La humanidad ya tiene un nuevo súper ojo en el espacio. Pero a diferencia de sus hermanos mayores (como el famosÃsimo y veterano Hubble), cuyo menú astronómico es amplÃsimo, el flamante Telescopio Kepler (www.kepler.nasa.gov) tiene una tarea muy puntual: detectar planetas extrasolares. Y su faena no tendrá lugar en cualquier lado, sino en una zona del cielo también muy especÃfica. El nuevo chiche de la NASA fue lanzado hace apenas una semana. 31656l
Y carga con una ilusión mayúscula: mediante una ingeniosa estrategia observacional, podrÃa dar con mundos de escala terrestre. Algo inédito en materia de exoplanetas. Es un primer paso hacia uno de los más ambiciosos objetivos de la astronomÃa moderna: encontrar, perfilar, y hasta determinar las chances de vida en âotras Tierrasâ, desparramadas en la VÃa Láctea.
A decir verdad, los planetas extrasolares ya no son una novedad: desde 1995, los astrónomos han descubierto más de 300. Y si bien es cierto que unos pocos se han fotografiado directamente âapareciendo como Ãnfimas motas de luz, perdidas en el cegador resplandor de sus solesâ, en su inmensa mayorÃa estos mundos lejanos han sido detectados en forma indirecta. Casi siempre, a partir del muy ligero âbamboleo gravitatorioâ que inducen en sus estrellas.
Esta técnica de detección âbasada en el âmovimiento radialâ que muestran las estrellas con planetasâ ha dado muy buenos resultados como primera aproximación al tema. Y fundamentalmente, ha permitido descubrir gigantescos planetas âseguramente gaseososâ muy cercanos a sus soles: los llamados Hot Jupiters.
Sin embargo, el método tiene sus limitaciones: sólo permite averiguar los perÃodos orbitales y, en forma aproximada, la masa de los planetas. Pero no su diámetro. O detalles más finos de su naturaleza. Además, las mediciones de movimiento radial estelar no han sido lo suficientemente sensibles como para descubrir planetas pequeños. Como la Tierra, o Marte. Y por ahà viene toda esta historia.
Hay otra forma de encontrar exoplanetas: observar los âminieclipsesâ que, eventualmente, podrÃan provocar al pasar delante de sus soles. Si el plano orbital de un planeta coincide con nuestra visual, su âtránsitoâ âtal el término técnicoâ ocasionará una pequeña caÃda en el brillo de su estrella. Mediante este ingenioso método de detección, ya se han descubierto decenas de planetas extrasolares. Incluso, a manos de astrónomos amateurs.
De todos modos, hasta ahora, sólo han caÃdo peces muy gordos, tanto o más grandes que Júpiter. Mundos que al desfilar delante de sus soles les quitan, a lo sumo, el 1 por ciento de su brillo. El punto es que para detectar los eventuales tránsitos de planetas similares a la Tierra, harÃan falta instrumentos y sensores capaces de registrar caÃdas de brillo en las estrellas del orden de milésimas. Y aquà es donde el Telescopio Kepler entra en escena.
Soñado durante años, el Telescopio Kepler âque lleva el nombre del gran astrónomo alemán que en el siglo XVII formuló las venerables leyes de movimiento planetarioâ finalmente fue lanzado al espacio desde Cabo Cañaveral, Florida, en la madrugada argentina del sábado pasado. Una hora después de su impecable despegue, a bordo de un cohete Delta II, el nuevo observatorio de la NASA se colocó en órbita alrededor del Sol y a unos 1500 kilómetros de la Tierra.
Y con el tiempo irá abriendo, poco a poco, esa brecha respecto de nuestro planeta. ¿Por qué allÃ, tan lejos, y no en órbita terrestre como el Hubble? Es que, justamente, lejos de la Tierra, tendrá una visión libre de obstáculos, y continua, de su blanco (del que ya hablaremos).
El Kepler no es tan grande como el Hubble: tiene el tamaño de un auto grande y, como todo telescopio reflector, su corazón es un espejo circular, en este caso de 95 centÃmetros de diámetro. Pero además, está equipado con una cámara CCD de altÃsima sensibilidad, y detectores que le permitirán hilar muy fino en sus observaciones.
