El viento sopla a través de un callejón y hace revolotear la ropa tendida, por encima de una loma que se encuentra en el centro del patio trasero repleto de hierbas de los McCullough Homes. En tres lados de esa loma hay bajas construcciones de ladrillos, y el cuarto lado está flanqueado por una torre que oficia de centinela. La escena es inmediatamente reconocible: buena parte de la primera temporada de The Wire fue filmada aquÃ, en el bloque de casas públicas apodado âThe Pitâ, El Hoyo. Es una mañana fresca en Baltimore, con un frÃo que no se corresponde con la estación. Y muy tranquila: âTodos están en la escuela o en la camaâ, dice Charley Armstrong, un guÃa con pinta de sensato, y sonrÃe. âTiene más vida un poco más tarde.â Habiendo sido manager de locaciones de The Wire, Armstrong conoce los distritos más duros: es la persona que señaló los lugares donde filmar la serie. 2v6l6y
Hace ya diez años que comenzó la producción de la serie que terminó aclamada en todo el mundo. En esta década, ¿la âciudad encantadaâ cambió para bien o para mal? David Simon, creador del show, extrapoló la mirÃada de problemas de Baltimore y predijo lo que sucederÃa en todo el paÃs. The Wire muestra la vida civil deslizándose al filo del abismo. En ciudades de Las Vegas a Detroit, especialmente desde 2008, las fibras en un Estados Unidos que antes vivÃa en la comodidad socioeconómica empezaron a crisparse. Pero Baltimore ya estaba estancado desde antes que el resto del paÃs, y quizá ahora sea una ciudad en el camino de vuelta. Con el guÃa, subimos a una combi blanca para ingresar en algunos de los barrios más pobres de Norteamérica. âPor aquà no gustan mucho estas Van blancasâ, dice Armstrong, inexpresivo. La combi pasa por la tienda de reparaciones de TV de Prop Joe y el cuartel general del cartel de drogas de Barksdale, y luego se detiene en el parque de skate que se convirtió en el icónico refugio de Marlo: las rampas de concreto donde el joven gángster reunÃa a la tropa.
Pero son las casas abandonadas al otro lado de la calle lo que de verdad quita el aliento. La vista de calles enteras de propiedades vacÃas es ciertamente shockeante. En Baltimore aún hay 16 mil casas vacÃas. La ciudad intenta alentar a que la gente la compre como residencia familiar: si uno promete que vivirá allà en vez de alquilarlas, se le otorga un descuento de cinco mil dólares. Aun a ese precio, es una venta difÃcil. La caÃda de población, el desempleo, la tÃpica segregación racial, el crimen y la corrupción han chupado la vida de Baltimore. Estos barrios polvorientos aún muestran sus cicatrices.
Las casas en la zona apodada âHamsterdamâ fueron tiradas abajo por el Ayuntamiento, que alegó que estaban en peligro, con lo que Armstrong tuvo que buscar otro set de casas abandonadas. No le costó mucho. En la segunda e intacta locación para Hamsterdam, los ciudadanos a los que se les pregunta si quieren hablar o ser fotografiados para la nota se niegan. No están de humor para ser pequeños jugadores de una mirada que sólo conseguirá arañar la superficie de lo que significa llevar toda una vida en su ciudad. âLleva tiempo construir esa confianzaâ, dice el guÃa. Pero algunas cosas han florecido. Armstrong conduce al distrito Station North, donde se han instalado varias organizaciones de arte que atrajeron a gente joven. Señala un nuevo bloque de departamentos: âEse edificio está en el sitio donde antes habÃa casas abandonadas. Lento pero seguro, la ciudad está volviendoâ, dice.
En la cafeterÃa del nuevo Hotel Hilton de Baltimore, Monee Cottman señala otras cosas que la ciudad tiene para ofrecer: âTenemos el Gran Premio de Indy Car en circuito callejero, que es una gran cosaâ. Cottman trabaja para Visite Baltimore, una organización cuya labor es un poco como ordenar las sillas de la cubierta en el Titanic. Al llevar la conversación a las privaciones urbanas y The Wire, ella revolea los ojos: âEs siempre la primera frase de cualquier artÃculoâ, dice. En sociedad con el hotel, las autoridades de la ciudad han invitado a periodistas extranjeros para que vengan y vean Baltimore: quieren mostrar sus museos y sus aburguesados frentes marÃtimos. Están obviamente sensibilizados por la posibilidad de que las crudas imágenes televisivas espanten a todo visitante. Pero no tiene razón: ver The Wire hace que el espectador sienta que empieza a entender una ciudad fascinante. Y al entender se teme menos. The Wire podrÃa estar igualmente ambientada en cualquier locación del âBelt Rustâ del medio oeste estadounidense, pero como David Simon era reportero del Baltimore Sun, eligió Baltimore.
Otros shows televisivos están viniendo a la ciudad. Un equipo de filmación está registrando escenas para Veep, de HBO. La nueva sátira de Armando Iannucci, una remake estadounidense de The Thick Of It, tiene por protagonista a Julia Louis-Dreyfus, una de las estrellas de Seinfeld. Baltimore sirve como âdobleâ de Washington, que se encuentra a menos de una hora en auto. âBaltimore no ha cambiadoâ, dice el periodista Bruce Goldfarb, que también trabajó en el Baltimore Sun. âEnfrenta los mismos problemas que tienen todas las grandes ciudades, una creciente división entre los que tienen y los que no. Pero Baltimore es también una ciudad destacable: tolerante, diversa, vibrante. Una ciudad grande con un sentimiento de pueblo chico.â
Abajo en el puerto, entre un conglomerado de bloques de oficinas posmodernas, museos y kitsch turÃstico, resulta obvio cuán alto puede hablar el dinero. Baltimore lo tuvo una vez, pero luego las industrias pesadas y el ferrocarril hicieron las valijas y la ciudad quedó fuera de juego. El punto que señala David Simon en la serie televisiva es que, en última instancia, en los Estados Unidos tenés que buscar el número uno. Según sostiene el show, el capitalismo americano âpracticado por las corporaciones mediáticas o los traficantes de drogasâ no tiene piedad.
Al costado de los desaliñados edificios del frente marÃtimo reposa una última sorpresa: un pequeño campamento del movimiento Occupy. Un par de docenas de activistas están allà haciendo café y subiendo fotos en sus laptops. En la esquina hay una pila de carteles pintados a mano: en uno se lee: âLa Ciudad Encantada dueleâ. Como todos los dolores, es difÃcil saber cuándo pasará. Pero eventualmente los dolores se disipan y la salud retorna. Quizá Baltimore esté en el lento camino de la recuperación.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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