El 29 de agosto de 1965, en la conferencia de prensa realizada en Capitol Records antes del show de The Beatles en el Hollywood Bowl, una de las preguntas no fue realizada por un periodista sino por un psicólogo infantil, el doctor George Bach. â¿Cómo manejan la presión de un público que no los ve como personas sino que trata de convertirlos en sÃmbolos?â, inquirió el médico, a lo que Ringo Starr contestó: âHacemos esto solo dos horas por dÃa. El resto del tiempo somos personasâ. Hay honestidad en la respuesta del baterista, pero también el candor de un tipo que acababa de cumplir 25 años y, aunque se sintiera âpersonaâ, era efectivamente visto como uno de los cuatro sÃmbolos de un quiebre que partió la historia cultural del siglo XX. Según apuntó en ese entonces el diario Los Angeles Times, Bach comentó que âes una muy buena respuesta, la única que una persona normal puede dar a una situación anormalâ. 535lh
Nada era normal en la vida de Starr, Paul McCartney, John Lennon y George Harrison en los swinging sixties, y Eight days a week - The Touring Years viene a dar acabada cuenta de ello. La pelÃcula se acaba de estrenar en Inglaterra y en Estados Unidos puede verse incluso a través de la plataforma online Hulu, pero âa pesar de que se trata de The Beatles, un nombre que suele arrastrar públicoâ es difÃcil que llegue a los cines argentinos: su destino más probable es el DVD / Blu Ray para consumo hogareño. Al frente del proyecto está Ron Howard, ese ex niño actor que, como protagonista de la serie Happy Days, llegó a cruzarse y saludar a Lennon cuando éste quiso conocer a Henry âFonzieâ Winkler en el set televisivo. Howard, director de hits como Splash, Apollo 13, Una mente brillante, El código Da Vinci y Frost / Nixon, resultó una excelente opción para ponerse al frente del proyecto ideado por Apple Corps. Como declaró en estos dÃas, siempre gustó de la música del cuarteto de Liverpool pero sin llegar al fanatismo enfermo de la BeatlemanÃa: sÃ, en su décimo cumpleaños, en ese 1964 en que la banda conquistó Estados Unidos, pidió una peluca y unas botas Beatle. Pero su relación con la banda tuvo un carácter menos histérico que el de sus congéneres, lo que le permitió retratar el fenómeno con cierta distancia objetiva.
Ahora bien: ¿por qué y para qué realizar una nueva pelÃcula sobre un tema tan transitado como los Fab Four, más allá de la obvia seguridad de la apuesta comercial? ¿Acaso no se ha escrito, analizado y retratado hasta el hartazgo a una banda que lleva 46 años separada, pero sigue teniendo influencia? Como suele suceder en estos casos, todo se desencadenó a partir de un par de hallazgos: una filmación muda de 1962, otra con sonido y en color de 1963 en el cine ABC de Manchester y, sobre todo, varios audios ocultos y la posibilidad de una restauración total de las cintas registradas en el Hollywood Bowl en los agostos de 1964 y 1965, a cargo de Giles Martin. Decidido a ofrecer un material que mereciera la pena verse, Howard salió a la caza de la mayor cantidad de material âraroâ posible. Su premisa fue saltar por encima de un lugar común en la historia Beatle, el que indica que el perÃodo 1960-1966 fue el âaperitivoâ de lo verdaderamente sustancioso, el momento en que abandonaron la actividad en vivo para reinventarlo todo en el estudio de grabación. Howard estaba decidido a demostrar que, además de ser la banda que parió cosas como Revolver, Sgt. Pepperâs lonely hearts club band y Abbey Road, The Beatles fueron un formidable grupo en vivo.
