El atardecer se pone de pie en el JardÃn Botánico. El ojo se enfrenta a un escándalo de verdes âyuyos, plantas, árbolesâ en metamorfosis vacilantes. Alejandro Zambra alza las cejas, sorprendido por un manojo de recuerdos de su infancia âun tiempo âal servicio de los fantasmasâ, como la definió el poeta Enrique Lihnâ, antes de que los libros entraran a su casa. Antes de que le enseñaran a âleer a palosâ, como confiesa en No leer, una antologÃa de sus crónicas y ensayos literarios publicados en diferentes diarios, suplementos y revistas, y también el primer tÃtulo editado por Excursiones, nuevo sello argentino independiente dedicado exclusivamente al ensayo latinoamericano contemporáneo (ver aparte). En la génesis de sus peripecias, hay un niño que se aproxima al lenguaje procurando resolver un misterio repleto de artimañas. El primer hallazgo se produce cuando lo llevan al estadio de Colo Colo. âMi tÃo me puso su radio de mano y escuché el partido. Me di cuenta de que era mucho más interesante lo que sucedÃa en el relato que en la realidad. Entonces me apasioné por los relatos deportivos, los grababa y los repetÃa; una cosa muy absurda, vista desde ahora, grabar un relato deportivo en un cassette y volver a escucharlo.â La mirada adulta suele sancionar ciertos gustos infantiles. La misa, especialmente la homilÃa, ahora le parece âmuy ridÃculaâ. Aunque en ese pretérito imperfecto de los asombros iniciales hasta creÃa en Dios. âEsa parte de la misa en la que el cura dice âmi paz os dejo, mi paz os doyâ, yo creÃa que decÃa âni pasos dejo ni pasos doyâ. Una imagen muy bonita, ¿no?â SonrÃe el poeta y narrador chileno después de repasar esa traducción errática de lo que oÃa. âMi mamá siempre se reÃa porque yo hablaba con palabras raras. Me gustaba poner en funcionamiento lo que aprendÃa en el colegio. Me acuerdo del impacto de âescaramuzaâ; estuve mucho tiempo intentando aplicarlaâ, revela Zambra en la entrevista con Página/12. 1x6wy
La negatividad del tÃtulo es una vuelta de tuerca sarcástica contra la literalidad extrema y el tedioso imperativo âhay que leerâ. En rigor, como postula Zambra en el prólogo, No leer es un tributo a la lectura sin frases para el bronce ni un tono plañidero. Varias obsesiones temáticas transitan por los textos: las imposturas del mundo literario, la tiranÃa de las novedades, las desconcertantes listas de lecturas obligatorias. También emerge el âmilagroâ de haber sobrevivido a âesos profesores que hicieron todo lo posible para demostrarnos que leer era la cosa más aburrida del mundoâ; un elogio a las fotocopias, el único medio de para la generación del autor, que nació durante la dictadura militar chilena; la arbitrariedad que anida en cada lector; y el rescate de ciertos autores âlateralesâ como Jorge Barón Biza, Natalia Ginzburg, Enrique Lihn, Nicanor Parra, Roberto Merino, Julio Ramón Ribeyro, Macedonio Fernández, y los que han abandonado recientemente los márgenes para ocupar posiciones más âcentralesâ, como Mario Levrero y Roberto Bolaño. âUna cosa que aprendimos muy rápido en los años â90 en la universidad fue a no expresar opiniones muy personales, a cubrirse y armarse teóricamente, al lÃmite de no decir nunca nada âadvierte Zambraâ. No leer reacciona contra el academicismo mal entendido y, en ese sentido, me permito ser caprichoso y hablar desde la duda y la arbitrariedad. Los lectores somos asà y me parece absurdo ocultarlo.â
âLo paradójico es que un libro como No leer propone un mapa de lecturas que, por más caprichosas que sean, pueden devenir canónicas.
âNo. Creo que es un libro muy anticanónico, en el sentido de que no aspira a formar un canon ni instalar a los autores en ninguna parte. Es cierto que todo el mundo dice que está en contra del canon y termina haciendo un canon; es casi un lugar común. Pero en este caso, si quisiera evadir algo al hablar de un autor olvidado, es el tono canónico. Si vamos a hablar de un autor olvidado, digamos algo. Cuando dices que un autor es genial, no estás diciendo nada. Mejor poner una imagen, postular por qué esa obra puede tener algún valor.
