Miradas, gestos, y actitudes. Cuerpos, movimientos y posturas. Inteligencia, astucia, y hasta sentido del humor. A todos nos ha pasado alguna vez: cada vez que miramos un chimpancé, nos invade y nos desborda una profunda sensación de parentesco. Desde muy adentro, algo nos dice que esas criaturas tienen mucho que ver con nosotros. Mucho más que cualquier otra criatura sobre la Tierra. Son tan parecidos a nosotros, que hasta creemos reconocemos en ellos. No hay más que ver cómo una madre chimpancé amamanta y acaricia a sus crÃas. Cómo las protege y las carga sobre su espalda. Y cómo esas crÃas juegan, gritan, y saltan de aquà para allá, agitando torpemente sus brazos. Como cualquiera de nuestros pequeños hijos. 4d596r
Ese parentesco casi evidente que nos surge de la simple contemplación de los chimpancés ha sido rotundamente confirmado, una y otra vez, por la paleoantropologÃa: somos parientes cercanos, tenemos ancestros en común que vivieron en el Africa de hace unos millones de años. Por si fuera poco, durante los últimos años, distintos estudios han confirmado que, genéticamente hablando, el Homo sapiens y los chimpancés son casi idénticos. Pero hay algo más, y a la luz de todo lo anterior no resulta enteramente sorprendente: los chimpancés se organizan, se comunican, tienen vida social, usan herramientas, improvisan, y tienen costumbres bien diferentes según las regiones de Africa donde vivan. Hábitos y conocimientos que se aprenden y se transmiten de padres a hijos, generación tras generación. ¿Simios con cultura? Por qué no.
El trazado de la evolución humana es largo y muy complejo. Durante las últimas decenas de millones de años, Africa fue la cuna y el escenario de los múltiples derroteros evolutivos de la gran familia de los primates. Una de esas lÃneas condujo a la aparición de los simios, hace unos 25 millones de años. Y luego, a una ramificación posterior, de la que fueron separándose, entre otros, los orangutanes, los gorilas, y finalmente, hace unos 6 o 7 millones de años, y en forma muy sutil y gradual, los chimpancés (Pan Troglodytes) y los homÃnidos âla familia de primates bÃpedos que llevó al surgimiento del Homo sapiensâ comenzaron a trazar sus propias hojas de ruta en el mapa de la evolución. A pesar de lo lejano de aquella escisión, los chimpancés y los Homo sapiens somos, evidentemente, muy parecidos. De hecho, un estudio realizado el año pasado âoportunamente publicado en la revista Natureâ reveló que ellos y nosotros compartimos el 99% por ciento de los genes. Más allá de su cuadrúpedo andar âapoyándose en los nudillosâ de su menor estatura (1 a 1,2 metro), y de su abundante pelambre oscura, ninguna otra especie, ninguna otra cosa viva sobre la Tierra, está tan cerca nuestro. Pues entonces, no serÃa del todo osado, preguntarse si nuestros primos hermanos de la evolución tienen, al igual que nosotros, hábitos, prácticas sociales, dominio de herramientas, conocimientos organizados y transmisibles de generación en generación.
En suma: ¿serÃa posible hablar, aunque más no sea a grandes rasgos, de una âcultura chimpancéâ? Y no de simples conductas basadas en el instinto (tal como ocurre con tantÃsimas otras especies). Lo que alguna vez fue escepticismo, a esta altura, ya se ha convertido en una simpática certeza cientÃfica.
Durante el último medio siglo, el conocimiento cientÃfico sobre los chimpancés, y muy especialmente sobre sus formas de vida, no ha hecho más que profundizarse. Y sin dudas, las revelaciones más extraordinarias sobre la cultura de los chimpancés son el resultado del enorme esfuerzo y talento de Jane Goodall, la famosa naturalista y primatóloga británica. Desde los años â60 hasta hoy, Goodall y distintos grupos de investigadores se han zambullido una y otra vez en las selvas africanas para estudiar, y hasta convivir, literalmente, con los chimpancés. Y asÃ, se han ido apilando montones de valiosÃsimas observaciones, anotaciones, dibujos, fotografÃas, filmaciones, y hasta grabaciones de sonidos que pintan de cuerpo y alma a estos sofisticados simios. Y que incluso han permitido confirmar que en Africa, en realidad, no existe una cultura chimpancé, sino, como veremos mas adelante, âtres zonas culturalesâ claramente diferenciadas.
Vayamos por partes. Uno de los rasgos generales más comunes entre los chimpancés es la formación de âcomunidadesâ de hasta 50 o 60 ejemplares, que normalmente se dividen en grupos de 5 o 6 chimpancés, entre otras cosas, para cazar. Hay lÃderes, pero, al parecer, las jerarquÃas no son fijas, sino que dependen de factores cambiantes (como la edad, sexo, fortaleza y, quizás, inteligencia). Las hembras cuidan a sus crÃas hasta que tienen, al menos, 5 años. Y ése es un detalle nada menor, porque habla de una fuerte relación, protección, dependencia y aprendizaje entre madres e hijos. Como nosotros. Los papás también hacen lo suyo: aunque las parejas de chimpancés no son muy estables que digamos, los machos siempre se toman su tiempo para cuidar a su descendencia.
Muy a su modo, los chimpancés tienen un sistema de comunicación bastante complejo: distintos estudios han revelado que âhablanâ utilizando distintas clases de chillidos. Más agudos, más graves, más cortos o más largos. Pero también saben hacerse entender mediante un rico lenguaje gestual y corporal, que incluye muecas, exhibición de dientes y encÃas a más no poder, pisotones, manotazos y otras delicadezas por el estilo. Y a la hora de llamar la atención de alguna hembra, o mostrarse intimidantes ante otros machos, los varones del grupo saltan, corren, agitan los brazos, sacuden arbustos y rompen ramas de árboles.
