Los dedos de Joao Gilberto Noll pulsan algo en el aire con una intensidad arrebatada, como si estuviera en el preámbulo de un concierto, a punto de tocar una pieza de su amado Bach. El Ãndice se clava en una tecla del mito de origen. âNo hay sentimiento más poderoso para la escritura que el de la elevaciónâ, dice el escritor brasileño con una dicción que preserva la modulación sintáctica de su formación en el canto lÃrico; unas cuerdas vocales que se aceitaron en público, en casamientos y fiestas de colegio, al compás del âAve MarÃaâ de Schubert. A la vera del sinuoso camino de la existencia, un muchacho de Porto Alegre, que entonces tenÃa 18 años, descubrió su vocación después del ramalazo que significó haber leÃdo a Clarice Lispector. Locura, fascinación, convite a la libertad. La necesidad de ser escritor comenzó a flotar en el firmamento. El tiempo, presumido saboteador que procura embarrar la planicie de los sueños, desvió la nave insignia a otros puertos cercanos. âEl proceso fue muy lento hasta que me sentà maduro para publicarâ, confirma el autor de Lord, la primera novela que tradujo y publicó Adriana Hidalgo en 2006 y que disparó el culto del brasileño por estos pagos. El periodista desempleado que fue a los treinta y pico decidió encerrarse durante siete meses. âSolamente escribÃa, ni siquiera abrÃa las ventanas; estaba muy concentrado en mi primer libro de cuentos. No pensaba en nada: estaba completamente vacÃo, escribiendo, escribiendo. Sólo miraba mis manos como si fuera un pianistaâ, revela Noll a Página/12. 131w70
El resultado de esa clausura y escritura frenética fue El ciego y la bailarina, su primer libro de cuentos publicado en 1980. El impacto que generó en la crÃtica y en los lectores se fue elevando novela tras novela, desde Bandoleros, pasando por Harmada, hasta A cielo abierto (todas publicadas por Adriana Hidalgo). El tópico de la pulverización de la identidad, el viaje y la errancia tan voluntaria como incesante en busca de lo desconocido, un único personaje sin nombre ni atributos, el timón de un lenguaje poético construido con frases largas âun fraseo obsesivamente quebrado por el dolorâ atraviesan el universo narrativo de este escritor brasileño que ayer se presentó en el Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba).
â¿El derrotero de sus personajes serÃa buscar para encontrarse, aunque sea insatisfactorio lo que aparezca en el camino?
âSÃ, estoy de acuerdo. Mi protagonista, que es siempre el mismo para mÃ, está en una búsqueda muy fuerte y encuentra alguna cosa, aunque sea insatisfactoria, pero existe la búsqueda en sà misma y eso es muy alentador para él, que no conseguirÃa vivir fijado a una dimensión familiar. La propia búsqueda es una manera de encontrar cierta trascendencia que le hace falta, como a cualquier ser humano. La literatura existe porque el sentimiento humano es muy insuficiente, muy parco; por eso es importante esa búsqueda, aunque no encontremos muchas cosas. El ser humano coloca el lenguaje delante del mundo, o sea la invención, los mitos. Para Fernando Pessoa, el mito es âel todo que es nadaâ. La sensación que tengo es que con la invención estamos construyendo ese vacÃo pleno. Esta es la esencia de mi ficción: la necesidad de construir mitos para simular una presencia alentadora en este vacÃo existencial en que todo hombre está agobiado. Soy un escritor metafÃsico, pero me sentà muy culpable porque vengo de una generación con una fuerte formación marxista. Escribo porque me voy a morir y pienso que eso es una cosa horrorosa (se rÃe a carcajadas). Empecé a publicar en la década del â80, en un momento de la caÃda de las utopÃas. Si alguien quisiera analizar mis libros desde el canon polÃtico-ideológico, mi protagonista representa ese vacÃo de referencias éticas. Soy hijo de ese vacÃo.
âAunque se defina como un escritor metafÃsico, no todo es vacÃo. Hay una idea de âcomuniónâ en los otros en el camino de esa búsqueda. Ese personaje que dice que es el mismo en todas sus novelas intenta estar con los otros o en los otros.
