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La liberación, como una puerta que se abre, acelera la maquinaria mundial de ediciones. Los derechos de autor de la obra de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) entraron en dominio público el pasado 1 de enero, luego de cumplirse setenta años de la muerte del escritor y aviador francés. Le Petit Prince âque se editó por primera vez en Estados Unidos en 1943 y en Francia recién en 1946â fue traducida al castellano por Bonifacio del Carril para Emecé Argentina, que la publicó en 1951 como El Principito, tÃtulo en diminutivo que es la marca registrada de esta traducción canónica. Al menos cuatro escritores argentinos han trabajado sus propias versiones: Ana MarÃa Shua, Cristina Piña, Marcelo Cohen y Leopoldo Brizuela. Shua la tradujo originalmente hace unos veinte años para Ameghino, una editorial de Rosario que arrancó âmuy bienâ y se fundió en los malos tiempos. Entonces cambió el plazo para que una obra quedara libre de derechos âde 50 a 70 añosâ y no llegó a publicarse. âDe pronto, a fines de 2014, me di cuenta de que todavÃa podÃa ofrecer esa traducción. Y me la compró Guadal, la editorial de la colección El Gato de Hojalata. La revisé con mucho cuidado pero me gustó y no cambié nada. ¡Se ve que hace veinte años escribÃa mejor que ahora!â, ironiza la escritora. âEl Principito es un libro de autoayuda espiritual infantil, sus consideraciones morales y sus consejos apenas disimulados se adaptan perfectamente a esta época. Los ideales de la humanidad no cambiaron mucho: juntar plata es malo, amar es bueno, etcéteraâ, agrega la autora de Fenómenos de circo a Página/12.
La versión de Brizuela saldrá en junio o julio por el sello Su-damericana (Penguin Random House) en la colección Especiales. âNo creo que haya perdido capacidad de atraer lectores âadvierteâ. Las marcas de época, que quizá haya que explicar a algunos chicos, son poquÃsimas. Sus ilustraciones siguen siendo muy sugerentes. En cierta medida, puede decirse que el texto âilustraâ los dibujos y no al revés, y quizá a eso se deba también la naturaleza bella pero errática de la historia central. La traducción de Bonifacio del Carril, que todos leÃmos, ha envejecido mucho. Aunque no se hubieran liberado los derechos, ya era tiempo de hacer otras.â Piña âpoeta, crÃtica literaria y profesoraâ estima que la obra de Saint-Exupéry resiste el paso del tiempo por la imaginación del autor y la poesÃa del mundo que crea. âSu planteo podrÃa considerarse un caso de ciencia-ficción poético-filosófica. Hay rasgos perdurables en su universo que siguen despertando algo en los chicos. Mi hija no sólo lo leyó y lo amó en su infancia, y luego se los leyó a sus propios hijos, sino que ellos lo vivieron y lo amaron tanto como, por ejemplo, a las canciones de MarÃa Elena Walsh, con las que también se criaron y cuya muerte sufrieron como si hubiese sido de la familia.â
Cuando se vuelve a leer un libro, se corre el riesgo del desencanto. âConfieso que cuando la editorial Catapulta me ofreció la traducción temblé, porque me ha pasado con otros libros que guardaba como joyas en mi memoria y que, al releerlos, me desilusionaron. Pero con El Principito fue al revés: la escritura carece de manierismos de época, la visión de la infancia no es edulcorada, sus personajes son entrañables, tiene una gran ternura y enfrenta el tema de la muerte âla serpiente que habla largamente con el Principitoâ de una manera única: con estremecimiento y miedo pero sin terror; con una naturalidad carente de toda ñoñerÃa; con esa ingenuidad trágica que asocio con la niñez.â Cuando releyó la famosa novela, Shua la encontró âun poco mejorâ que el recuerdo que tenÃa. âLa leà por primera vez a los doce años con enorme decepción. Esperaba una narración y me encontré con un ensayo acerca de cómo hay que comportarse para ser feliz en la vida.â Brizuela aceptó traducirla porque era como âun cuento aparteâ que querÃa contarse a sà mismo: meterse en un texto que de chico le parecÃa inalcanzable. âAcabo de leer en una página dedicada a El Principito que en realidad no se trata de un libro para chicos, sino de un âcuento filosóficoâ. Exageran, creo, pero si uno lo piensa tiene mucho en común con el Cándido de Voltaire: ese itinerario que a su manera le muestra le monde comme il va. La parte filosófica me habrá enganchado tan sólo por el absurdo de los diálogos, un poco en la lÃnea de (Lewis) Carroll o de MarÃa Elena Walsh, aunque mucho menos corrosiva âcompara el autor de Una misma nocheâ. Ese enganche... no pudo permanecer con la misma fuerza en mi memoria.â
âEl lenguaje de Saint-Exupéry es muy bello, su prosa es una de las grandes y auténticas cualidades del libro. Lo más importante era no traicionarlo âexplica Shuaâ. El francés y el español son lenguas muy cercanas, es difÃcil cometer errores. Traté de elegir palabras y giros tan sencillos y conocidos como los que elige el autor, sin caer en galicismos ni en argentinismos. Mi otra preocupación, al principio, fue que mi traducción resultara distinta a la tradicional, la de Bonifacio del Carril, que es excelente. Pero enseguida me di cuenta de que no habÃa ningún peligro, porque cada traductor tiene su propia sintaxis, su propio vocabulario, su estilo personal de comprender su propio idiomaâ. No tuvo dificultades, excepto la única, âla insalvableâ: el verbo apprivoiserlo que el Principito hace con el zorroâ, âpara el que no encontré nada mejor que âdomesticarââ, precisa la escritora.
