El destino puede enhebrar sus trampas pendencieras. Una escritora tan extraña como pionera, proustiana antes de tiempo, se hundió en el más ominoso de los anonimatos. Murió joven, a los 40 años, en 1956, con una sola novela publicada y una galaxia de textos desperdigados entre sus amantes y amigas. Crónicas y artÃculos periodÃsticos contra la timorata Costa Rica de los â30 y los â40, el paÃs natal de donde huyó despavorida; además de cuentos, cartas y otras narraciones. Unos amigos se empeñaron en despedirla âvelatorio y ataúd modestosâ y la enterraron en el cementerio de México. Su nombre ni siquiera quedó inscripto en la lápida. Apenas un número. El derrotero continuó: sus restos mortales serÃan exhumados, repatriados y nuevamente sepultados en el lugar donde nació. Una logia minúscula de iradores, anticuerpos contra el virus del olvido, entró en acción. Yolanda Oreamuno devino en culto de una parroquia literaria que organiza lecturas, fabrica camisetas con su efigie y otros souvenires (ver aparte). 2i6c1b
Un entonces joven escritor nicaragüense descubrió, a mediados de la década del â60, el precio que pagó esa mujer por ser diferente en un ambiente donde sólo se respiraba mediocridad. La semilla de una historia comenzó a germinar. âUna tumba sin quietudâ, balbuceó. Sergio RamÃrez, inspirado en el molde de Yolanda, imaginó un personaje, Amanda Solano, una escritora incorregible y de una belleza subversiva que quemaba. La textura narrativa se retobó durante casi cincuenta años. Como las intuiciones que martillan la cabeza y permanecen latentes, la ficción encontrarÃa la forma. En La fugitiva (Alfaguara), la última novela de RamÃrez, tres voces femeninas narran las peripecias existenciales de Amanda; tres amigas âdos enamoradas de esa autora tan vanguardistaâ interpeladas por un escritor nicaragüense que quiere escribir sobre la vida de esta escritora âmalditaâ.
La voz memorable de una especie de alter ego de Chavela Vargas, la cantante Manuela Torres, ofrece un monólogo magistral previo al fin de la novela. Hasta se la puede ver con unas tijeras en mano, empujada por el soplo del diablo, el rencor y el exceso de tequila en sangre, arruinando los vestidos que habÃa diseñado Amanda, como se cuenta que sucedió en la vida real, cuando Chavela dejó un estropicio de trapos tijereteados ante la mirada estupefacta de la Yolanda Oreamuno de carne y hueso. RamÃrez ahora sonrÃe al mirar la foto en blanco y negro, el perfil de esa bella mujer, Yolanda Oreamuno, la escritora de culto que ilustra la tapa de su última novela, esa que temió que nunca escribirÃa. Pero ayer nomás sudó la gota gorda con La fugitiva. Casi medio siglo reposando en su cabeza, esperando el momento de alumbrar desde los tiempos en que vivió en Costa Rica. TenÃa 22 años cuando cambió figuritas geográficas y dejó atrás la Nicaragua tropical de los Somoza para instalarse en San José. âAlgunos hablaban de Yolanda con cierta incomodidad; no era una escritora apropiada por Costa Rica sino una figura marginalâ, recuerda RamÃrez en la entrevista con Página/12. âUno siempre tiene muchas historias en la cabeza y a lo mejor hay algunas que nunca va a escribir, simplemente por no encontrar cómo contarla. Creo que la literatura es un asunto de dos cosas: de palabras y de procedimientos. Una historia de una mujer que no se entiende con la sociedad de su tiempo puede repetirse en muchas partes; entonces el asunto es cómo contarla, con qué textura, cómo se va a organizar el relato.â
âNo, creo que el hecho de que se haya hecho guatemalteca es consecuencia de un gran desacuerdo. A los 17 años comenzó a escribir textos contestatarios. Aunque venÃa de una familia muy tradicional, su padre murió cuando ella era muy niña y la madre quedó mal de fortuna y tuvo que hacerse costurera, lo cual en esa sociedad cerrada era una especie de deshonra. Además, la madre fue objeto de rumores, se dice que fue amante del ministro de Hacienda, y a eso hay que sumarle que la belleza de Yolanda y su actitud desafiante la fueron convirtiendo en un fetiche de la sociedad costarricense. Los hombres pensaban que por ser bella y pobre era una mujer fácil, un tipo intentó raptarla, y después se casó abruptamente con un hombre que estaba enfermo y la enfermó a ella de sÃfilis. Y luego tuvo otro matrimonio y un hijo. Toda esta desgracia fue en paralelo con la sociedad cerrada en la que le tocó vivir. Ella se rebeló y pagó un costo altÃsimo por su rebelión, no se acomodó dentro de la vida familiar burguesa. El personaje maldito me lleva a la reflexión del que quiere ser distinto y el precio que paga.