âEs una comunión tensa y muchas veces efÃmera, pero está. Y se da a través del sexo o de una gratuita simpatÃa. En Lord, él encuentra a un hombre en la calle, en Londres, un hombre que está muriendo, y le sirve de enfermero. El se transforma en un ser piadoso para aquel hombre que está muriendo en la calle; siente una atracción por lo desconocido. No le gustan los asuntos familiares, pero sà tiene disponibilidad para el desconocido. Yo puedo, dice, quedarme aquà por dos o tres meses como enfermero. El ama profundamente al desconocido; la condición del desconocimiento es excitante. Sé también por qué este protagonista busca tanto, los motivos de esa búsqueda: él quiere la dimensión de la aventura. Otra esencia de mis libros es la aventura de no saber dónde va a terminar esta vida endeble. El está disponible para la imprevisibilidad y ésta es la razón por la cual mi personaje se empeña tanto en la búsqueda. Sabe que dentro del cuadro de lo cotidiano no va a encontrar clÃmax, apogeos; es un hombre que no soporta más la falta de intensidad.
âEn Bandoleros, el personaje se encuentra en Estados Unidos con un proyecto de una sociedad minimalista, una pequeña comunidad de mujeres que termina bastante mal, psiquiátrico mediante. Sin embargo, por momentos, en sus novelas se despliega una visión más âoptimistaâ sobre las mujeres. ¿Coincide?
âLas mujeres son más activas en este universo de Bandoleros, por lo menos formulan nuevas posibilidades de vida, equivocadamente o no. Las mujeres son seres más efectivos ante la realidad; los hombres son más pasivos, inoperantes. Tal vez esto que se percibe en mis novelas se pueda explicar porque vivà en un mundo femenino en mi tiempo de chico, cuatro hermanas y un hermano, con una madre muy fuerte. Para mÃ, como para el protagonista de mis libros, el universo más natural es el femenino. El universo masculino, en cambio, es más opaco; creo que este es un camino posible de mis ficciones, si hablamos de géneros.
âSu universo ficcional está signado por una suerte de âprogramaâ articulado a través del lenguaje: sintaxis experimental, poética y muy clara al mismo tiempo, ¿no?
âEs cierto, pero no tengo un programa literario porque escribo con el inconsciente. Nunca sé cómo van a terminar mis libros. Si lo supiera, no escribirÃa. ¿Para qué? Es el lenguaje que me guÃa; tiene un valor estructurante, produce el sentido y un tema. Comienzo a estructurar mis novelas a partir del lenguaje. Por eso no tenÃa programado hacer una obra que tratase de un mismo personaje. Las cosas fueron sucediendo asÃ, porque es mi existencia la que está presente en mis libros. No soy un escritor que se basa en una historia previa. Los dramas se hacen en el momento en que escribo. Escribo porque tengo una dificultad muy grande con la comunicación; mi literatura se hace desde esa dificultad. Mi estilo viene justamente de esta imposibilidad de la comunicación; es un estilo con una sintaxis muy dolorida.
âY esa sintaxis dolorida, balbuceante, le permite además dar cuenta de la soledad de ese protagonista.
âHablo de los seres solitarios, de esos seres de las grandes ciudades que tienen un imaginario interno muy agudo. Los esquizoides urbanos tienen muchos problemas para convivir en la sociedad. Este tiene que ser un tema de la literatura como cualquier otro que dramatice el ser humano. ¿Por qué jerarquizar los temas? Vengo de una generación que se sentÃa muy culpable por no tener una visión sociológica de la literatura; por eso me gusta El escritor y sus fantasmas, de Sabato, aunque sé que acá no es muy querido, que tienen una relación muy compleja con él.
â¿Qué encontró en los autores del existencialismo?
âAh, mis Ãdolos culturales fueron los hombres y las mujeres del existencialismo. Soy un hombre de la aventura, por eso me gusta el existencialismo. La existencia precede, viene antes que la esencia. La formulación de la esencia humana se hace al caminar. La propia Simone de Beauvoir lo decÃa en relación con la mujer: no se nace mujer, se hace mujer. Esto me encanta; que no haya una rigidez existencial. Pero la sociedad lucha por la rigidez, por los papeles definidos, y esa insatisfacción de mi protagonista es porque precisa la dimensión de la aventura. Hay muy poco margen para la aventura porque la cristalización social sigue siendo muy fuerte; por eso mis personajes están destituidos de atributos y de identidades. Para bien o para mal...
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