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Desde Locarno
Con sus 8000 espectadores a cielo abierto, la Piazza Grande del Festival de Locarno siempre es un espectáculo. Y no hace falta que se trate de un blockbuster como Lucy, de Luc Besson, la fantasÃa de ciencia-ficción protagonizada por Scarlett Johan-sson, que el miércoles pasado funcionó como la ruidosa apertura oficial al festival. Lo es también la proyección de un clásico como Los 400 golpes (1959), de François Truffaut, que sirvió de marco para entregarle un Leopardo de Oro a la carrera nada menos que a Jean-Pierre Léaud, su inolvidable protagonista. âSiempre me resulta difÃcil verme en esta pelÃcula: tengo 70 años, pero el público me sigue viendo, todavÃa hoy, como a un chico de 14â, confesó Léaud sobre aquel momento que cambió su vida y en el cual pasó a convertirse en el rostro de la nouvelle vague, la banda más famosa de la historia del cine. âMe siento muy honrado por este homenaje y soy muy consciente de ser un icono de la nouvelle vague, pero no quiero que esta retrospectiva que han preparado se convierta en una ânecrospectivaâ; siempre sigo mirando hacia adelante y esperando nuevas pelÃculas y proyectos.â
Al presentar el film de Tru-ffaut, el director artÃstico del festival, Carlo Chatrian, insistió una y otra vez en la palabra âlibertadâ, como aquella capaz de definir en un solo concepto no sólo el espÃritu de la pelÃcula misma, sino del festival todo. Y no parece casual que esa palabra se ajuste también al film de apertura del Concorso Internazionale, nada menos que la pelÃcula argentina La princesa de Francia, de MatÃas Piñeiro, que ayer tuvo su premier mundial en Locarno.
Muy libremente inspirado en la comedia Trabajos de amor perdidos, de William Shakespeare, el nuevo film de Piñeiro âque tuvo su pase inicial para el público y el jurado en el inmenso Auditorio FEVI, con capacidad para unos 2000 espectadoresâ se inscribe en la serie que el director comenzó con Rosalinda (2010) y continuó en Viola (2012), también sugeridas por algunas de las comedias del Bardo. Pero si en los dos films anteriores, el teatro y su mundo âlos ensayos, las puestasâ eran factores determinantes, aquÃ, en cambio, Piñeiro introduce una serie de variantes que no tienen tanto que ver con el escenario, sino más bien con la radio, la música y hasta con el mundo de la pintura... o de un cuadro en particular.
Lo que sigue perdurando en La princesa de Francia es siempre esa leve, ligera telaraña de enredos amorosos que provienen del mundo de las comedias de Shakespeare. Y la familia de actores y técnicos que acompaña fielmente a Piñeiro en una búsqueda que el director ha confesado planea continuar, con nuevas variaciones sobre el mismo eje, un camino ciertamente riesgoso pero que hasta ahora ha probado ser muy fértil. âJustamente, lo que me interesa de todo esto es la idea de las variaciones. Por eso decidà comenzar la pelÃcula de una manera completamente diferente a Viola, con un gran plano general en vez de una serie de primeros planos, como en la pelÃcula anteriorâ, declaró Piñeiro en la conferencia de prensa que siguió a la proyección.
La secuencia inicial a la que se refiere el director tiene el carácter de una obertura y plantea un poco el tono lúdico de lo que vendrá después. Desde lo alto de una terraza se ve a dos equipos disputar un colorido partido de baby fútbol en donde hay tanto chicas como muchachos, mientras un locutor anuncia que lo que se escucha es la Primera SinfonÃa de Robert Schumann, llamada Primavera. Los casi seis minutos de ese plano secuencia que termina con una estampida general de ambos equipos por las calles de la ciudad âuna corrida muy nouvelle vague, por ciertoâ son casi abstractos, coreográficos. âEl fútbol es algo que desconozco, pero me interesó su geometrÃa, su estéticaâ, aclaró Piñeiro.
No parece del todo caprichoso entonces que La princesa de Francia continúe en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde VÃctor (Julián Larquier Tellarini), un joven actor y director teatral recién regresado al paÃs, se cita con algunas de las actrices ây amigas y amantesâ con las que montó una pieza de Shakespeare y que ahora quiere convertir en un radioteatro para un proyecto a realizarse en México. Y allà surgirá otra referencia intertextual de este pasticcio, como le gusta decir al propio Piñeiro: el pintor neoclásico francés William Adolphe Bouguereau y particularmente su cuadro Ninfas y sátiro, que circula como una contraseña entre los amigos y amantes bajo la forma de una postal.
âLa verdad, no tenÃa idea de quién era este pintor hasta que me lo mencionó el director de fotografÃa de la pelÃcula, Fernando Lockett, a modo de ejemplo de lo que querÃa hacer con la luz en algunas escenasâ, reconoció Piñeiro. âPero cuando vi el cuadro Ninfas y sátiro me di cuenta de que en esa imagen tenÃa lo que hasta entonces me faltaba: una estructura, casi el guión de la pelÃcula. Porque es verdad que el sátiro está en el centro, pero no es exactamente el protagonista. Son las ninfas quienes se disputan al sátiro. Y a mà me gusta la idea de personajes que manipulan y se dejan manipular.â
No es el único mérito de Lockett haber acercado esa imagen. Su cámara se mueve con una agilidad y una fluidez asombrosas y Piñeiro consigue que sus planos estén siempre plenos de movimiento interior. Y también de palabras, por cierto. Tantas que por momentos la velocidad de los diálogos no remite tanto a Shakespeare, sino a las vertiginosas screwball comedies de Howard Hawks. âEl desafÃo de La princesa de Francia eran las palabras y los sonidos, por eso quizás el tema de la radio. Y por eso fue una pesadilla el subtitulado. Hasta que finalmente, con mi productora, Melanie Schapiro, decidimos no subtitular todo, sino aquello que fuera esencial. Y que los subtÃtulos cumplieran también una función estética en el cuadro y las voces funcionaran a su vez como una partitura.â
SÃ, es verdad, todo es muy barroco en La princesa de Francia, empezando por su mismo tÃtulo. La estructura, con tantos cambios de puntos de vista como de repeticiones en sus acciones, también lo es, casi hasta el manierismo. Pero no cabe duda de que si hay un director en el cine argentino que ha decidido escapar de la prisión del naturalismo, ése es MatÃas Piñeiro. Y lo hace con una gran convicción y elegancia.
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