âSÃ, todavÃa me imagino a los escritores hombres en los cuartos traseros y ocultos de las grandes casas coloniales, a los locos, a los tuberculosos, que no son como los demás y que hay que esconder de la mirada. A todos alguna vez nos pasó en la vida. Recuerdo que cuando le entregué a mi padre mi primer libro de cuentos, yo tenÃa 20 años y todavÃa no habÃa sacado mi tÃtulo de abogado. El me habÃa mandado a estudiar leyes y yo estaba muy temeroso de cuál iba a ser su reacción. Al final me dijo que ya que me habÃa metido en esto tenÃa que escribir una novela. El vio que las cosas habÃa que tomarlas en serio. Mi padre pensó que el cuento era un escalón para llegar a la novela, aunque yo no lo considero asÃ. Pero uno resulta escritor como si fuera una especie de freak o un fenómeno.
âLa novela está construida en base a las leyendas que se repiten alrededor de la relación de Chavela con Yolanda. Se cuenta que Chavela un dÃa tomó las tijeras y le destruyó todos los trajes a Yolanda. Me pareció que Chavela, con otro nombre, era un personaje infaltable. Le di la voz narrativa porque cuando decidà cuál iba a ser la estructura, tres voces de mujeres muy diferentes, de tres estratos sociales muy distintos, la última narradora, Manuela, tenÃa que contar la inconformidad con la sociedad, pero de una manera más visceral, más verbal.
Manuela Torres, además de evocar su vÃnculo con Amanda, se despacha para la posteridad. âEl mundo y yo nos tratamos como amantes, el único amante macho que tuve, porque mi pasión y perdición fueron toda la vida las señoras. Lo amé y me enfrenté a él, sin un solo remordimiento. Abrà los brazos y le dije: acércate sin miedo, cuate, ven y hablemos. Hablemos noche a noche, todo el tiempo es nuestro, esta cama mÃa es también la suya. Y el Mundo y yo platicábamos, las cabezas en la misma almohada a veces mojada de mis lágrimas. Mira cómo me estoy poniendo de sentimentalota sin necesidad de echarme un solo tequila. Años que no lo pruebo, el muy desgraciado, tanta dicha y tanta pena que me brindóâ, dice esta criatura de ficción tan chaveliana que habrá que subrayar que no es una reconstrucción de un diálogo con la cantante. El escritor nicaragüense ni siquiera la conoce personalmente. âSupongo que si alguien le contó que aparece en esta novela debe estar encantadaâ, conjetura RamÃrez. âTengo amigos que ya le deben haber comentado, como JoaquÃn Sabina o Almudena Grandes. iro y escucho mucho a Chavela; es una cantante extraordinaria.â
âEn realidad finjo hacer ese trabajo de encontrarme como entrevistador ante cada una de estas mujeres con mi grabadora. Edité cada una de esas supuestas entrevistas, dejando que el discurso fluya sin la intervención de las preguntas. Pero es cierto que son tres entrevistas: ése es el procedimiento. En la novela llega un periodista a investigar los hechos y después se transforma en el entrevistador, una tarea periodÃstica en todo sentido.
