La vanguardia tecnológica y la invocación a los atributos ancestrales de la vida orgánica confluyen milagrosamente en la voz de Björk. No como sÃntesis perfecta sino, más bien, como elementos en conflicto permanente, desde el fondo de los tiempos y a escalas siderales. Biophilia es, además, del octavo disco de la cantante islandesa, un ensayo teórico/práctico sobre las infinitas posibilidades humanas en el marco de su insignificancia relativa. p137
Björk compuso la mayorÃa de las canciones en un iPad. El disco nació, de hecho, como una aplicación: cada tema es el disparador de un juego educativo y una exploración musical interactiva. Acaso para mitigar la nostalgia de sus fans âsÃ, quienes se criaron emocionalmente en los â90 ya son acechados por ese sentimientoâ decidió publicarlo también en CD. Como se hacÃa en los viejos tiempos.
Biophilia recorre, como si tal cosa, el inasible terreno que media entre la microbiologÃa y la astronomÃa. Lanza al espacio âen busca de sus fieles oyentes, se suponeâ alegatos ecológicos y terrores Ãntimos, teorÃas cosmológicas y fábulas rescatadas de la infancia. Las herramientas musicales son subsidiarias de esa supuesta dicotomÃa y de las ambiciones que la alimentan: Björk se hizo construir un instrumento especialmente para su último disco. Una mezcla de gamelan (conjunto instrumental de la Indonesia profunda y arcaica) y celesta (de composición similar al piano, percute placas de metal), adaptado a la tecnologÃa MIDI. Esa mixtura de tradición y modernidad es ecualizada por la voz de Björk, capaz de internarse en climas celestiales y zambullirse luego a un campo minado de beats electrónicos.
Es necesario avisar que no se trata de un disco âamableâ. La escucha de Biophilia exige paciencia, compenetración y âtal vezâ empatÃa previa con el âpersonaje Björkâ. Inclusive una canción que transcurre con cierta ligereza pop (claro que con los parámetros pop establecidos por la islandesa) como âCrystallineâ, derrapa sobre el final en un violento drumânâ bass que da por tierra con la amabilidad. Cada tema, desde âMoonâ hasta âMutual coreâ, provoca un estado de incomodidad, de falso confort.
Da la sensación de que Björk contribuye, con cada nuevo disco, a la demolición de la estrella pop que hubiese podido ser. Un suicidio comercial que, en este caso, se agradece.
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