Dirección: Alex de la Iglesia. Guión: A. de la Iglesia y Jorge GuerricaecheverrÃa, sobre la novela CrÃmenes imperceptibles, de Guillermo MartÃnez. Intérpretes: Elijah Wood, John Hurt, Leonor Watling, Julie Cox. 6x2l1o
Por segunda vez en su carrera, filmar en otro idioma y sobre texto ajeno le quita cuerpo al cine de Alex de la Iglesia, lo adelgaza. HabÃa sucedido cuando filmó Perdita Durango en la frontera mexicana, basada en la novela homónima de Barry Gifford. En ese borderline idiomático, falto de brújula y con menos humor que el habitual, el autor de El dÃa de la bestia hallaba reparo en ciertos pueblos amigos: la estética de comic, el exceso sanguÃneo, el desafuero. Filmada en Inglaterra con elenco casi Ãntegramente sajón, hablada en inglés e implantada en ámbitos poco afines a la clase de paella cultural que el obeso cineasta vasco sabe cocinar, Los crÃmenes de Oxford (basada en la novela CrÃmenes imperceptibles, del argentino Guillermo MartÃnez) es un De la Iglesia apolÃneo y medido, esforzadamente británico. No es que el plato esté mal servido, sino que le falta aquello que reclamaba el animal de Torrente en cierto restorán chino-madrileño: sustancia.
La voluntad de asimilación preside ya la novela de MartÃnez, un policial âa la inglesaâ que no sólo acumula cadáveres, multiplicando el enigma de su autorÃa, sino que transcurre directamente en la más proverbial ciudad universitaria británica. Pero sucede que el protagonista de CrÃmenes imperceptibles es argentino, lo cual permite al menos incorporar la extranjerÃa como componente del relato. En Los crÃmenes de Oxford, la extranjerÃa se vuelve extranjera al autor, en tanto Martin no es vasco. Ni siquiera español. Es Elijah Wood, estudiante estadounidense que llega a Oxford siguiendo la estela de Seldom, matemático genial al que John Hurt encarna con rostro apergaminado y pompa imperial. A poco de llegar, Martin y luego de que el soberbio Seldom lo haya rechazado como discÃpulo, la dueña de la casa donde el muchacho se aloja (Anna Massey, cita hitchcockiana proveniente de FrenesÃ) aparecerá asfixiada en el sillón de su living. Campana de largada para el desfile de sospechosos, teorÃas, nuevos crÃmenes y resoluciones finales, falsas y verdaderas.
Con Martin y Seldom en el papel de investigadores amateurs (y eventuales sospechados: otra vez Hitchcock), que las teorÃas investigativas fusionen lo criminal con lo matemático le da su peculiaridad, a novela y pelÃcula. Graduado en matemáticas, MartÃnez incorpora con propiedad el tema de las series lógicas, vinculándolo con la serialidad criminal y citando en el camino a Fibonacci, el teorema de Fermat, los fractales, la simbologÃa geométrica y la teorÃa del caos. La formación de De la Iglesia como filósofo (estudió en la Universidad de Deusto) le permite sumar a Wittgenstein, su Tractatus y el carácter fugitivo de la verdad. Entre ambos introducen también el Código Enigma de la Segunda Guerra y a Guy Fawkes, terrorista británico del siglo XVI en el que se basó Alan Moore para su novela gráfica Con V de vendetta. Con lo cual novela y pelÃcula aspiran a darle un lustre de prestigio al modelo de âthriller eruditoâ que el El Código Da Vinci se ocupó de popularizar y degradar.
La mayor diferencia entre Los crÃmenes de Oxford y El Código Da Vinci es, en tal caso (y más allá de que a algún perezoso las lucubraciones matemático-filosóficas puedan hacérsele arduas), que la pelÃcula de De la Iglesia no es un bodrio. Con asistencia en el guión de su eterno ladero, Jorge GuerricaecheverrÃa, el autor de La comunidad y Crimen ferpecto filma con fluidez, aunque tal vez abuse de primeros planos (como modo de compensar el distanciamiento generado por la abundancia de teorÃas) y orqueste, justo antes del crimen inaugural, un plano secuencia tan largo y complicado como exhibicionista y poco necesario. Las vueltas de tuerca, los posibles criminales y las teorÃas explicativas proliferan, hasta el punto de que al final hay casi una por cada plano. A una cárnea Leonor Watling le cabe aportar las dosis de sustancia faltantes, en forma de culo y tetas. En momentos De la Iglesia la filma cocinando, (des)vestida apenas con un delantalito que le deja todo al aire y permitiéndole ingresar por derecho propio en cualquier antologÃa de la erótica fÃlmica.
El importante papel que en la trama les cabe al Scrabble y al Clue puede ser visto como deliberada autorreferencia o como fallido. Depende del valor que se les atribuya a las ficciones cuya única aspiración es funcionar como juego de mesa. Con dos planos sentidos y visualmente fuertes sobre el final (el de cierre y uno anterior, de espÃritu depalmiano, en el que el héroe pierde a su mujer y gana un rompecabezas), Los crÃmenes de Oxford es llevadera, eficaz, pulida y efÃmera. Nada que ver âeso está claroâ con las sustanciosas paellas cinematográficas que hicieron de De la Iglesia el cocinero que es. O fue.
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