âEl término en español tiene algo de negativo, y nada del encanto y el doble sentido del francés. Tengo curiosidad por leer otras traducciones y ver si alguien encontró una equivalencia mejor.â
Bucear a fondo en el mundo y en la escritura del autor para tratar de recrear su tono, su ritmo y sus efectos de lenguaje. Ese fue el plan trazado por Piña. âMis obsesiones fueron no olvidarme nunca de que el destinatario principal es un chico y mantener, en castellano, la respiración de Saint-Exupéry y las diferentes modulaciones de los personajes. No es lo mismo el lenguaje del Principito que el de la flor, el rey o el vanidoso âaclara la autora de Alejandra Pizarnik. Una biografÃaâ. Hay una polifonÃa muy sutil que me empeñé en reproducir sin ser infiel, a la vez, a la voz en primera persona del narrador, el piloto que se encuentra con el protagonista y cuya última página todavÃa me estruja el corazón. Siempre he opinado âa diferencia del irado Benjaminâ que salvo excepciones âentre las cuales recuerdo la memorable traducción al inglés de La orestÃada en la puesta de Peter Hallâ, el texto debe sonar como si estuviera escrito en el idioma al que se lo traduce, en el sentido de producir efectos similares en el lector, como querÃa Octavio Paz.â El desafÃo que se propuso Brizuela fue traducir la obra a un lenguaje âmás actualâ. âQuerÃa que el narrador usara palabras de todos los dÃas, volviendo anécdotas y descripciones mucho más vÃvidas. QuerÃa que cuando hablara el Principito, cualquier chico pudiera sentir que él hablaba su propio lenguaje âcomenta el escritorâ. Por otro lado, tenÃa muy presente que muchos adultos querrán leer el libro a los chicos en voz alta; y que el texto tenÃa que ser, como dice Margaret Atwood, una âpartitura para la vozâ. Eso me llevó a tomar determinadas decisiones, como reponer sujetos, trabajar cadencias y ritmos para destacar su carácter casi oral. Lo difÃcil fue hacer ciertas elecciones previas al comienzo de la traducción. Tuve que pensar mucho y corregir muchas veces, tratando de que mi versión pudiera ser a la vez despojada y lÃrica, profundamente melancólica y muy frecuentemente humorÃstica, tierna sin ser ñoña. Como es el libro en francés.â
Brizuela señala que en la versión de Bonifacio del Carril âuno acepta que el narrador sienta ternura por el Principito, pero el lenguaje de la traducción impide sentir esa ternura, o lo permite sólo muy moderadamenteâ. âEn cuanto traduje a nuestro lenguaje su primera frase, el Principito se me mostró como lo que es: un chico. En la versión antigua, el Principito ingresaba en el cuento diciendo âdibújame un corderoâ, una orden bastante frÃa y autoritaria; pero en cuanto âlo oÃâ decir âdibujame una ovejitaâ, la esencia de ese personaje solitario, valiente e indefenso, no sólo ante el universo sino ante su propio deseo y su incapacidad de comprender, se me reveló como la misma esencia de la infancia, eso que nos convoca a protegerla porque, como suele decirse, más que recordarla, la llevamos dentro de nosotros mismos.â
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