septiembre de 2001, cuando los televisores mostraban una y otra vez, desde distintos ángulos, los dos aviones atravesando las Torres Gemelas, dijo que se habÃa tratado de uno de los grandes hechos estéticos de la historia. Unos años antes, habÃa compuesto un cuarteto para cuerdas y helicópteros. Cada uno de los instrumentistas, con micrófonos, auriculares, una marcación temporal regular y una partitura, tocaba dentro de la cabina de uno de los vehÃculos que sobrevolaban el lugar donde el público âcomponÃaâ la obra, uniendo la transmisión de lo que tocaban los dos violinistas, el violista y el violoncellista del Cuarteto Arditti y, por supuesto, el sonido de las hélices y motores. BastarÃan esos dos hechos para tener una idea acerca de quién fue Karlheinz Stockhausen. Y alcanzarÃan, también, para no entenderlo. 15b23
DiscÃpulo de Olivier Messiaen en el Conservatorio de ParÃs, en 1952, junto a Pierre Boulez, fundador del Estudio de Música Electrónica de Colonia âdonde, entre otros trabajaron György Ligeti y Mauricio Kagelâ, amigo de artistas mucho más jóvenes que él, como Björk, con quienes mantenÃa una nutrida correspondencia, y autor de algunas de las obras fundamentales del siglo XX âentre ellas el Cántico de los adolescentes, para voces y sonidos electrónicos; Gruppen, para tres orquestas, y las once piezas para piano de 1956, que tienen el honor de haber aplicado el serialismo integral por primera vezâ, Stockhausen fue, en muchos aspectos, el ejemplo del compositor âcontemporáneoâ. En ese sentido, su obra no está sólo en las piezas musicales en sà sino en el pensamiento acerca de lo que la música es âo de lo que las poéticas sonoras podrÃan serâ y que esas piezas ponen en escena. Nacido en 1928 y único personaje de la tapa del Sargento Pepper ligado a la música artÃstica de tradición escrita, Stockhausen murió el miércoles pasado, según anunció ayer la fundación que lleva su nombre.
Ganador en 2001 del Premio Polar, concedido por la Real Academia Sueca de Música âuna especie de compensación por la falta de Nobel en esa disciplinaâ, ese mismo año se despachó con su famosa frase sobre el atentado terrorista del 11-9. âLo que sucedió allà ây ahora todos ustedes tienen que cambiar de chipâ es la mayor obra de arte que haya existido jamásâ, afirmó, para espanto de muchos, entre ellos los directores de los teatros que tenÃan previsto hacer obras suyas, que, a partir de ese momento comenzaron a tratarlo como un indeseable. âQue unos espÃritus hayan conseguido realizar, en un solo acto, algo con lo que ni siquiera podemos soñar en la música; que personas ensayen como locos durante diez años, totalmente fanáticos, para un solo concierto y luego morir... Es la mayor obra de arte que existe en todo el cosmos. Yo no podrÃa. Comparado con esto, los compositores no somos nadaâ, era su conclusión.
En sus obras de mediados de la década de 1950, Stockhausen se caracterizó por escapar de lo que parecÃa la consecuencia inevitable del culto a Anton Webern: el uso de sonidos aislados como puntos en el espacio. El, en cambio, practicó una especie de desmesura, utilizando grandes grupos de notas, organizadas de acuerdo con elementos que pudieran derivarse de la serie original en la que habÃan aparecido. Sus teorÃas acerca de los procesos de composición tuvieron como púlpito los festivales de verano de Darmstadt, que se convirtieron en la Meca de la creación contemporánea e influyeron a toda una generación de compositores, comenzando por sus propios compañeros de ruta, Boulez y Luciano Berio. El peso de sus enseñanzas, en todo caso, no tenÃa que ver sólo con el rigor intelectual. Ni siquiera era una cuestión de carisma. Más bien, lo que sucedÃa era algo que las teorÃas no llegaban a explicar: la música de Stockhausen tenÃa un poder dramático sorprendente.
En 1958, Karlheinz Stockhausen realizó su primera visita a Estados Unidos y, tal vez como consecuencia del efecto Cage su música se hizo más relajada, tanto en relación con la densidad de eventos como con la exactitud de la notación. Pero también tuvo que ver, en esa nueva calma musical, el trabajo con medios electrónicos. Lo que estaba claro, para el compositor, era que la materia era el sonido mismo. De ese perÃodo son composiciones como Kontakte, para piano, percusión y cinta (1960); Momente, para soprano, coro e instrumentos (1964, revisada en 1972); Mikrophonie I (1964), Prozession (1967), Kurzwellen (1968), Aus den sieben Tagen (1968). AllÃ, el antiguo precursor de la ilusión del control total se convertÃa a la religión del descontrol. Su partitura, algo asà como un poema en prosa, indicaba: âToque una nota, siga tocándola; tóquela hasta que se canseâ. Con algunas obras fundamentales compuestas para cinta âTelemusik (1966) e Hymnen (1967), sobre todoâ, con Mantra retomó medios más convencionales. Conceptual él mismo en un siglo donde el concepto explÃcito se integró al arte, Stockhausen fue, quizá, quien mejor corporizó la Idea del compositor de vanguardia. Como habÃa sucedido con Schönberg unas décadas antes, muy pocos conocieron en profundidad su música âo su poética sonoraâ. Muchos supieron, sin embargo, que era uno de los grandes revolucionarios de la música actual. Por eso algunos lo amaron (aunque mal, como Bulez dice que se ama a Schönberg) y otros lo odiaron. El, desde la parte de arriba de la tapa del Sargento Pepper, seguirá mirándolos.
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