âParte de la solución del problema narrativo es encontrar la forma de narrar. TenÃa esta historia en la cabeza hacÃa mucho tiempo, pero no sabÃa cómo narrarla. ¿La voy a narrar yo, el camino más tradicional?; ¿la va a narrar ella, como un relato autobiográfico? En determinado momento pensé que tenÃa que dar un salto experimental y encontrar la solución más difÃcil, el desafÃo más extremo de crear tres voces de mujeres y meterme en la piel y en la cabeza de esas mujeres. El procedimiento de entrar dentro de cada mujer fue el lenguaje; es decir elegir y realizar un lenguaje para cada una de ellas, un registro de voces completamente diferente. Y es lo que hice: fui escribiendo los relatos uno por uno. De manera que no son relatos que se comunican; las tres mujeres hablan sin escucharse, nunca saben lo que la otra dijo y, por lo tanto, son recuerdos contradictorios que no están conciliados.
âNo se perdió tanto; ella contaba sus ideas y decÃa que iba a escribir un libro y a lo mejor cambiaba de tÃtulo, pero la historia que estaba escribiendo era la misma. El hecho de que regalaba sus manuscritos, que iba dejando un reguero de obras perdidas, es un mito. Ella escribió muy poco, pero lo que escribió es muy bueno. El personaje de la vida real es una gran escritora olvidada, desconocida, como otras en América latina y sobre todo en los paÃses pequeños. Porque ella se adelantó y escribió una literatura que entonces no existÃa. Claro, en un paÃs como la Argentina, en los años â20, ya habÃa una literatura moderna, pero en Centroamérica no. Yolanda, a comienzos de los â30, se conectó con Proust, con Joyce, con Virginia Woolf; conexión que recién se dará tardÃamente con la llegada de la literatura del boom, a mediados de los â50. Yolanda ya se habÃa adelantado al presentar una literatura de exploración introspectiva, de monólogos interiores. Esto es parte del gran desajuste que ella presenta con un paÃs tradicional, pequeño, donde no hay crÃtica literaria, no hay revistas, los periódicos no se ocupan de la literatura y ella está clamando sola en el desierto con una literatura completamente diferente. El visionario siempre tiene que pagar un costo en su época presente, sobre todo en Centroamérica que es una región en donde la literatura repetÃa lo mismo; hasta que llegó (Miguel Angel) Asturias y planteó una narrativa de vanguardia, experimentando con la cuestión indÃgena y el lenguaje.
El que sólo se rÃe de sus picardÃas se acuerda, postula el refrán. Lo sabe RamÃrez, que no quiere dejar afuera al lector de esta entrevista. âCuando presenté la novela en Guatemala, alguien del público se puso de pie y se presentó como el hijo de un amante de Yolanda, de apellido Morales, un poeta guatemalteco. âAquà tengo unas cartas y yo quiero que usted las lea.â Reconocà la firma de Yolanda; serÃan unas 50 o 60 cartasâ, repasa el escritor nicaragüense la sorpresa que se llevó. â¡Qué tarde que llegan, hubieran sido muy útiles para la novela!â, le dije. âElla escribió seguramente muchas cartas de amor como ésas. El me prometió mandarme las cartas, pero obviamente no lo hizo.â
âEs una pregunta que me hecho muchas veces... Es difÃcil encontrar esa rebeldÃa hoy porque los derechos de las mujeres están conquistados; muy recientemente, pero están conquistados. Ya nadie se asusta de ver mujeres en las sillas presidenciales, en la polÃtica, en las profesiones liberales, en las universidades; el concepto de las relaciones sexuales y de pareja cambió totalmente. ¿Pero todo esto me llevarÃa a concluir que desapareció la sociedad patriarcal? Creo que no. Vivimos en una cultura profundamente patriarcal donde los valores supremos masculinos siguen imperando y esto tiene muy diferentes expresiones: las violaciones, el uso del poder como elemento de sometimiento sexual, la violencia familiar, el hombre que golpea a la mujer y cree que tiene propiedad sobre la mujer. Esas cosas están ahà y las vemos reflejadas en los periódicos; siguen pendientes en pleno siglo XXI.
