Basta de tormentos, y de sufrir como marranas. Si la vida y la literatura se nutren con las excesivas calorÃas que aportan las tragedias de amor, pasión y muerte, por qué no contar una historia de amor, de ésas en que los protagonistas están âmetidos hasta el cuelloâ, pero sin espantosos desgarros existenciales, sin ribetes sombrÃos, ni hundirse en el pozo sin fondo de la depresión, sin esperas que se tornan insoportables para los personajes, y a veces, también, insufribles para los lectores. Expurgar el excedente lacrimógeno y fatal no implica, necesariamente, que todo sea un paraÃso para los enamorados. Se puede gozar de los placeres de la vida con tropiezos, intrigas, una pizca notable de clandestinidad y mucho humor. A este menú apela la escritora Angélica Gorodischer en su nueva novela, Tres colores (Emecé), nombre que alude a las tonalidades que adquiere una de las comidas clave de la trama, el cabrito trois couleurs, amarillo brillante, punzó amaranto, azul de paraÃso. âNo conozco pena alguna que no se mitigue ante una buena comida; no conozco alegrÃas y felicidades que no se festejen con una buena comida. Quienes no la tienen, sufren y mueren por eso; nosotros que la tenemos debemos no sólo apreciarla, sino amarla y exaltarla como parte importante de nuestras vidasâ, dice el voluminoso viudo Don Leonel, uno de los personajes. z4p4m
En esta novela de amor, âhedonista y gozosaâ, la escritora narra el romance entre una joven y bella actriz, Selene, y el divorciado y galante, Maxwell OâShannon, un exitoso empresario que se asocia en un negocio con Don Leonel, el padre de la joven, que proyecta abrir cinco restaurantes en distintas ciudades (ParÃs, Madrid, Roma, Tokio y Londres). Don Leonel, âgordo y sonrienteâ, pero âastuto como un zorro, decidido como un San Bernardo y rápido como una cobraâ, aunque adora a su hija, se queja por su extrema delgadez, âcon esa manÃa de las rodajitas de zucchini y el caldito de verduraâ. Objetando la moda de las mujeres esqueléticas, âsin forma, planas como estampillas en las que nada hay para descubrirâ, para Don Leonel, como en el cuento Ursula, de Felisberto Hernández, las mujeres tienen que ser âun vasto territorio en el cual un hombre bueno y ardiente pueda vagar a su gusto, ahuecando la mano para no perderse nadaâ; las mujeres tienen que ser âgrandes y mullidas, acogedoras como una nube de plumas en la que poder hundir la cabeza y aspirar ese olor a carne tan blandaâ. El romance principal de la novela se cocina entre corderos de salsa de menta, macarrones a la napolitana, cabrito trois couleurs y otros manjares, condimentados, como si esto fuera poco, con otros dos relatos amorosos de fondo. Todos los personajes, a su manera, disfrutan del amor y de la buena mesa.
Aunque siempre hay historias de amor en sus novelas, qué le pasa a la autora de Tumba de jaguares y Kalpa Imperial, por mencionar dos tÃtulos entre la veintena de novelas, cuentos y ensayos que ha publicado, que hace dos años, a los 78, escribió su primera novela erótica, Querido amigo, y ahora reincide en otro tono, claro, con el tópico del amor. âCada vez estoy más joven. Cuando tenÃa veinte años era una imbécil, ¡para qué nos vamos a engañar! CreÃa que era sumamente inteligente y genial, y la pasaba muy malâ, dice Gorodischer. En la oficina de la editorial, donde la escritora que reside en Rosario recibe a Página/12, la escucha, atentamente, su marido, el arquitecto urbanista Sujer Gorodischer, alias Goro. âDentro de poquito cumplo 80; todos los dÃas voy al gimnasio y hago aparatos y pesasâ, cuenta, y la posición de su cuerpo erguido, sus piernas y brazos tonificados confirman que esta mujer sabe lo que es la actividad fÃsica diaria. âLo único que me faltarÃa es tener un novioâ, bromea.
âGoro, ¿vos no me darÃas permiso para tener un novio?
âNo.
â¡Qué lástima!