A eso apunta Eight days a week, pero también a dar cuenta del modo en que cuatro jovencitos llevaron sobre sus hombros semejante peso. El mismo Ringo queda desmentido por esa frase que en la canción de Beatles for sale refiere al amor, pero que era aplicable a la vida de los músicos: más que dos horas al dÃa, The Beatles eran The Beatles ocho dÃas a la semana. Y en la era previa a Sgt. Pepperâs... eran un grupo más que fogueado en vivo: las afiebradas, extendidas jornadas de Hamburgo, las sesiones en The Cavern y las giras por Gran Bretaña los habÃan convertido en una maquinita de precisión que, en menos de treinta minutos, arrasaba el escenario. De los covers de Chuck Berry, los Isley Brothers y Buddy Holly al material propio, el cuarteto tenÃa un set pulido e impecable. Por ello, además de por su capacidad musical, se entiende que la invasión a Estados Unidos y la inauguración del rock de estadios con un equipamiento insuficiente no se tradujeran en performances olvidables. Nunca más apropiado el concepto: The Beatles tocaban de memoria, y solo asà pudieron afrontar compromisos como el Hollywood Bowl y el legendario Shea Stadium del 15 de agosto de 1965, cuando enfrentaron a 55.600 personas aullantes apenas armados con sus amplificadores Vox y sin retornos de escenario.
La hazaña se refleja en Eight days a week y en el disco que acaba de editarse (ver aparte). Como dice Lennon en una entrevista de archivo incluida en el film, âel público no venÃa a escuchar, venÃa a amarâ. Un amor peligroso, como queda demostrado por las escenas que muestran multitudes cercando a los músicos, la estampida que dejó 240 heridos en Vancouver y otro episodio similar en el Dodger Stadium de Los Angeles. Hasta el clima supo jugarles en contra, y las imágenes de los tipos más valiosos del show business tocando instrumentos eléctricos bajo la lluvia produce escalofrÃos retroactivos. El film retoma una delirante escena ya reflejada por los hermanos Albert y David Maysles en su documental The Beatles first U. S. visit: tras la visita al set de Ed Sullivan el 9 de febrero de 1964, el grupo dio su primer show dos dÃas más tarde en el Washington Coliseum, con un ring central como escenario en el que debÃan cambiar de lado cada tres temas. No solo hubo un momento de zozobra cuando se trabó la plataforma de la baterÃa, sino que además la banda tocó bajo una permanente lluvia de âgomitasâ: pocos dÃas antes, alguien en una radio habÃa asegurado que a the boys les gustaba esa clase de caramelos.
Fiel al planteo inicial, el film de Howard atiende también a los detalles. En la explosión Beatle en Estados Unidos tuvo mucho que ver la necesidad que tenÃa la gente de superar el duelo por el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, pero también cierto azar que Howard cuenta al reflejar la primerÃsima vez que The Beatles sonaron en la radio norteamericana, y el rol central que tuvo en ello una quinceañera de Maryland llamada Marsha Albert. La chica vio al grupo en un informativo de la cadena CBS, consiguió una copia de âI want to hold your handâ a través de una azafata de British Airways y escribió una encendida carta al DJ radial Carroll James; el DJ la invitó a pasar el disco en la radio WWDC de Washington, y fue como el primer mordisco de The Walking Dead: el teléfono de la emisora estalló, y el sello Capitol debió apurar la edición local del single que ofició de pistoletazo inicial de la Beatlemania, de la invasión británica en general. Del mismo modo, la pelÃcula se encarga de un tema que hasta ahora fue tocado tangencialmente, el rol de The Beatles en la discriminación racial en Estados Unidos: durante la gira de 1964, el grupo se mantuvo en sus trece con respecto a las polÃticas de segregación de asientos en el Gator Bowl de Jacksonville (Florida), exigiendo a los promotores que se eliminara la distinción entre tickets para afroamericanos y público blanco.
Todo ello, claro, con el constante fondo de aullidos. âFue como poner un micrófono junto a la turbina de un 747â, definió George Martin la grabación del ahora restaurado The Beatles at the Hollywood Bowl, que al momento de su edición en 1977 significó apenas un pálido reflejo de lo que los cuatro de Liverpool podÃan dar en vivo. El documental se encarga también de dejar constancia que ellos no sabÃan que la performance se estaba registrando para la posteridad: ya era suficiente con tener los ojos de todo un paÃs posados sobre ellos. Los ojos, y los oÃdos, y las manos, y las lágrimas y los gritos, con la profunda convicción de que esos cuatro pibes, con sus trajecitos y sus estrambóticos flequillos âpero sobre todo con su músicaâ, habÃan llegado para cambiar el mundo tal como se lo conocÃa. No precisamente dos horas al dÃa: ocho dÃas a la semana.
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