âAmanece y ya está con los ojos abiertosâ, escribe Juan José Saer en El limonero real una y otra vez, volviendo a ese inicio de un dÃa como cualquier otro que podrÃa ser diferente. Wenceslao se levanta y se prepara, con la esperanza de que su mujer, ese dÃa, finalmente, salga, haga a un lado el extenso duelo por el hijo muerto, se anime a continuar viviendo. Es fin de año y hay fiesta familiar, se carneará un animal, se beberá y bailará. El rÃo, ahà cerca, será testigo de ese dÃa, como de los otros que ya murieron y los que aún están por nacer. Adaptar a Saer, trasladar esas palabras y frases que se mecen rÃtmicamente mientras el lector las recorre con la mirada, transformarlas en imágenes y sonidos, no es tarea fácil. Gustavo Fontán lo sabÃa perfectamente antes de poner manos a la obra y encarar el final de su âTrilogÃa del rÃoâ, nombre no oficial âpero pertinenteâ del ciclo que ahora culmina, luego de La orilla que se abisma y El rostro. 84m6q
Rodada en Colastiné, provincia de Santa Fe, en âla zona de Saerâ, según afirma Fontán en conversación con Página/12, El limonero real convocó a un reparto de actores profesionales y no actores, luego de dos films que elaboraban la abstracción de la naturaleza y de los cuerpos humanos en movimiento. Entre los primeros, destacan Germán de Silva como Wenceslao, protagonista y centro de gravitación del relato, y Eva Bianco como Rosa, su cuñada, la hermana de Ella, la que no quiere salir del perÃmetro que rodea el rancho; los no actores son muchos, algunos de ellos absolutamente desconocidos, mientras que otros hacen su debut delante de la cámara, como el realizador Rosendo Ruiz, el director de De caravana. Amanece y Wenceslao ya está con los ojos abiertos, el hombre que, para Fontán y equipo, significaba âel conflicto de toda la pelÃcula entre la vida y la muerte, la tensión entre sigo adelante, mato un cordero, comemos, bailamos, celebramos, etcétera, pero no sé si puedo seguir vivo. Ese juego interno, subjetivo, profundo; cómo se sigue vivo con esto, era el lugar donde nuestra pelÃcula concentra la emociónâ.
âDesde sus primeras pelÃculas ha demostrado un interés por escritores como Leopoldo Marechal o Jorge Calvetti y, más recientemente, por Juan L. Ortiz. ¿Siente que Saer era una asignatura pendiente?
âEstudié literatura y recién llegué al cine casi a los treinta años, por lo cual fui un gran lector antes de ser cinéfilo. Mis primeras lecturas de Saer fueron las novelas El limonero real y Nadie nada nunca, que me dieron vuelta la cabeza. Me pusieron ante una experiencia de lectura nueva, no entendÃa bien qué estaba leyendo y dejaron una gran huella. Pero el cine no existÃa entonces para mÃ, no habÃa posibilidad de pensarlo más que como esa experiencia de lectura. Luego, cuando llegué al cine y conocà el rÃo Paraná (aunque no como turista: me llevaron a las islas profundas de la región) encontré algo de la experiencia de vida, del paisaje, del agua, que me hace volver a esas lecturas. A Ortiz, a Saer. Que vuelven de otra manera, como una especie de cruce que se juega entre aquellas lecturas y la experiencia de o con el rÃo. El resultado de ese cruce es este ciclo que incluye La orilla que se abisma, El rostro y ahora El limonero real, que es la última porque el desafÃo era mayor, en muchos sentidos, y porque creÃa que para hacerla era necesario tener un o mayor con la zona. Cuando pienso en los tres films como un ciclo está presente la idea de movimiento: La orilla⦠es la abstracción de El rostro y El rostro es la abstracción de El limonero real. Como si la idea de historia se fuera reponiendo.
âEn ese sentido, El limonero⦠es un regreso a un cine más ânarrativoâ, entre muchas comillas.
âSi pensamos en alguna consonancia posible, y salvando todas las distancias, Saer se preguntó en algún momento â¿qué es narrar?â. Ãl entiende que si alguien va a encarar la realización de una obra la pregunta por el lenguaje es absolutamente necesaria; de otra forma, lo que se hace es responder con consideraciones previas, con formatos anteriores. Y dice que su intención fue romper las barreras entre la narración y la poesÃa. De algún modo, para mà narrar tiene que ver con eso, con una concepción de un entramado donde está rota la consideración de lo que es narrativo y lo que es poético. En algún sentido, El limonero real es una recuperación de esa concepción.
âAdaptar a Saer no es sencillo y sólo hay algún ejemplo aislado previo. PodrÃa pensarse que lo más sencillo es tomar la anécdota básica de la novela y encarar a partir de allà una adaptación libre. O, por el contrario, un camino más complejo, que es adaptar su forma. ¿Qué tomó del texto original y qué decidió dejar afuera?