Concretamente, podrá detectar caÃdas en el brillo de las estrellas observadas del orden de 1 en 50 mil, o incluso, menos. Lo suficiente como para observar y medir los eclipses provocados por mundos tanto o más chicos que la Tierra. Kepler es un excelente cazador de âplanetas tipo terrestreâ.
Lanzar un telescopio espacial no es broma: la misión Kepler costó casi 600 millones de dólares. Pero más importante que eso fueron los enormes esfuerzos y preparativos: el lÃder de esta nueva aventura, el astrónomo estadounidense William Borucki, del Ames Research Center de la NASA (www.arc.nasa.gov) (en Moffett Field, California), ha estado trabajando en el proyecto durante 17 años. Y buena parte de esa tarea se ha centrado en elegir la zona de búsqueda de planetas extrasolares.
Borucki y sus colegas finalmente optaron por una muy rica región estelar de la VÃa Láctea, ubicada entre las constelaciones boreales de Cygnus y Lyra. Un parche de cielo bien delimitado, de 105 grados cuadrados: más o menos, el área que ocupa un puño extendido hacia el cielo. Allà es donde el Telescopio Kepler pondrá el ojo: durante los próximos 3 años y medio, el observatorio espacial monitoreará continuamente a una multitud de estrellas especialmente seleccionadas.
Soles de todo tipo, desde modestas enanas rojas hasta otras mucho más grandes, calientes y luminosas, pasando por estrellas parecidas al Sol. âKepler está en el lugar perfecto para observar más de 100 mil estrellas, y detectar los posibles signos de planetas a su alrededorâ, dice Borucki. Y entusiasmado, agrega: âNuestro sueño se hizo realidad, y pronto sabremos si hay planetas parecidos a la Tierra en la galaxiaâ.
La muestra es enorme, y no por casualidad: las chances de que un planeta desfile delante de su estrella, desde nuestra visual, son escasas. Por eso, para observar unos pocos tránsitos extrasolares, hay que mirar muchÃsimas estrellas. Borucki y sus colegas calculan que Kepler podrÃa descubrir cientos de planetas. Seguramente, los primeros en caer en las redes del telescopio serán los más grandes, al estilo Júpiter. Luego, vendrán otros medianos, como Urano. Y finalmente, los de escala terrestre. En cualquier caso, la intensidad de los minieclipses âtomando en cuenta las estimaciones de tamaño de las estrellas en cuestiónâ darán clara idea del diámetro de los planetas que las orbitan. Y los diámetros, cotejados con las masas âaportadas por otros telescopios, mediante la técnica de âmovimiento radialââ, revelarán las densidades de aquellos mundos. La llave para saber si son planetas gaseosos, o bien, rocoso-metálicos, como la Tierra. Que es, en definitiva, lo que más importa. El slogan de la misión Kepler es âen búsqueda de planetas terrestresâ.
Kepler marcará un hito, eso está más que claro. Será el primer paso en el largo camino de esta fascinante y difÃcil búsqueda de âotras Tierrasâ. Una vez hallados los planetas candidatos, habrá que considerar, entre otras cosas, las distancias a sus estrellas (para que no sean demasiado frÃos ni demasiado calientes), sus posibles atmósferas (si las tuvieran), y la eventual presencia de agua lÃquida y otros compuestos necesarios para la vida. En esa tarea, Kepler no estará solo, sino que recibirá la ayuda de otros telescopios, terrestres y espaciales, presentes y futuros.
Y hablando de futuro, no podemos dejar de mencionar el TPF: el Terrestrial Planet Finder (www.tpf.jpl.nasa.gov), una flota de telescopios espaciales que verÃa la luz hacia 2020. El TPF podrá observar y fotografiar directamente planetas de escala terrestre. Y también, analizar sus atmósferas. Para el final, el optimista vaticinio de Geoffrey Marcy, uno de los más grandes cazadores de planetas extrasolares del mundo: âCon el Telescopio Kepler, la humanidad descubrirá el primer exoplaneta terrestre dentro de los próximos 3 años, y la vieja pregunta sobre la unicidad (o no) de la Tierra, finalmente será respondidaâ.
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