¿Dieta chimpancé? Sus platos favoritos son las frutas, las plantas y las semillas. Aunque muchas veces suelen tentarse con platos más complicados: termitas, hormigas y otros insectos. Lo interesante del caso es que para darse esos gustos, los chimpancés recurren a verdaderas herramientas: arrancan ramitas, les quitan cuidadosamente las hojas, y luego, las hunden en hormigueros. Al sacarlas, lamen esas varillas repletas de âbocaditosâ. Muchos paleoantropólogos sospechan que esa misma técnica fue utilizada, hace 3 o 4 millones de años, por algunos de nuestros lejanos ancestros africanos.
Pero no todo son frutas e insectos en el menú de estos simios: tal como se ha descubierto durante las últimas décadas, los chimpancés son carnÃvoros. Como nosotros, aunque más moderados, es cierto. Cada tanto, cazan y comen animales chicos y medianos (especialmente, pequeños antÃlopes y monos colobos rojos). Y éste es otro punto crucial en su perfil cultural: los chimpancés cazan en grupos y siguen estrategias muy precisas. Primero, ubican a la presa, y luego la van cercando hasta acorralarla. Finalmente, uno de ellos âgeneralmente un ejemplar joven y ágilâ la captura y la mata a golpes. Y luego, el grupo comparte el botÃn, sin desperdiciar prácticamente nada (incluso, el cerebro). Goodall y todos los expertos coinciden al respecto: la caza grupal de los chimpancés muestra un notable grado de comunicación, coordinación y conocimiento. Igualmente llamativa â-por lo complejo de la tareaâ resulta su habilidad para construir nidosâcama. MuchÃsimos, porque los chimpancés son completamente nómadas. No se atan a ningún lugar, y cada dÃa fabrican un nuevo nido. Es algo que aprenden durante la infancia, durante los cinco años que cada chimpancé pasa junto a su madre. Casi siempre, los chimpancés arman sus nidos en lo alto de los árboles, doblando y trenzando ramas. Aunque sólo tardan unos minutos, la tarea no es sencilla, requiere de pasos muy precisos, y además, deja lugar a cierta improvisación.
Los expertos coinciden: no se trata de conductas mecánicas e instintivas, los nidos de los chimpancés nos hablan de inteligencia, habilidad, aprendizaje y transmisión generacional de conocimientos. Y bien, hasta aquà les hemos echado una mirada a varias pautas de comportamiento que, en general, y más allá de ciertos matices, comparten los chimpancés como especie. Pero lo más notable, sin dudas, son aquellos rasgos que no comparten las distintas poblaciones africanas (que actualmente totalizan, apenas, unos 150 mil ejemplares, repartidos en una veintena de paÃses. Y cuya declinación es todo un tema aparte). Esos rasgos autóctonos y exclusivos nos acercan mucho más a la idea de cultura.
El estudio continuo y sistemático de las distintas poblaciones de chimpancés en Africa ha permitido identificar, al menos, 40 rasgos culturales bien distintos, que se reparten en tres zonas geográficas. La primera es la llamada âZona cultural de las Piedrasâ, en Africa Occidental, más especÃficamente en el Parque Nacional de Tai, Costa de Marfil. Los grupos de chimpancés de esta zona muestran algunos rasgos culturales únicos, y muy especialmente, el uso de piedras (de varios kilos), a modo de martillos, para romper nueces y frutos duros, que apoyan sobre rocas más grandes. Las encargadas de la tarea suelen ser las hembras, y se las ha visto enseñándoles el trabajo a sus crÃas, mediante repetidos âejerciciosâ. AllÃ, los machos, más torpes con las piedras, prefieren ocuparse de la caza de pequeños animales. El carácter cultural de esta técnica parece confirmarse si tenemos en cuenta que en otras zonas de Africa existen los mismos frutos y piedras, pero los chimpancés no las usan para romperlos. La segunda región cultural está en Camerún y Guinea Ecuatorial, y se la suele llamar, âZona cultural de los Bastonesâ. Y no por casualidad: allÃ, a partir de ramas gruesas, los chimpancés fabrican duros bastones de medio metro de largo, y con ellos excavan y rompen los âtermiterosâ, para luego darse un banquete con esos bichitos. Finalmente, está la âZona cultural de las Hojas y Lianasâ, en Africa Oriental. Los trabajos de Jane Goodall en la reserva de Gombe, Tanzania, revelaron que allà los chimpancés usan palos y ramas como armas; ramitas deshojadas como varillas para sacar termitas, y hasta fabrican unas especies de esponjas, con hojas bien masticadas, que introducen en el interior de troncos de árboles, para absorber agua en épocas de sequÃa. Impresionante, por cierto (uno no se imagina a un perro, a un gato o a un caballo haciendo cosas similares).
Resulta difÃcil explicar todo esto si las costumbres de los chimpancés estuviesen estrictamente regidas por el instinto, o sólo marcadas por la genética. Si asà fuera, todos deberÃan comportarse más o menos igual. Y como se ve, no es asÃ. Más bien, las diferencias parecen delatar distintos procesos de aprendizaje, regionalismos y destellos de imaginación e ingenio.
Aquella sensación de parentesco del comienzo vuelve a aparecer. Y ahora, se hace aún más fuerte, porque los chimpancés no sólo se nos parecen por fuera, no sólo miran como nosotros miramos, o juegan alocadamente como nuestros hijos, sino que, además, son monos cultos. Muy parecidos a nosotros. Primos hermanos de la evolución.
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