âEstá el ejemplo de Palo y hueso (1967), de Nicolás SarquÃs, pero es cierto que esa pelÃcula toma uno de los primeros cuentos âmás cerrados, más tradicionalesâ de Saer. Me parece interesante reflexionar sobre el concepto de adaptación, que es un concepto imposible, limitado muchas veces a una concepción ligada a la reposición del argumento. Lo cual es casi una torpeza intelectual: pensar que la adaptación es el traslado de un argumento a otro formato. Siempre es una tarea de muchas tensiones, uno se apropia de algo para pensarlo de otra manera, para resignificarlo. SabÃamos que tomábamos de la novela una estructura mÃnima, ese 31 de diciembre, y que habÃa algunos procedimientos de la novela que nos permitÃan imaginar cosas para distanciarnos, para entender que habÃa una segunda operación que tiene que ver con la posibilidad de que esa estructura que tomamos de la novela dialogue con elementos de la realidad: los rostros, la luz, el espacio, lo agreste.
âHay una bellÃsima secuencia en el capÃtulo 2 del libro, aquella en la cual Wenceslao recuerda un momento junto a su padre, en medio de la niebla, que no tiene lugar en su pelÃcula. Por el contrario, el despertar del protagonista y de su mujer está respetado casi hasta el detalle en el comienzo del film.
âEse momento de la niebla es muy interesante, creo que es fundamental en la novela, pero es una escena que no era posible incluir en nuestro recorte. Sin embargo, la pelÃcula comienza con dos planos del rÃo, donde la idea era reflejar la belleza de la luz que nace, pero conscientes de que esa belleza âteniendo en cuenta que el film se centra en la emotividad de ese hombre, Wenceslao, tensionado entre la vida y la muerteâ tenÃa que estar en cuestión. El sonido que se escucha durante esos dos planos es el sonido de un dÃa de niebla. De alguna manera, hay una recuperación de elementos, aunque no literalmente; sà atmosféricamente, emotivamente. Respecto del amanecer y las primeras actividades de la pareja, efectivamente se respetó bastante el texto, como asà también la estructura básica, desde el amanecer hasta la madrugada de ese dÃa. Pero sabÃamos que habÃa algo de la temporalidad que habÃa que fracturar o quebrar o abismar, y por eso la idea de los viajes o el momento debajo del agua o la siesta.
âHay dos ritmos visuales en el film, uno más concreto, el otro más abstracto.
âHay algo en el transcurso de ese dÃa que se va profundizando. Es muy probable que cada dÃa Wenceslao se despierte pensando âhoy sÃ, hoy ella viene, hoy termina el dueloâ. Hay un volver a empezar donde esa esperanza se renueva. Ese dÃa comienza con esa esperanza o ese ritmo, pero luego la insistente negación trae nuevamente la muerte del hijo. Es una negación que provoca narratividad, pero también una suerte de desconcierto y profunda tensión emotiva. Y los ritmos tenÃan que ver con cómo eso se va moviendo dentro de la pelÃcula.
âEl sonido es esencial en la creación de los climas. ¿Fue un trabajo tan intenso como el del montaje de imágenes?
âEn las tres pelÃculas del ciclo trabajó en el sonido Abel Tortorelli. Por lo tanto, tenÃa un registro sonoro con todos los matices imaginables. Abel es de una sensibilidad exquisita y el sonido lo pensamos de varias maneras. La pregunta que nos hacÃamos era: ¿qué escucha Wenceslao? Y pensamos que el mundo para él tiene una especie de continuidad aparente, que se da entre los planos de imagen, pero también entre imagen y sonido. Como una sutura que no cierra en la percepción del mundo. El sonido tenÃa que profundizar eso y, por otro lado, otorgarle a la pelÃcula una musicalidad, un ritmo, una acentuación, que nos lleve a esa tensión profunda de Wenceslao. En el caso de El limonero⦠hubo además captura de sonido en directo, por la necesidad de tener una estructura y por los diálogos. En los otros dos casos Abel comenzó a trabajar con las pelÃculas absolutamente mudas. De todas formas, todo está muy reelaborado, a lo largo de horas y horas de mezcla. Creo que no pensar el sonido o pensarlo simplemente como reposición sonora del mundo visual es también una suerte de debilitamiento del lenguaje. Si no hay una fisura, un fuera de campo, hay algo de la percepción que necesariamente se debilita. Una imposibilidad de repensar el lenguaje y de otorgarle al espectador su carácter de sujeto.
â¿Cómo fue trabajar con actores profesionales y no actores en las mismas escenas?
âPara que esa estructura que tomábamos funcionara debÃa poseer una interacción muy fuerte con elementos de la realidad: la luz, el espacio, los personajes, los rostros, los cuerpos. No podÃan ser todos no profesionales, pero la idea era armar una especie de unión de no actores y actores. Hubo un casting grande para elegir a los no actores y la clave allà está en la elección adecuada. En el caso de los actores, debÃa haber dos o tres caracterÃsticas: por un lado, algo que es propio, que es el rostro, el cuerpo, además de cualidades técnicas indiscutibles que, además, les permitieran acercar su representación a las del no actor. La elección de esos actores estuvo destinada a esa asimilación y el trabajo fue darles unidad a esas representaciones. Con Germán y Eva Blanco fue muy sencillo, porque son grandÃsimos en lo suyo. Finalmente, la humanidad, que para mà no es algo menor: la posibilidad de compartir realmente una experiencia humana, en el sentido más concreto de poder hermanar. Estoy convencido de que la tarea del director es fundamentalmente la de aunar y volver homogéneas la diversidad de sensibilidades.
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