âEn ese sentido, ¿se podrÃa pensar a estos autores como los âescritores del mañanaâ?
âEspero que sÃ. Ahora (Mario) Levrero es un autor muy reconocido, aunque tardÃamente. Julio Ramón Ribeyro, sobre todo en los últimos años, ha vuelto, a pesar de que todo niño peruano lo leyó en el colegio, pero eso no pasa en el resto de Latinoamérica. Ribeyro es un clásico nacional que se ha vuelto más conocido a nivel de la lengua. Hay otros autores que no están en el libro y me hubiera gustado que estuvieran, como Hebe Uhart y Felisberto Hernández. Por eso no es un canon, sé que faltan autores.
â¿Por qué los libros âsiguen siendo escandalosamente carosâ en Chile, como se lee en el artÃculo âElogio de la fotocopiaâ?
âCreo que en Chile existe la idea de que los libros son para los ricos. AsÃ, directamente; no hay lugar en el mundo donde los libros sean tan caros. Yo estudié con fotocopias, eso es tal como lo cuento. Además, ni siquiera llegaba a formular mi relación con la literatura a través de los libros en un comienzo. Los libros no eran objetos familiares, en mi casa no habÃa libros. Después sà hubo una biblioteca. Acá los libros forman parte del paisaje; en Chile no. Puedes vivir en Santiago sin jamás encontrarte con una librerÃa. Hay una librerÃa muy buena de Sergio Parra, Metales Pesados; otras tres o cuatro buenas y pará de contar...
âEn uno de los textos se plantea el interés por Correr el tupido velo, la novela de Pilar Donoso. ¿De dónde viene esa fascinación por âla literatura de los hijosâ?
âLlevo mucho tiempo intentando escribir un ensayo que se llama âLa literatura de los hijosâ; lo tengo ahÃ, a medio andar. No recuerdo exactamente el origen. Me puse a leer un montón de libros de hijos sobre padres y madres: el de Richard Ford, el de Albert Cohen; El desierto y su semilla (Barón Biza), una de las novelas más hermosas y terribles que he leÃdo. Me impresionó mucho ese hijo que está condenado a escribir la novela que escribe. O por ejemplo Romain Gary en La promesa del alba, que no aparece en No leer. La literatura de los hijos tiene que ver con el sentido de la herencia, con intentar construir una mirada sobre cómo nos relacionamos con las generaciones anteriores. No me interesa tanto âmatar al padreâ. Me interesa más el gesto de intentar convertirse en el padre. Y a la vez, claro, somos siempre hijos. La pregunta que sobrevuela la herencia es cómo hubiera sido yo si hubiera sido mi padre: qué decisiones habrÃa tomado, qué tan distinto habrÃa sido. No es una pregunta retórica, no sé la respuesta. Y puesta asÃ, de manera fidedignamente autobiográfica, es la mejor manera de formularla como dispositivo de escritura. Creo que he intentado ponerme en esa imaginación respecto del padre.
âOtra pregunta importante, que sobrevuela algunos artÃculos de No leer, pero también novelas como Bonsái o La vida privada de los árboles es dónde poner la literatura, ¿no?
âSÃ. Juego un poco con eso en las novelas, sobre todo en Bonsái. No hay una certidumbre sobre para qué sirven los libros, por qué son tan importantes en nuestras vidas. Tiendo a poner la literatura en funcionamiento: cómo se vinculan dos personas en relación a una novela; qué importancia tiene una novela como La vida privada de los árboles en la que el personaje escribe una novela y qué importancia tiene haber escrito esa novela, si su mujer no llega nunca o se demora y él no logra compartir esa experiencia. O cómo una novela o la escritura puede aproximar o distanciar a una familia. Pero siempre desde un sesgo paródico. Siento la necesidad de que la literatura se rebalse, hablar de otra cosa; es algo de lo que sólo puedes hablar cuando la literatura fracasa. Pero para hablar de eso necesitas la literatura. Me interesa el tipo de comunicación que se provoca a través de los libros. Algo pasa hablando de los libros que no pasa hablando de otras cosas. Eso que pasa está en la vida. En el fondo es el tema clásico, literatura y vida. Esa utopÃa de unir arte y vida de la vanguardia me sigue pareciendo muy deseable. Vivo muy cerca de los libros y creo que estamos instalados en el centro de la realidad, que a través de los libros se construyen las percepciones más lúcidas del presente.