Es imposible no reÃrse con Gorodischer. Cuando las carcajadas amainan, aclara que no tuvo el propósito de escribir una novela gozosa. âYo querÃa contar una historia; como el maestro Borges, creo que la verdadera literatura está en la épica. TenÃa una idea de una escena: mucha gente alrededor de una fuente tomando champagne. Empecé a escribir algo sobre una muchacha que se enamora, aunque cuando se encuentra con él, piensa que el tipo es un estúpido, y él cree que ella es una idiota. Lo único que sabÃa con seguridad es que no querÃa nada demasiado dramático, ni personajes contradictorios que sufren como chanchosâ, explica la escritora. âEl personaje que me interesa es el padre, ese viejo gordo que se siente tan feliz y al que le gustan las mujeres gorditas. Es un enamorado de la vida, le han pasado cosas, por supuesto, tiene esa hija demasiado flaca, pero el gordo se morfa todo lo que hay alrededor. Es muy propio de mÃ, ¡cómo me gusta comer!â, ite Gorodischer, aunque su figura la desmienta. âCuando voy a un paÃs que no conozco lo primero que quiero ver es qué se come ahà para probarlo. No entiendo a esa gente que retrocede espantada cuando tiene que probar las comidas de los lugares donde está y grita: â¡Ay, qué asco, qué horror!â. Me acuerdo de un tipo que decÃa que habÃa ido a Grecia, pero que se fue enseguida por el olor a cordero asado que hay en la calle. ¡A Grecia, escuchame, y le parecÃa mal el olor a cordero asado! Lo hubiera matado.â
Tres colores está dedicada a Julia MartÃnez de Drake, la mujer que trabajó en la casa de Gorodischer desde que ella tenÃa 8 años y que le enseñó los secretos de la buena comida y varias recetas. âMe gusta cocinar, pero no tirar un bife sobre la plancha asà nomás; me gustan los platos elaborados. Si invito a mis amigos a comer a casa, preparo entrada, plato principal y el postre. De haber sido hombre, hubiera sido Don Leonel, pero hubiera tenido que quedar viudo primeroâ, subraya la escritora. Sobre la estructura de la novela y una de las confabulaciones que se resolverá hacia el final, el supuesto robo de un diamante, advierte que un poco de intriga siempre tiene que haber. âHay veces que una plantea la intriga y dice: â¡Dios mÃo, ahora cómo salgo de acá!ââ
âDicen que no se puede escribir sobre la felicidad. ¿Qué opina?
âEstoy convencida de que se puede escribir de todo, lo importante es encontrar el tono. Un libro entero de John Banville es un monólogo, y uno dice: âA la flauta, cómo se animóâ; yo ni lo encaro ni lo pienso. También dicen que no hay historia de amor sin desgracia, pero yo creo que sÃ, que hay amores felices, con ciertos tropiezos, pero felices.
âEn esta novela se percibe un gusto por la picaresca. ¿Qué le atrae de este género?
âMe gusta el personaje que está a mitad de camino entre la honestidad y la inmoralidad, que no es ni un hijo de puta ni un asesino, que está en un borde, que es capaz de traicionar a cualquiera, pero además es seductor y encantador. Me encanta la picaresca española; me gusta mucho el hecho de que el antihéroe salga vencedor; ¿por qué lo van a meter siempre en cana? Dejalo que le vaya bien en la vida (risas). Todos los hombres que están alrededor de Don Leonel tienen algo de la picaresca. A mà el humor me sale con toda la naturalidad, también la oralidad. Vos no hablás lo mismo con tu amiga âla Chuchiâ en el bar de enfrente que con un profesor de FilosofÃa o conmigo. Mi verdulero dice cosas maravillosas, por ejemplo: âEl corazón de una madre nunca se equivocaâ. A mi hija, que es psicoanalista, le digo: âNena, si eso fuera cierto, vos no tendrÃas trabajoâ (risas). En las grandes obras de la literatura mundial, en Shakespeare o en Cervantes, siempre está esa pareja de sinvergüenzas que te hacen cagar de risa con las cosas que hacen y que dicen. Es como un descanso que en medio de la tragedia aparezcan estos tipos y digan un montón de disparates; es un recreo en medio del desastre.
© 2000-2022 pagina12-ar.informativomineiro.com|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.