âEs más difÃcil pensar hoy en transgresiones; en determinado momento se planteó como transgresión lo que Alberto Fuguet hizo con McOndo y la literatura antirrealismo mágico, pero creo que nunca hubo un conflicto generacional verdadero porque el realismo mágico dio paso muy rápido a otro tipo de literatura mucho más diversa. Lo que el realismo mágico tuvo es muchos malos imitadores comerciales. Al fin y al cabo, el realismo mágico se reduce a una persona, que es GarcÃa Márquez. Nunca se hizo una escuela de realismo mágico; fue una marca de exportación de la literatura latinoamericana que hizo daño. Quizá la otra rebelión contra el canon es que la literatura latinoamericana tiene que alejarse de los temas de la vida pública; lo he oÃdo proclamar a escritores más jóvenes, como Santiago Roncagliolo. Pero esos temas siempre regresan, porque una novela como Abril rojo, de Roncagliolo, explora el tema de la violencia polÃtica en el Perú. Uno no se puede escapar de la historia pública para contar historias privadas.
Yolanda Oreamuno, autora de La ruta de su evasión, única novela publicada, tiene una página en Facebook con 754 seguidores. Hay fotografÃas âuna de El diario de Costa Rica, cuando fue electa reina de los Artistasâ, caricaturas, frases y textos varios que la recuerdan. En una de las entradas del muro, Fernanda Roldán Vives escribió que âEl ambiente tico y otros mitos tropicalesâ, un ensayo âespectacularâ de Oreamuno, en muchos pasajes le produjo escalofrÃos âal verificar que describÃa con asombrosa exactitud la percepción que yo tengo de la idiosincrasia de este paÃs en el 2011â. MarÃa Mora Barzuna, en cambio, compartió una frase de La ruta de su evasión: âYo me niego a aceptar el sufrimiento como una necesidad humana. Trato de explicármelo y si persiste, hago por ignorarlo, suprimirlo o evitarlo. Las mujeres llenas de dolor, mansas, resignadas, me chocan. No puedo soportarlasâ. La mayor parte de sus seguidores son jóvenes. âHablan de ella con iración, pero sigue siendo una escritora de culto para minorÃas, una escritora para escritores âplantea Sergio RamÃrezâ. Es lo que fue Borges durante mucho tiempo. Cuando comencé a leer a Borges en los años â60, lo leÃamos los escritores; después dio ese gran salto universal y se volvió un escritor masivo. Pero no creo que ocurra con Yolanda.â
Sergio RamÃrez nació en 1942, en Masatepe (Nicaragua). Graduado en Derecho por la Universidad de León, en sus años universitarios participó en movimientos estudiantiles y en el grupo literario de la revista Ventana (1960). En 1977 encabezó el Grupo de los Doce en respaldo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), en lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza. En 1979, con el triunfo de la revolución, integró la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. Fue electo vicepresidente en 1984 (promovió la reforma a la Constitución PolÃtica de 1987), cargo que ocupó hasta 1990. Luego fue diputado nacional y candidato a presidente del Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), del que posteriormente también se separó. Desde 1996 está retirado definitivamente de la vida polÃtica. En su libro Adiós muchachos relata su experiencia personal y los mecanismos que, desde su punto de vista, condujeron al alejamiento del FSLN de sus auténticas raÃces sandinistas. Es autor de Tiempo de fulgor (1970), De tropeles y tropelÃas (1972), Charles Atlas también muere (1976), ¿Te dio miedo la sangre? (1976), finalista del Premio Rómulo Gallegos; Castigo divino (1988), Un baile de máscaras (1995), Margarita, está linda la mar, Premio Alfaguara 1998; Catalina y Catalina (1999), Mentiras verdaderas (2001), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2004) y El cielo llora por mà (2008), entre otros tÃtulos. La semana pasada ganó el Premio Iberoamericano de las Letras José Donoso, que se entrega en Chile.
© 2000-2022 pagina12-ar.informativomineiro.com|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.