Lucidez y locura muchas veces se acoplan en una torsión que rezuma clarividencia. El énfasis en una palabra trae a colación un desvÃo saludablemente delirante: el modo en que lee un amigo del escritor chileno. âNo es psiquiatra âaclara Zambraâ pero es un experto en remedios, básicamente porque los ha tomado todos. Compartimos lecturas y él suele clasificar a los personajes de acuerdo con el remedio que debÃan haber consumido.â
â¿Cómo es eso?
âLa tesis es que mucha literatura ya no podrÃa existir debido a que existe el remedio que acabarÃa con esa patologÃa. Es muy gracioso leer la literatura asÃ, es como leer Madame Bovary pensando en la dosis de Rivotril que debÃa haber consumido Emma (risas). Me pasó un poco eso cuando volvà a leer a Pavese: estaba todo el tiempo pensando en cómo lo ayudamos a este hombre que está tan mal. En cambio, a los 20 años, lo habÃa leÃdo muy en serio. Pero tampoco me quiero reÃr de Pavese porque gracias a él descubrà a Natalia Ginzburg. Y me enamoré. No sabrÃa decir por qué me gustó tanto Ginzburg porque su poética es muy simple, es super autobiográfica; hay una especie de bonhomÃa, concisión y sentido del humor que no sabrÃa bien cómo describir, pero que me cautivó totalmente. Una manera de hablar, un tono, que no habÃa escuchado nunca. Entonces me volvà un poco loco por ella. No leer también consigna este tipo de fascinación.
âA diferencia de Pavese, cuya relectura genera cierto desconcierto respecto del influjo que ejerció en el pasado, ¿por qué Cortázar parece resistir mejor la prueba del paso del tiempo, a pesar de lo mucho que se lo ha criticado?
âCuando estudié en la universidad, Cortázar era absolutamente el héroe. Me imagino que ahora es Bolaño, pero en ese tiempo Cortázar era todo. Salvo libros malos como Un tal Lucas o Historias de cronopios y de famas âque me parecen muy baladÃes y nunca me gustaronâ, creo que Cortázar tiene cuentos maravillosos como âEl perseguidorâ, âCasa tomadaâ; esos cuentos que son muy kafkianos no se quedan en eso, van más allá. âQueremos tanto a Glendaâ me parece un gran cuento. La primera vez que lo leà lo âmiré a huevoâ (mirar en menos), pero con el tiempo me gustó cada vez más.
â¿Por qué ahora el héroe es Bolaño?
âBolaño fue bien cortazariano en su juventud; tenÃa una revista Berthe-Trépat por un personaje muy gracioso de Rayuela. Las obras de Cortázar y Bolaño comparten cierto vitalismo, no renuncian al heroÃsmo y eso es necesario para movilizarse como mito. Y me parecen mitos favorables. No estoy en contra de los mitos; es como si un futbolista no quisiera ser Messi (risas). Claro que hay un horizonte de imitación y el trabajo de todo escritor pasa por reconocer su lugar y atreverse en búsquedas que no son las de sus predecesores. Pero también habrá que permitirse tener Ãdolos, héroes. Bolaño es un escritor inimitable; sus libros no son sencillos.
â¿Bolaño serÃa un autor âcasiâ ilegible que se vuelve legible para el mercado?
âSÃ, juego con esa idea de lo legible que él mismo propuso de manera más subterránea. Me interesan más sus novelas, aunque el artÃculo es sobre su poesÃa. Finalmente, hay una idea de obra que trasciende los géneros literarios. Suena un poco ingenuo decirlo asÃ... más que trascenderlos, los polemiza. Es cierto que es una obra canonizada, pero moviliza muchas lecturas y no hay consenso. Wikipedia todavÃa no sabe qué poner; es un escritor difÃcil de neutralizar. Todo este rollo del bolañismo y por qué les va bien a sus novelas en el mundo es una tonterÃa. ¡Qué bueno que por una vez a un escritor muy bueno le vaya bien! Debiéramos alegrarnos, ¿no?
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